En una tierra surgida de volcanes, como son las Islas Canarias, las erupciones han marcado toda su historia. En el siglo XVIII, el Timanfaya estuvo expulsando lava en Lanzarote durante seis años seguidos y provocó un enorme éxodo de población tras arrasar once municipios. Hoy, esta isla es todo un referente de prosperidad agrícola y turística.
Arrasó pueblos, provocó la huida de dos mil habitantes y desde 1730 a 1736 rugieron los volcanes de Timanfaya y así lo relataba su párroco: “Entre las 9 y las 10 de la noche la tierra se abrió de pronto. Una enorme montaña se elevó de su seno y del ápice se escapaban llamas”
“Poco después, un nuevo abismo se formó y un torrente de lava se precipitó sobre Timanfaya. La lava se extendió al principio con tanta rapidez como el agua, pero bien pronto no corría más que como la miel”
Las sucesivas erupciones dejaron un cuarto de la isla hecho un erial de tierra volcánica que, con el tiempo se han convertido en el gran reclamo turístico. De hecho, el Parque Nacional, con 25 volcanes activos, es el más visitado de España con dos millones de turistas al año.
El modelo productivo cambió del todo, gracias al cataclismo, porque lograron nuevos cultivos en suelo volcánico, sobre todo el vino que se ha convertido en un motor económico.
El milagro de Lanzarote bien podría replicarse en La Palma, aunque habrá que esperar para ver la devastación convertida en oportunidad y futuro.