Garrigues es el nombre del despacho de abogados español que se ha convertido en la primera firma del sector en la Europa Continental. Y el primer apellido del hijo y sobrino de los fundadores, Antonio Garrigues Walker. Uno de los juristas españoles más reputados, que presidió el bufete durante más de cinco décadas, pero que ha sobrepasado el ámbito legal y se ha convertido en uno de los más privilegiados observadores y analistas de la vida política y económica española.
Ensayista, dramaturgo y filántropo, publica regularmente en la prensa nacional e internacional, además de impartir conferencias y participar o asistir a los foros internacionales más importantes, como las convenciones del Partido Demócrata en Estados Unidos; y las consideradas por muchos como gobiernos en la sombra del mundo: la Comisión Trilateral, con sede en Washington y cuyos miembros, privados, de Estados Unidos, Japón y la Unión Europea buscan la creación de un nuevo orden mundial; y el Club Bilderberg, en el que participan las 130 personas más influyentes del planeta, por invitación.
Su madre, estadounidense, de ahí su segundo apellido Walker, explica la estrecha relación de Antonio Garrigues con el país norteamericano. Además, su padre fue embajador español en Washington. Actualmente ostenta la presidencia de honor del despacho Garrigues y la presidencia de la Fundación Garrigues, la presidencia de honor del comité español de ACNUR (Agencia de la ONU para los Refugiados) y de otras ONG.
Ha publicado medio centenar de obras de teatro, un libro de dibujos, otro de poesías, y en su
última obra, Sobrevivir para contarla (Editorial Planeta), somos testigos de una mirada personal a la pandemia y al mundo que nos deja , analiza el futuro tras la pandemia con realismo y clarividencia, y con un optimismo lejano a visiones catastrofistas. Aunque no se considera por ello un testigo con superioridad moral, él mismo ha padecido la infección del Covid-19, ya superada aunque de cuando en cuando le trae algunos malestares en forma de secuelas, como a tantos otros.
Va a depender mucho de si tenemos pronto una vacuna que resulte ser eficaz. Hay expertos que dicen que el virus va a estar entre nosotros hasta 2022 y otros que señalan que el próximo verano habrá terminado. Hay que saber superar este golpe con solidaridad y terminaremos teniendo una vacuna que controle sus efectos. Porque si no los controlamos, el futuro del mundo va a ser peligroso, porque tiene una derivada económica muy mala. Se ha de operar con unidad de acción, tanto a nivel europeo, como nacional. En España, a nivel político hay que recordar que este no es un tema para dudar, cuestionar o rentabilizar. La unidad y solidaridad son vitales y espero que lo mejoremos rápidamente.
En Europa, cuesta mucho desarrollar medidas para todos los países, pero si se decide a luchar contra la pandemia con unidad de respuesta, vamos a ganar por goleada; tanto en el plano económico como social, por lo que hay que hacer un llamamiento a la responsabilidad europea.
En el plano internacional, si el mundo es capaz también de operar conjuntamente contra la pandemia y vencerla, vamos a vivir un gran periodo, la globalización va a mejorar, la colaboración va a ir más allá. Si China y Estados Unidos, que son hoy quienes mandan, colaborasen, daríamos un salto de progreso magnífico. Es difícil, pero hay que soñarlo y sugerirlo.
Europa, por su parte, que lo tiene más difícil, tiene que recuperar protagonismo, el problema es tener una voz única. Aunque yo creo que terminará encontrándola. Con el eje franco- alemán, que siempre ha funcionado bien.
Quien intenta entender Estados Unidos con la visión europea se equivoca. Aquello es otro mundo. El triunfo de Biden es una de las mejores noticias que hemos tenido en este año tan difícil. Hubiera sido terrible un nuevo triunfo de Trump, que no cree en las relaciones de ningún tipo con el resto del mundo sino en la autarquía. Biden quiere fortalecer las relaciones atlánticas y con China. Si el país más poderoso del mundo no está comprometido con los problemas del mundo, tenemos un problema.
China lo ha hecho bien, tiene valor lo que han hecho. Pero lo han hecho sin libertad política. Comparar en esos términos un país autoritario con uno democrático no es justo. La juventud debe entender que sacrificar la libertad por el progreso económico es un peligro. Y que, además, las democracias pueden luchar contra los problemas mejor.
Estamos viviendo un mundo en el que la desigualdad social, tecnológica y económica es cada vez mayor y esto es un peligro en los sistemas políticos porque puede haber reacciones sociales contrarias significativas. En Europa, pero también pasa en Estados Unidos. La insatisfacción puede conducir a involuciones.
Lo que está fallando, en conjunto, son los liderazgos. Aunque parezca lo contrario, hay pocos liderazgos políticos. Y sucede lo mismo con el liderazgo cultural, social o empresarial. No hay liderazgos claros. En momentos como estos hay que salir a decirle a los ciudadanos lo que está pasando, cuáles son los problemas y reconocerles que nadie tiene la solución directa e inmediata. La ciudadanía está dispuesta a escuchar y a aceptar convivir con la incertidumbre, pero ha de tener la seguridad de que no se la engaña. Los españoles tienen la cultura suficiente para aceptar que un líder les diga que no sabe la solución, pero que se está trabajando. Un líder no puede estar en la retaguardia, tiene que estar delante. No obstante, los líderes que salen a decir dogmáticamente que saben cómo arreglarlo todo son un peligro público.
Ni tanto ni tan calvo…
La tecnología cumple una misión y la ciencia otro, aún más importante. En España hay menos investigación científica que en otros países europeos, lo que se rebela clave en estos momentos. Hay que potenciarla, no sólo por esta pandemia, sino por todo lo que está por venir en adelante; tanto a nivel de medios como de personas preparadas. En España parece que no gustase, se echa de menos.
El derecho a la privacidad, poco a poco, se está minusvalorando. Debemos todos reaccionar contra el oligopolio y las empresas tecnológicas, por su parte, darse cuenta de que cuanto más poder se tiene, más responsabilidad se asume. No se ha de usar ese poder para controlarnos ni, sobre todo, para hacer negocio en beneficio propio con nuestros datos. En los países anglosajones ya hay un gran debate abierto sobre estas cuestiones, que debemos seguir de cerca porque afectan a la dignidad del ser humano. El poder corrompe siempre y, como dijo Lord Acton, el poder absoluto corrompe absolutamente. Y nos engañan fácilmente porque nos hemos acostumbrado a usar dispositivos en los que nos bombardean con información. Aunque también tiene su vertiente positiva, porque es admirable la capacidad que proporcionan para estar bien formados e informados. Creo que hay que encontrar el equilibrio adecuado.
El papel de la tecnología va a aumentar, como vemos con el teletrabajo, y conviviremos con ello. Pero la relación humana debería seguir teniendo un papel importante. Algo que está perdiendo en esta pandemia son los afectos, el abrazo, la palmada en la espalda… Yo soy optimista, prefiero serlo, y no quiero dejar de serlo. Es una actitud práctica, porque la capacidad de lucha aumenta. Esta pandemia nos está afectando no sólo a la economía, sino de tal manera a la convivencia social y a los afectos, que cuando todo esto termine creo que va a venir una euforia sensacional, contagiosa, una época muy alegre, muy buena; no sólo por el consumo para la economía, sino para la innovación, la creatividad, el emprendimiento.