Parece que nadie en nuestra sociedad estaba preparado para una cuarentena como la que estamos viviendo desde el pasado 15 de marzo. De hecho, dependiendo de con quién te haya tocado confinarte, está siendo un reto diferente que dejará huella... ¿Con la familia? Puede suponer el acercamiento tras años de relaciones despegadas y automáticas o el hastío que provoque la desconexión final del núcleo familiar. ¿Con compañeros de piso? Una marca de fraternidad eterna o un calvario que te hará querer vivir solo aunque sea en el zulo más oscuro disponible a tu bolsillo. ¿En pareja? La prueba irrefutable de que estáis hecho el uno para el otro o la señal de que hay que salir corriendo en cuanto el Gobierno dé el pistoletazo de salida a la libertad.
Yo hace 14 años emprendí un viaje con el que hoy sigue siendo mi pareja. Digo lo del viaje porque nos conocimos en una parada de autobús, no por la metáfora, que también. Y la ruta de ese transporte nos ha llevado a un encerramiento obligatorio durante no-sabemos-bien-cuántas semanas. Nosotros, que ya creíamos saberlo todo el uno del otro, ahora nos vemos atrapados entre cuatro paredes con la incertidumbre por bandera. Y eso es un desafío al que ninguna pareja está preparada para enfrentarse. Porque al menos haces tus cábalas cuando algún indiscreto pregunta eso de ¿para cuándo la boda?, ¿no vais a tener hijos?, ¿os vais a comprar una casa? Pero nadie te hizo nunca la pregunta que te permitiera mentalizarte con la situación a la que ahora te enfrentas: ¿soportaría la pareja un confinamiento?
Dicen que en China, que nos llevan semanas de ventaja en esto de confinar, han aumentado el número de divorcios tras su encierro, después de que algunos hayan visto de qué pasta estaba hecha la persona que dormía a su lado. Y es que, en una cuarentena en pareja no hay máscaras, no hay ratos de desahogo, no hay escapatorias con los amigos, no hay posibilidad de echar de menos, no hay rutinas sin que levantes la mirada y esté ahí esa persona a la que un día decidiste agarrarle la mano y no soltársela. Sois tú y tu pareja, el uno y el otro, 24 horas seguidas, con las manías, las risas, los llantos, las preocupaciones, los deseos y las obligaciones metidas en una olla a presión de la que puede salir el mejor cocido o la explosión final que lo salpique todo.
Menuda prueba de fuego. Nosotros que este año íbamos buscando ese viajecito "los dos solos, en mitad de la nada, aislados del mundo" y al final nos hemos encontrado con un encierro "los dos solos, en mitad de todo, aislados del exterior". Hemos pasados de esos mojitos en un chiringuito playero a compartir todavía más platos sucios en la pila para fregar, y de abrazarnos viendo un atardecer en la costa a separarnos en habitaciones diferentes para darle al otro el rato de intimidad que necesita. Todo un 'lo que pides por internet versus lo que te llega' en versión sentimental, vaya.
Tras un número ilimitado de días confinados en pareja la rutina pesa y aquí es cuando te la empiezas a jugar. Ya no hay un "vámonos de cena para distraernos" ni "unas compritas que alteren el estado de ánimo", ni siquiera un mísero "damos un paseo para despejarnos". Ahora hay encierro, convivencia, miradas de asfixia por la ventana, y ante esto solo nos podemos servir de dos recursos que siempre han estado ahí y que ya funcionaban antes de cerrar por dentro la puerta con llave: comunicación y empatía.
El primero es fundamental. Se habla, no siempre, pero se habla. De mí, de él, de nosotros, de los sueños y las pesadillas, y de cualquier cosa que suponga una piedra en el camino. Los puertos de esa comunicación pueden que no sean agradables. Alguna discusión incontrolada, algún pensamiento con el que no estés de acuerdo o una reflexión que cueste digerir. Pero exteriorizarlo siempre ayuda a saber qué pasa por la cabeza del otro, evitar conjeturas innecesarias e intentar aportar algo valioso si está en tu mano.
El segundo recurso, la empatía. Puede que tú estés hecho una mierda, pero la persona que tienes enfrente igual está peor. Ese ejercicio, tan necesario en el día a día de la ahora anhelada rutina, puede salvar un mal día en la relación y ayudar a encaminar un momento de debilidad. Y lo más importante, puede que en un momento dado lo único que tengas que hacer es no hacer nada, porque cuando la relación empieza a tener varias temporadas, te das cuenta de que no siempre estar encima de tu pareja es la mejor opción para ayudarle.
Hay más trucos, que se intercalan en los pequeños detalles y que ayudan a que todo sea más fácil. Como en cualquier convivencia, ya he aprendido a que no hay que esperar más de la cuenta para fregar el baño si sé que me toca a mí, que preparar una infusión de vez en cuando se agradece o que hay veces en que tengo que ceder en ver esa película juntos que yo jamás decidiría ver en solitario. Incluso hay quién pediría que no tirara demasiado del edredón por las noches, porque ya sé que le destapas aunque sea sin querer, pero todos sabemos que hay cosas que ni el confinamiento puede cambiar. ¿Ves? Bendita empatía.
Sí, agobia pensar que el encierro pueda pasar factura porque es casi imposible creer que vayamos a ser los mismos después de esto. Pero eso no quiere decir que vayamos a ser peores, ni débiles, ni tóxicos. El confinamiento nos puede dar fuerza, resistencia y seguridad, como individuos, como sociedad y también a nivel de pareja si ese ha sido el caso, uniéndote aún más al compañero de viaje.
Si la pareja sobrevive (que nadie se alarme, vamos por buen camino), estaremos un paso más cerca de convertirnos en esos adorables ancianitos que celebran con ternura sus infinitos años juntos: "¿Te acuerdas cuándo estábamos encerrados y tú no limpiabas nunca el baño?". "Pues a ti bien que te costaba fregar los platos", así me lo imagino mientras nos reímos y damos ese paseo para despejarnos que no podemos dar ahora.
Porque nada de hijos, hipotecas o bodas, el confinamiento que nos ha tocado vivir está siendo, aunque no nos demos cuenta, el gran reto de nuestra relación. Incluso diría algo más. Es la verdadera prueba de resistencia de todas aquellas parejas que les haya tocado sobrellevarlo bajo el mismo techo. Parece una frase demasiado intensa pero, recordad, todo se magnifica en un encierro.