En plena polémica por la ley del solo sí es sí por las rebajas de las condenas -no iguales en todas las CCAA- pero que ha provocado un intenso enfrentamiento en el Gobierno, el CIS pregunta sobre la violencia sexual contra las mujeres. Sin hablar, sorprendentemente, de la ley del sí es sí y sus efectos.
Los resultados, sorprenden y también provocan alarma. Nada menos que un 21,7 por ciento de mujeres adultas en España, en torno a 3,5 millones, reconoce haber sufrido alguna agresión sexual a lo largo de su vida, según datos de la 'Encuesta sobre cuestiones de actualidad: la violencia sexual contra las mujeres' publicado este miércoles 8 de febrero por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS).
La encuesta revela también que un 35,1 por ciento de españoles conoce personalmente a alguien que a sufrido algún tipo de agresión sexual en su círculo familiar o de amistades; un 27,2 por ciento en la zona donde vive, en su vecindario: y un 17,5 por ciento en su lugar de trabajo o estudio.
Además, más del 74 por ciento cree que las mujeres que sufren una agresión sexual no lo denuncian casi nunca (15,2 por ciento) o lo hacen en pocas ocasiones (59,2 por ciento). Respecto a las que sí denuncian, un 22,1 por ciento cree que esperan mucho tiempo a denunciar, frente a un 37,5 por ciento que creen que esperan algo, pero no demasiado.
Sobre las razones por las que no denuncian, un 45,1 por ciento sitúa en primer lugar el miedo al agresor; un 15,5 por ciento el miedo de la víctima a que no la crean; y un 15,7 por ciento la vergüenza.
Pero, además, el miedo a que la víctima no sea creída se sitúa como la segunda razón más importante, señalada con un 22,1 por ciento, por delante del miedo al agresor. Además, un 13,5 por ciento sitúa el desgaste emocional del proceso judicial como segundo motivo por el que las víctimas no se animan a denunciar.
Hay más razones. Según explica Nathalie Soriano Ruiz, Directora del Máster Universitario en Criminología: Delincuencia y Victimología en The Conversation, las relaciones de violencia se despliegan una serie de mecanismos psicológicos destinados a lograr el aislamiento de la víctima, así como una dependencia emocional respecto al agresor. Estas herramientas guardan similitud con las conocidas como técnicas de persuasión coercitiva, desplegadas por las sectas en sus procesos de captación. Así, se persigue la pérdida de autonomía y la dependencia de la víctima mediante el distanciamiento de su entorno social. Esto unido al concepto de amor romántico y la situación económica también son factores claves.