Lucía Velasco dirige el Observatorio Nacional de Tecnología y Sociedad. Nacida en Madrid, esta economista acumula en su carrera profesional distintas responsabilidades en la administración pública tanto nacional como de la Comisión Europea pese a ser una de las primeras milenials. Siempre ha tenido dos temáticas recurrentes: el feminismo y la economía digital. Ahora ha publicado el libro destinado a responder la pregunta que asusta a trabajadores de todo el mundo: ¿Te va a sustituir un algoritmo? (Turner, 221 págs). Con un estilo descriptivo y desenmarañando las claves de lo que supone la digitalización del trabajo, Velasco da las claves de cómo debe afrontarse este proceso tanto por parte de las administraciones públicas, como por el empresariado y trabajadores para sobrevivir en lo que denomina el “salvaje oeste digital” que ahora tenemos. Pero lo hace con una mirada optimista: “La tecnología nos ayudará quitándonos los trabajos más pesados y repetitivos, nos hará trabajar mejor y tener mejores diagnósticos médicos y más rápidos no hay que tenerle miedo”.
Pregunta: Distingues entre desplazamientos del trabajador y despidos de los trabajadores y pones el ejemplo de la cajera. El problema es que antes tenían 10 cajeras que informaban y cobraban y ahora se conforman con 6 porque ya no necesitan ir a cobrar. Aunque surjan otras nuevas profesiones a menor ritmo, la masa laboral se reducirá cuantitativamente
Respuesta: La tecnología siempre trae un aumento de la productividad porque puedes hacer más con menos. Por eso las compañías más tecnológicas tienen menos mano de obra. En la reflexión sobre el futuro del trabajo tenemos que tener en cuenta muchos factores, uno de ellos es que, en principio, vamos a necesitar menos mano de obra. Esto implica tomar las oportunidades de los nuevos espacios laborales digitales que en España no estamos aprovechando y vamos a rebufo de EEUU, del norte de Europa y de varios países latinoamericanos. Lo que sí parece es vamos a dedicar menos tiempo al trabajo.
P: Señalas que el pacto social en el que se fundó el Estado del Bienestar queda caduco cuando pasamos de una economía industrial a una economía digital. En ese nuevo pacto que está por concretarse, una de las cosas que parece clara es que nos tenemos que olvidar de las certezas del pleno empleo y la seguridad. Asumir que tenemos que convivir con la incertidumbre puede ser muy peligroso como sociedad
R: Es que las certezas no caen del cielo. Las certezas te las dan los gobiernos con las condiciones que se crean. La economía digital hasta ahora se ha desarrollado sin ninguna regulación, es un salvaje oeste digital que nos ha dejado grandes ganadores a costa de mucha gente. Pero no podemos seguir permitiendo esto. Es lo mismo que pasó en su momento con las grandes petroleras y energéticas que extraían los recursos de los sitios con un alto coste para las poblaciones autóctonas y los lugares. Luego vino la legislación que les responsabilizaba del mantenimiento de la zona, de la situación de los trabajadores,… Esto es igual. No se trata de que haya empresas que revienten a los trabajadores, que se dejen la espalda y que estén sin dormir para tener el salario del día. Ya no estamos en ese siglo y llevamos mucho tiempo consolidando derechos laborales a nivel global y dignificando el mundo del trabajo para que ahora nos digan que eso se ha quedado atrás. No. Tenemos que asegurar que esos derechos se sigan garantizando, aunque haya un nuevo espacio digital.
P: Enumeras una serie de problemas endémicos de nuestro mercado de trabajo que lastran la transformación digital. Así va a ser difícil que nos pongamos al día
R: España tiene un mercado laboral que funciona mal. Esto lo llevan diciendo los economistas desde hace mucho tiempo, lo que pasa es que nadie se pone de acuerdo en cuál es la solución: que si el modelo productivo, que si abaratar el despido… Y mientras tanto, la vida pasa y menos gente tiene protección laboral. Decimos que hay que formarse durante toda la vida, pero ¿quién tiene opciones de estudiar mientras trabaja? Tienes que estudiar durante los fines de semana, mientras cuidas a tu familia, o limpias la casa o simplemente descansas. Por eso necesitamos garantizar espacios de formación, de desconexión y de vida personal. Nos estamos llevando por delante con un mundo tan competitivo en el que hay muy poco trabajo y mucha gente queriendo trabajar.
P: El teletrabajo y la pandemia han demostrado que es muy difícil superar ciertas actitudes que están muy enraizadas en nuestra cultura y todavía pensamos que la presencialidad es necesaria para ser productivo, ¿vamos a ser capaces de abandonar ese cliché?
R: Es cierto que hay puestos que se pueden realizar en remoto, pero los responsables de estas empresas o en la administración pública siguen teniendo una mentalidad analógica tradicional y seguramente, en su mayoría, hombres. Eso de estar ocho horas calentando la silla, dos horas de comilona… no le interesa a la mayoría de las personas, pero menos a las mujeres. Es cierto que hay retos como medir la productividad de la gente y poder tomar medidas cuando no sea productivo. Pero en general no hay ninguna necesidad de que se realicen trabajos presenciales cuando se pueden realizar a distancia.
P: Señalas que el 16% de la población activa en España trabaja en plataformas. Hasta ahora solo contamos con la conocida Ley Rider que lleva unos meses aprobada, sin embargo, hay muchos más sectores afectados por esta nueva realidad laboral
R: La economía de las plataformas trae unos problemas de precariedad de manera masiva. Es cierto que con la modificación del Estatuto de los Trabajadores se abordan algunos problemas específicos relacionados con las plataformas de reparto, pero que luego tenemos que ver si se cumplen. Que una cosa es que se diga y otra que se haga.
P: Hablas de algunos derechos que estaban adquiridos y que en la transición digital parece que corren riesgos, ¿no están preparados los sindicatos para evitar esta pérdida de derechos?
R: Las cúpulas sindicales están formadas en gran parte por hombres de edad avanzada que proceden de un entorno industrial, de la administración pública o empresas tradicionales. Están preocupados por la situación de los trabajadores de la automoción, por ejemplo, pero ese no es el único futuro del trabajo en España. Hay que pensar también en clave de reindustrialización digital. Por suerte, esto no es el 100% de la realidad sindical y hay gente joven que sí intenta hacer otras cosas, pero solo se han acercado a los riders, también porque ellos están a pie de calle. Hay una economía que no está en la calle, está en la nube y ahí no sé si están llegando.
P: ¿Puede ser que el problema de estas nuevas realidades laborales sea el desconocimiento que tenemos de ellas?
R: Esto va a seguir pasando. La Comisión Europea cree que en un futuro próximo, la mitad de la población que trabaja serán autónomos o caerán en la categoría de nuevas formas de empleo. Y hay que tener en cuenta que las cifras no reflejarán bien la realidad porque mucha gente tendrá dos trabajos, pero solo declarará el primero por ser estable, mientras que lo que haga en la plataforma será una cuestión complementaria. Ahora mismo es habitual que cuando se informa de la economía de las plataformas aparezcan datos mezclados de Airbnb o Uber. Y no es lo mismo el dinero que puedas ganar en Vinted o en Wallapop si vendes ropa de segunda mano, por explotar tu vivienda, que el dinero que facturas en una plataforma por realizar un trabajo.
P: Haces mucho hincapié en la necesidad de una formación continua más allá de los ciclos universitarios, ¿Cuesta mucho asumir que la educación no puede estar solo en manos del mercado una vez que se termina la universidad?
R: No creo que el estado tenga que hacerse cargo de toda esa formación. Otra cosa distinta es que apoye para que las personas que no tengan recursos se formen. La prueba es que los estudios que ofrece el estado no son necesariamente los que demanda el mercado laboral. Lo ideal es que vayamos hacia un sistema de formación con microcredenciales que tengan validez oficial, pero todo esto sin necesidad de una reforma educativa que tarde otros tantos años. Si alguien hace un curso de cualquier institución o empresa privada pueda gozar de una validez y que tenga un reconocimiento por parte del mercado y que sean homogéneos, claro. Se trata de certificar que se poseen una serie de competencias. Si has trabajado dos años en Glovo o en Uber, ya tienes unas competencias digitales que nadie debería cuestionar. Y el tema del tiempo. Si tener varios trabajos no va a ser una cosa excepcional, habrá que garantizar tiempo libre para que la gente también se forme.
P: Dices que los algoritmos que se han desarrollado hasta ahora arrastran los sesgos machistas del mundo analógico
R: Los algoritmos utilizan datos que están sesgados, pero es que hay muchas formas de usar la tecnología que están pensadas desde una perspectiva masculina, como el tamaño de los teléfonos móviles, por ejemplo. Cuando estalló el boom de las gafas de realidad virtual, descubrieron que las mujeres se mareaban y no entendían por qué. El problema estaba en que las pruebas se habían hecho solo con hombres y la distancia de enfoque visual difiere entre unos y otros. Lo mismo que pasó con las pruebas de las vacunas anti covid y la menstruación.
P: ¿Cómo podríamos combatir que el mundo digital no herede los déficits machistas del mundo analógico?
R: Uno de los proyectos que queremos poner en marcha en el Observatorio a lo largo de este año es un microbservatorio del impacto social de los algoritmos. Con este informe, se prepara el terreno para la creación de la agencia de control de algoritmos que ha comprometido el Ejecutivo con Más País en la aprobación de los presupuestos. Para ello, tenemos que desarrollar las auditorias algorítmicas, luego tenemos que entender los datos y ver si se pueden entrenar los algoritmos con datos sintéticos. Hay algoritmos que son cajas negras y no se saben cómo realizan el proceso de aprendizaje automático ni cómo llegan a la conclusión que llegan. Tú sabes qué datos tienen de partida, qué conclusión adoptan pero no sabes cómo funciona la cocina. Lo que sí es cierto, es que hay que tener cuidado con los algoritmos que pueden estar llenos de sesgos porque en los datos está también lo peor del ser humano: racismo, machismo… Lo bueno es que también podemos usar la tecnología para el bien y que contrarresten estos mismos efectos.
P: Cierras el libro asegurando que si esta revolución se gestiona bien habremos ganado mucho, ¿una buena gestión se reduce solo a no dejar a nadie atrás?
R: Una buena gestión de la revolución digital tiene varios niveles. Desde lo más inmediato y local hasta todas las variantes geopolíticas. Desde mi perspectiva, habría que actuar sobre tres ejes. El primero tener datos concretos del impacto de la tecnología en el mercado laboral español. Segundo, planificar la transición digital en las empresas. Si en nuestras fábricas de automoción que dan trabajo a miles de personas de repente todas deciden que quieren contar con un nuevo robot que sustituye a cientos de trabajadores, ¿le vamos a dejar que lo usen y despidan a miles de personas de golpe? Esa es una pregunta que debemos responder. Y por último, entender que habrá varios tramos de realidades sociales y que habrá que dar respuestas a cada una de estas personas. Hay gente con una determinada edad y con un nivel formativo que va a ser muy difícil que lleven a cabo la reconversión… Tenemos que tener respuestas adaptadas para cada uno de ellos, porque esa es la obligación de los gobiernos.