Juan Luis Manfredi (Sevilla, 1977) se encuentra en Washington como profesor de la cátedra Princesa de Asturias en la Universidad de Georgetown. Desde su tribuna académica, centra sus investigaciones en el fenómeno que describe como desglobalización, una nueva etapa de relaciones internacionales marcada por el cambio climático, las amenazas globales y el auge de populismos y nacionalismos. Sobre este nuevo escenario, ha escrito su último libro: Diplomacia, historia y presente (Síntesis, 216 págs). Conceptos como diplomacia corporativa, diplomacia en red, liderazgo político, ciudades globales… atraviesan un texto de corte académico pero que sirve de manual para entender el mundo actual y porqué se producen las tensiones y alianzas geopolíticas a las que estamos asistiendo en la actualidad. Aunque Juan Luis se encuentre ahora en EEUU por circunstancias puntuales, el texto está escrito desde la perspectiva española para adentrarse en una disciplina, la diplomacia, que siempre ha sido una hermana pequeña en nuestro panorama político.
Pregunta: La diplomacia en España ¿está cuidada?
Respuesta: Yo creo que la diplomacia española es uno de los cuerpos de la administración más y mejor profesionalizados, aunque hay que distinguir entre la diplomacia política, que llevan a cabo los gobiernos y los jefes de estado, y la diplomacia profesional. En esta última, podemos decir que nuestro personal diplomático tiene una excelente trayectoria y una formación y unas capacidades notables. En el lado político, el momento cumbre de nuestra diplomacia se vivió en 1991 con el encuentro entre Israel y el mundo árabe durante la Conferencia de Paz de Madrid. A partir de ahí, viene el declive. Por un lado, vivimos un proceso de ensimismamiento y seguimos contándonos que somos influyentes en el Mediterráneo, en Europa y en América Latina, y eso está por ver. Hemos vivido el proceso de paz en Colombia, las revoluciones árabes en el Magreb y ni en esos casos ni en los grandes temas europeos, España ha tenido un peso específico. En la parte de la diplomacia profesional, el cuerpo diplomático ha sido colonizado por parte de las administraciones y los partidos para sus distintos fines y eso les ha generado enormes problemas de credibilidad, de nombramientos, de asignación de recursos… Además de la falta de proyecto político y la escasez de recursos, añadiría un tercero de falta de coordinación.
P: Has hablado de la Conferencia de Paz del 91 como gran hito de nuestra diplomacia. En 2022 albergaremos la cumbre de la OTAN y en 2023 presidiremos la UE (con elecciones generales en medio). Como grandes retos de nuestra diplomacia a corto plazo, ¿Qué podemos esperar?
R: Soy optimista por naturaleza y quiero pensar que las políticas pública crecen mediante pequeños pasos no con grandes proyectos. Podemos considerar la cumbre de la OTAN como una cumbre fundacional. Después de varios cambios en Europa y en su entorno estratégico tenemos que plantearnos qué OTAN queremos. Más del 80% del gasto de la OTAN proviene de contribuyentes no europeos, por lo que tenemos que afrontar qué organización queremos, qué inversión queremos hacer en I+D, en industria militar... En ese sentido, España tiene algo que decir porque somos la frontera sur y tenemos dos bases fundamentales para el proyecto norteamericano en Europa. Y en el plano europeo, hemos recuperado alguna visibilidad a través de las responsabilidades de José Borrell. También tenemos la oportunidad que abre el Brexit, que es una mala noticia para Europa y para España en todos los ámbitos, pero también es una oportunidad para nosotros. Pasamos a ser el cuarto país más importante de la UE en PIB, en demografía, en entusiasmo europeo… España tiene la oportunidad de ofrecer algo novedoso y relevante al proyecto europeo. Tenemos la virtud de no ser el eje franco alemán y eso nos permite conectar con otras realidades.
P: Una de las tesis que defiendes en el libro es que entramos en una era de desglobalización, ¿cómo se mueve la diplomacia en este panorama?
R: Eso que llamamos globalización tiene que ver con cuatro elementos. Por un lado con las tensiones geopolíticas en las fronteras. Por otro lado, con los efectos del cambio climático y cómo están afectando a la propia configuración del poder. En tercer lugar, está toda la toda la vertiente tecnológica y su producción: dónde se producen productos y dónde no se producen. Y por último, está la aparición de nuevos espacios de vulnerabilidad. Lo puedes llamar nacionalismos, populismos, hiperliderazgos… En ese cóctel aparece la desglobalización y conlleva algunos riesgos. El primero es pensar que se trata solo de un asunto económico, y pensar que si volvemos a industrializar Europa tendremos aspectos positivos como el aumento del empleo. Pero la desglobalización es sobre todo un fenómeno político y tiene que ver con cómo se ven los estados en el final de la gobernanza global. Ahí entra en juego el poder de la nostalgia y el poder de un pasado heroico. Es el Brexit, el Make America Great Again de Trump, el discurso de Bolsonaro, el de Putin, el de Zemmour en Francia…, todo son nostalgias imperiales o nostalgia de un pasado mejor que hace muy difícil construir una globalización donde quepamos todos. Erdogan ya ha dicho que las fronteras de Turquía no se corresponden con las del Imperio Otomano. Putin reivindica Crimea porque asegura que siempre fue ruso. Esto también es aplicable a China con Taiwan, con la única duda de si será en los próximos 10 años o en los próximos 50.
P: En un tiempo de transparencia informativa como wikileaks, ¿cómo sobrevive la diplomacia, tradicionalmente alejada de los focos?
R: Hay tres niveles de relación con la información que siempre generan conflictos entre militares, diplomáticos y periodistas. Los militares siempre quieren que todo sea secreto y confidencial, los diplomáticos requieren de discreción y les encanta el off the record y los periodistas, que buscamos luz y taquígrafos y queremos que todo se sepa y sea público. Ahora, la diplomacia también se ve sometida a la dictadura del tiempo real y la transparencia y eso es contrario a su propia naturaleza. La diplomacia no está sometida al dictado de la opinión pública. Eso explica que los diplomáticos se relacionen mal con las redes sociales y que aquellos que quieren desinstitucionalizar la diplomacia estén encantados. Los populistas disfrutan viendo que los diplomáticos no se manejan en esa cultura del emoji, el meme y los tuits. Ponen sus mensajes, enmarcan el discurso y avanzan en su agenda sin que les contradigan. Ojo, que cuando digo que la diplomacia es discreta me refiero a que no rinde cuentas en tiempo real. La máxima es que las negociaciones son secretas, pero los acuerdos son públicos.
P: Has comentado el papel de los militares en la información y en el libro hablas bastante sobre el uso de estratégico de las fuerzas armadas como herramienta diplomática. En un momento en el que la ausencia de guerras servía de cuestionamiento del papel del ejército, resulta muy interesante esta nueva funcionalidad que describes
R: Uno de los problemas que tenemos es la falta de criterio en nuestra acción exterior. Como decía Raymond Aron, en una acción exterior son tan necesarios los hombres de paz, los diplomáticos, como los hombres de acción, los militares. Cuando hablo de diplomacia de la defensa, no me refiero a mandar militares al extranjero en misiones humanitarias, que es algo importante, sino en relaciones económicas de corte militar, esto es, dónde compramos nuestra tecnología militar, con que industria contamos para exportar… Ahora con el proyecto de refundación de la OTAN es clave el concepto de autonomía estratégica. Ahí Macron, y digo Macron no Alemania, habla para la industria militar francesa porque vive de esas inversiones y necesita esas exportaciones para mantener el empleo, el I+D, en definitiva, la influencia. Eso explica el enfado de Francia con el acuerdo entre EEUU, Reino Unido y Australia, que lo primero que supuso fue una pérdida de un contrato milmillonario y la influencia en la zona del Pacífico. Francia se ha sentido ninguneada. Por eso vemos que el aspecto militar dentro de la diplomacia es una herramienta para recordar que por la vía de la fuerza también se llegan a acuerdos y se imponen voluntades.
P: En los últimos años ha surgido como un nuevo concepto de diplomacia la corporativa, ¿qué significa que las empresas también cuiden sus relaciones exteriores?
R: Lo que sucede con la diplomacia corporativa es que hay un auge. Es la estrategia de relación con los poderes públicos y privados. Hemos hablado de una geografía de la producción. Una empresa está presente en cuatro sitios con distintos gobiernos, con distintos regímenes y con distintas relaciones. Eso hace que se necesite un poquito de inteligencia para saber cómo relacionarse con cada uno de los entornos. Esta incorporación de elementos que tienen que ver con la diplomacia a la empresa les permite trabajar en una línea parecida. Hay que defender intereses de tu corporación mediante herramientas que son propias del ejercicio diplomático, como la representación en los foros adecuados, la capacidad de negociación, y por último la protección. Cada vez hay más conflictos y más situaciones peligrosas y hay que saber cómo cuidar a tu personal y asegurar la cadena de suministros. Las empresas han caído en lo que llamamos la nacionalidad fluida y los dueños del IBEX 35 son fondos italianos, americanos, cataríes, noruegos... Siendo así, ¿debería apoyar el gobierno español los intereses de Repsol en Argentina? ¿Por qué? Las empresas pertenecen a fondos y los fondos son soberanos por definición. Ahora es muy difícil establecer un hilo conductor entre la diplomacia del estado y los intereses de las empresas. Hace 50 años, el gobierno británico le daba instrucciones a la Shell o a British Petroleum para apoyar sus intereses. Eso ahora es impensable. Por eso, las multinacionales han desarrollado su propio cuerpo diplomático, sus técnicos comerciales, sus relaciones consulares. Las empresas necesitan saber cómo se invierte en un país extranjero, con quién tienen que hablar, que marco regulatorio hay… Para eso necesitas un embajador que se vea con los gobernadores, los senadores, los congresistas. Esto lo hacía antes el embajador del país en nombre de la empresa y ahora lo tiene que hacer la propia empresa.