Javier Rodríguez Zapatero se define como un “optimista digital”. No en vano, su vida profesional ha estado ligada en gran parte al mundo profesional. Entre 2008 y 2016 dirigió la división de Google para España, Portugal y Turquía, un cargo al que llegó desde Yahoo España. Aunque suelen pensar que es hermano del expresidente del Gobierno del PSOE, no tiene relación familiar con él. Ahora, desde la presidencia del Instituto Superior para el Desarrollo de Internet, ha escrito Por una España Digital (Deusto, 2020, 174 pag), una hoja de ruta para que nuestro país deje de ser el “bar de copas de Europa” y se suba al tren de la economía digital. De lo contrario su pronóstico es que “solo habrá miseria para repartir”.
Pregunta. Muchas veces se cree que digitalizar una empresa es abrir una web, una pasarela de cobros y cuenta en redes sociales, ¿Qué cambio implica digitalizar nuestras vidas?
Respuesta. Claro y ahora te dicen que también utilizan zoom o google meet y que la gente puede trabajar desde casa. Y no, eso no es. Digitalizarse es mucho más.
P.: Arrastramos debates que no nos dejan modernizarnos. En educación estamos siempre a vueltas con religión sí o no. El modelo de Estado siempre está en cuestión por el tema territorial. Ahora no nos preocupamos por la digitalización. ¿No tiene la sensación de que no salimos del "que inventen ellos" y nunca nos queremos subir al carro de la modernización porque preferimos estar siempre en el furgón de cola?
R.: Es probable que haya demasiada carga ideológica en lo político en este momento que aparta la energía de las posibilidades de acuerdo. Estamos gastando mucha energía en el y tú más, mucho esfuerzo en defender ideologías del siglo XIX y XX. Tendríamos que estar pensando en nuevos modelos de gobernanza que den respuesta a los problemas que nos estamos enfrentando. Estamos ante una revolución industrial como lo eran las anteriores. Y si aquellas nos trajeron al capitalismo y al marxismo como modelos antagónicos, ahora sabemos que ni el marxismo ni el capitalismo exacerbado funcionan con este modelo. Ahora la sociedad debería centrar sus energías en exigirles a los políticos que nos alumbren en cuál va a ser nuestro modelo de crecimiento. La disposición que me gustaría ver es cómo vamos a conseguir que España se enganche en una ola de crecimiento y aproveche todos los condicionantes que nos van traer los vectores clave para que esto ocurra. Pero vende mucho más, y esto también es una crítica a los medios, entrar en temas que son más sencillos, más simples y más ideológicos en los que nos estamos radicalizando cada vez más y esto es lo que genera consumo de medios y redes sociales. No hay energía para buscar un centro, algo en lo que el 70%-80% de los españoles nos podríamos poner de acuerdo. Lo hemos visto con la tramitación de la LOMLOE. Cuando vi en directo un Congreso dividido con unos aplaudiendo y otros gritando me dije ¿Esto qué es? Esto es el mayor fracaso de esta sociedad y de sus políticos. Porque no hay nada más importante que cambiar el modelo educativo de este país, para que sea capaz de generar talento, que es el bien más escaso y el más difícil de generar y el que más valor aporta en esta nueva economía. Mucho más que la tecnología.
P.: En la última campaña electoral, fueron muy recurrente unas declaraciones de Pablo Casado hablando del blockchain como herramienta innovadora para la administración pero se notaba que tocaba de oído sin tener muy claro en qué consistía. ¿Cree que nuestros políticos adolecen de cultura digital y por eso siempre vamos a rastras?
R.: Sí, pero lo hacen porque no sienten que lo deban necesitar. Si la sociedad civil no está preparada para entender lo que significa la economía digital, ¿cómo vamos a pedir a nuestros políticos que lo hagan? Pero es cierto que nuestra clase política debería pasar por las aulas de formación digital y darse un baño de realidad para entender lo que se nos viene. Porque la gente cree que esto es fácil, pero no. Esto es complejo La tecnología crece muy rápido, se democratiza muy rápido y genera casos de usos cada vez más diversos. Yo me dedico al mundo empresarial y ayudo a la gente a entender este nuevo paradigma y cómo interpretarlo. Lo mismo pasa con los políticos. Yo he dicho muchas veces que yo al Consejo de Ministros lo formo gratis, porque creo que es bueno para España que entiendan de qué va todo esto.
P.: Se está hablando de la posibilidad de establecer una jornada laboral de 32 horas semanales o 4 días, ¿cree que el aumento de la productividad que conlleva la digitalización hace viable este tipo de planteamientos que no se ajustan a una sociedad industrial?
R.: Eso es aplicar una solución del siglo XX que no vale para el siglo XXI. Yo lo que creo es que lo que nos deberíamos plantear es ¿cómo debe ser la relación entre las empresas y los trabajadores? Y el modelo ideal no es tener una máquina de fichar en cada empresa. Eso es un modelo de la era industrial. En la era digital, salvo que estés en una fábrica de producción, no es así. En el mundo del talento y los servicios, la hora trabajada ya no es significativa. Un trabajador en la economía de servicios puede producir 20 veces más en una hora en la que se encuentra inspirado, que en la siguiente. Medir la productividad solamente por horas trabajadas es otro de los errores anacrónicos que estamos trasladando de las eras anteriores. Cuando he hablado con sindicatos, he visto que muchos de ellos ya están pensando en buscar relaciones laborales nuevas.
P.: ¿Y cómo deberían ser esas nuevas relaciones?
R.: Los empresarios de la nueva época hacen negocio con algo que genera muchísimo valor a la sociedad. Los trabajadores deben formar parte de esa generación de valor para la sociedad y que el beneficio económico venga después. Eso implica flexibilidad. Esto sé que es muy políticamente incorrecto. Yo puedo entender que alguien no pueda dar esas 32 horas a la semana porque tiene una situación personal compleja que no se lo permite, pero sé que a la siguiente puede dar 40. ¿Cómo regular lo flexible en un mundo que necesita flexibilidad? No tengo la respuesta, tengo la pregunta. Pero lo que no podemos es ser rígidos como en la etapa industrial. Porque entonces no generamos talento ni vamos a producir innovación al ritmo que la estamos necesitando.
P.: La economía digital sigue arrastrando los mismos problemas de brecha de género que la economía industrial ¿qué deberíamos hacer para paliar ese problema?
R.: Sí, lo hay. Deberíamos empezar con cierta discriminación a favor de la mujer. En el mundo tecnológico y digital el acceso de la mujer es menor que el de los hombres, Son muy pocas las chicas que cursan estudios de ingenierías, matemáticas, tecnologías, ciencias… Cuando miras quién dirige las compañías digitales del mundo, ves que son todo hombres. Y el problema se arrastra desde el principio: educación. Si la mujer estuviera más incorporada a estos sectores, estoy seguro de que tendríamos mucha mejor tecnología y mejores soluciones. Ahora mismo todo lo que se está produciendo en inteligencia artificial, que es lo más innovador que hay, tiene un sesgo de género inconsciente. Por eso hay que fomentarlo de raíz. Es un tema cultural y de apoyar. Que el estado diga quiero fomentar y discriminar positivamente que la mujer se incorpore a las carreras stem.
P.: La pandemia nos ha obligado a digitalizarnos y a volvernos virtuales a marchas forzadas. En estos meses, el teletrabajo, las herramientas en la nube, las videoconferencias, la robotización, todos esos conceptos han sufrido un crecimiento exponencial, ¿gracias al covid conseguiremos profundizar más en la digitalización?
R.: Sin duda. Dentro del entorno dramático que estamos viviendo que es una crisis como la actual que no se ha vivido en 100 años, esto ha servido para darnos cuenta de que esto de la digitalización que siempre decíamos que tarde o temprano iba a llegar, pero que nunca contábamos con ello, ahora sabemos que ya está aquí. Hemos aprendido a usar Zoom, Microsoft Teams, Google Meet… A que te dé igual si la reunión es en la oficina o no Las reuniones empiezan y acaban en hora. Hemos ganado muchísimo en productividad. Cuando acabe la pandemia, volveremos a una situación distinta a la anterior y distinta a la actual. Es decir volveremos a fomentar el contacto humano. Pero la sociedad ha acelerado su proceso de adopción digital y esto significa que cada vez habrá más demanda en el mundo digital. Todas las compañías que operan su negocio en el mundo digital están aumentando su facturación. La ciudadanía cada vez más es más consciente de las posibilidades del mundo digital. Ahora la próxima vez que quieras ir a comprar a una tienda, te lo pensarás porque sabes que puedes hacerlo a través de su página web. Muchos empresarios se están dando cuenta de que todo el proceso que tenían previsto hacer en cinco años, lo van a tener que hacer en uno. Y eso es bueno. El reto que tenemos en España es que tenemos una ventana de oportunidad de dos años. Vamos a tener ayuda pública como no hemos tenido nunca y el dilema es cómo vamos a sacarle partido.
P.: El sistema educativo está abandonado tanto por los políticos que sólo quieren manipularlo, como por la sociedad que no lo tiene entre sus prioridades, ¿cómo deberían formarse nuestros jóvenes para estar adaptados al modelo digital?
R.: El sistema actual de aprendizaje que tenemos es lineal y hay muy poca capacidad de adaptar un currículo para un alumnado concreto. Cada vez hay más conocimiento, más accesible y por eso se pueden individualizar los caminos. Para eso también hay que revalorizar la profesión docente y que sea “la profesión” pública más admirada. Habría que tener sherpas educativos que llevan a 8 o 10 alumnos. Hay quien dice que eso es inviable económicamente. Pero si tienes una persona que está dirigiendo a esos chavales para estimularles el apetito por la curiosidad, ese sherpa debe ser magnífico. Tiene que ser muy bueno en lo suyo pero debe conocer también el resto de disciplinas como para que el alumno puede poco a poco descubrir sus motivaciones y sus virtudes. Porque puede ser que con ocho años descubras tu virtud, pero también la puedes encontrar a los 40. El proceso educativo debe ayudar a que todo esto aparezca antes. Eso significa más dinero porque hay que pagar mejor a los profesores. Profesionales de la educación a los que exijamos mayor nivel intelectual y de desempeño académico para poder entrar. Cuando se lo he comentado a muchos políticos, siempre me han respondido “eso es imposible Javier, porque exige multiplicar por tres la inversión en educación”. Pero es que yo creo que es preferible invertir en eso y no en cheques para cortinas. Ese es el dilema. La UE nos va a dar 140.000 millones de euros. ¿En qué los vamos a invertir? ¿Vamos a repartírnoslo entre los españoles? Nos toca a 3.800 euros por cabeza. Nos pegamos tres meses de copas magníficos, pero eso es una anestesia. Creo que es preferible invertir en capacitación digital, invertirlos en sectores productivos que ya son algo en España y que se digitalicen y comiencen a generar riqueza. Luego debatiremos cómo repartimos esa riqueza, porque hay que repartirla. Estas son las cosas que yo no escucho en los debates.
P.: Ligar la educación a las necesidades empresariales puede suponer un problema. Por un lado exige cambiar el modelo productivo además de que iríamos a remolque de las necesidades de las empresas
R.: Hay muchísima demanda no cubierta de profesiones tecnológicas que solo necesitan la formación adecuada que se podría dar a través de la formación profesional. Las grandes empresas tecnológicas están generando un ecosistema de trabajo de profesionales con cierta capacitación que no existe. Es cierto que se necesitan camareros, pero si seguimos así acabamos siendo el bar de copas de Europa. Google ha dicho que va a crear en torno a 8 millones de puestos de trabajo directos e indirectos en su ecosistema, Microsoft habla de 7 millones… ¿Qué hay que hacer? Entender cómo funcionan estas tecnologías para formar profesionales. Hay profesiones que requieren de mayor formación y capacitación y talento y un sistema mucho más flexible. Yo apuesto por un sistema de formación profesional en el que las titulaciones se fueran revisando cada año. Y empezar a sacar nuevas titulaciones, ya.
P.: Eso genera un déficit en Humanidades y profesiones artísticas
R.: Es que no es contradictorio. Las humanidades deben estar presentes desde la base. Necesitamos más humanistas ahora que antes. Los profesionales no pueden entrar al mercado laboral sin una formación humanística. El perfil del trabajador del futuro con éxito va a ser más renacentista que barroco. Mucho más Leonardo Da Vinci, que unía el arte y las matemáticas, que Steve Jobs, que veía las cosas a su manera.
P.: Uno de los aspectos más significativos de la digitalización de nuestras vidas es la recopilación de datos. La sociedad afronta la disyuntiva entre privacidad y uso del big data como se ha visto con las reticencias de la aplicación radar covid ¿cómo debemos afrontar ese debate?
R.: Es un buen ejemplo. ¿Cuántas descargas ha habido de la aplicación? No han llegado a dos millones. ¿Cuántas hay en Corea del Sur? Todo el mundo. Allí se controló la pandemia rápidamente y aquí no. Esto plantea el dilema de si la gente está dispuesta a compartir con el gobierno, que en teoría no lo ve, los datos de movilidad y con quién ha estado. Es paradójico, porque esos datos sí se comparten con Google, con Facebook y con un montón de aplicaciones. Aquí falta formación y falta cultura. Falta entender este mundo de la privacidad, que es un asunto que ha creado el big data y la tecnología y requiere de soluciones tecnológicas. Yo hubiera explicado esto bien y hubiera necesitado tiempo para decir “por favor, descargaros la aplicación. Cuando acabe la pandemia os la quitáis, que no vamos a meter ningún troyano para seguiros”. Desde el gobierno habría que haber dado esa misma confianza, si no, estás perdido.
P.: ¿No resulta paradójico que se tenga miedo a que el estado almacene nuestros datos y sin embargo se los entreguemos alegremente a compañías privadas que comercian con nuestra información?
R.: Son dos cosas. Por un lado hay una percepción de que lo que tú le das a las empresas es a cambio de algo positivo y por otro hay un desconocimiento de lo que supone el comercio de esos datos. Y sin embargo, con el estado, la gente no tenía claro cuál era el beneficio. Pero en el mundo que yo veo, cuando el usuario comparte datos, debe saber lo que las empresas conocen del usuario y para qué lo usan. De lo contrario, estamos perdidos. Y que el usuario decida cuánto quiere dar y cuánto quiere recibir. Con el estado, debería pasar lo mismo. Si el Gobierno hubiera explicado que con esto se paraba la pandemia, 20 millones de españoles nos hubiéramos bajado la aplicación, pero no ha habido una buena labor de comunicación.
P.: Concluye el libro asumiendo que tendremos que acostumbrarnos a vivir sin certezas ni muchas de las comodidades que teníamos hasta ahora, sin llegar a describir un futuro apocalíptico, sí que aventura un futuro de incertidumbres ¿cree que seremos capaces de adaptarnos?
R.: Es que nunca más volveremos a tener esas certezas. Viene un mundo volátil y en constante cambio, pero a medidas que entendamos qué es lo que lo mueve, cómo funciona la inteligencia artificial, qué es el blockchain, qué cantidad de cosas útiles podemos sacar de estas tecnologías si las entendemos, entonces dejaremos de estar agobiados por las incertidumbres y pasaremos a ser unos optimistas. No nos queda otra que asumir que deberemos formarnos durante toda nuestra vida. Debemos tener mentalidad de niño que aprende en todo momento y no de anciano que solo busca seguridad. Ni el estado ni el sistema van a ser capaces de darnos seguridad. Busquemos la manera en que podamos vivir en un entorno volátil y hasta cierto punto hostil con cierto conocimiento para poder desenvolvernos. Si damos con la tecla, nos subiremos a un tren que nos permita generar riqueza que repartir y si no, tendremos miseria con la que sobrevivir.