Hace un mes que me despedí de Ramón. Esta vez no fue en la estación de autobuses ni hubo lágrimas. Total, nos íbamos a volver a ver en dos semanas. ¿Por qué hacer entonces un drama? Recuerdo que por tratar que ese momento fuese más llevadero, le di un beso rápido. Una forma de decirle "si te veo en nada y menos". Y eso es lo que yo creía porque lo ponía en nuestro calendario, en las fechas que ya teníamos señaladas con antelación. Desde luego que no las íbamos a cambiar. Todo era perfecto para que las ausencias no pesaran demasiado. Un mecanismo de defensa cuando no queda otra que vivir separados.
Sin embargo, el plan falló. El Gobierno decretó el 14 de marzo el estado de alarma. La famosa curva de contagios por coronavirus estaba aumentando de forma considerable y la única solución pasaba ya por quedarnos en casa. No salir, no viajar, no ver a nuestra gente... Un sacrificio grande, pero el único efectivo para frenar el avance del virus. Esa gráfica que cada día nos duele más y que miramos con la esperanza de que baje que depende de nosotros, de nuestra responsabilidad. Empezar a entender eso me hizo ver que Ramón y yo tardaríamos mucho más de dos semanas en vernos.
Él en Almería. Yo, en el piso alquilado que hasta hace bien poco compartíamos. Una casa pequeña en el barrio madrileño de Tetuán para vivir sola la cuarentena. Más allá de esta nueva convivencia conmigo misma, el cambio ha sido grande y en poco tiempo. Primero, por un trabajo (el suyo) que obligó a la separación temporal y después por el coronavirus, que ha hecho que la prueba suba un nivel más de dificultad.
Seguramente pasarán muchas semanas hasta que volvamos a vernos. De normal, prefiero no pensarlo mucho porque soy consciente de que esta vez batiremos récord. ¿Cuántos días podremos estar sin darnos un abrazo? He hecho hasta una porra y es ahí cuando el viaje en montaña rusa que llevo se precipita hacia abajo sin darme tiempo a echar el freno. Una caída libre que luego una simple videollamada hace que remonte.
Porque ahora no hay calendarios ni previsiones de fecha. Tenemos que aprender a gestionar lo de echarnos mucho de menos y, en definitiva, a amar como exigen los tiempos del coronavirus: desde lejos.
De un mes a otro nos ha cambiado la vida. El mundo se ha parado y nos asomamos a él desde las ventanas. Desde una de ellas estoy yo mirando y Ramón me dice que le cuente lo que veo. Yo le describo la plaza que lleva meses vallada (y que sigue lógicamente igual). Le cuento este nuevo mundo de fuera: los bailes que se pegan en la terraza los vecinos de enfrente, el que saca la guitarra el sábado y nos da un concierto o cómo el de arriba no se cansa nunca de animar. ¡Es alucinante! Unas veces saca una lámpara por la ventana para iluminar todo o un micrófono con el que da gritos de ánimo. Esas antes eran también sus vistas, pero no sabíamos nada de ninguno de ellos.
En esa llamada que puede durar horas, nos contamos cosas muy básicas. Como por ejemplo: lo que hemos comido ese día, que es una cuestión muy importante, o si hemos hecho algo de ejercicio. El grado de interés de los detalles lo medimos ahora de manera diferente.
A algunos, el confinamiento les ha pillado juntos y están conviviendo las 24 horas. En nuestro caso no es así y hemos vuelto al principio de todo: a las conversaciones eternas, a pintarme la raya del ojo porque tengo una 'cita' por videollamada y a hacer muchos planes para cuando podamos reencontrarnos.
Mientras tanto se suceden los días con las mismas rutinas y preguntas. Un día es él el que va al súper y me cuenta su aventura en la calle, y otro día soy yo la que se atreve. En su ciudad todavía mantienen los ánimos con la crisis del coronavirus. Se puede decir que respiran hasta aliviados por estar en la esquinita sureste de España y no demasiado bien comunicados. Sus casos siguen subiendo (al escribir esto van por 130 positivos en la provincia) pero todavía el virus no está descontrolado. En total, en España, ya se han sobrepasado los 64.000 contagiados.
Muy diferente es el escenario en el que yo me encuentro. Salir a la compra por necesidad en Madrid da miedo. Eso Ramón me lo nota por teléfono y aprovecha la llamada para recordarme todas las precauciones que dicen en la tele. Yo veo que siente impotencia porque estoy sola en "nuestra casa" y trata desde lejos de cuidarme. No hay noche que me diga si está bien cerrada la puerta con llave y yo le responda lo de siempre: "Está cerrada. No he salido a la calle".
El reto romántico de sobrevivir a la distancia en pareja tiene también un efecto estresante. La comunicación tiene que ser "lo más eficaz, precisa y positiva posible", tal como apuntan los consejos de los psicólogos para que todo lo que se ha construido no se venga abajo. No es momento para reproches o para tener piques por cualquier cosa. Es una situación anómala, en eso estamos todos de acuerdo, pero debemos de intentar que además de esa distancia física impuesta, no nos alejemos también en lo emocional.
Eso no significa que tengamos que estar hablando todo el rato. No vaya a producirse el efecto contrario y terminemos con ansiedad. Hay momentos para todo, pero una nota algo dentro cuando necesita escuchar la voz o las palabras de la persona que, quizás, mejor la conoce y está lejos.
Buscamos el contacto virtual. Aprovechamos la hora de la comida que es cuando se hace la parada del teletrabajo y, sobre todo, por la noche. Las videollamadas a través de apps videollamadas a través de apps que antes apenas usábamos y que ahora utilizamos para todo. Incluso nos estamos aficionándonos a jugar a juegos online con los que nos entretenemos haciendo nuevos horarios y rutinas.
El sexo (del que también hay que hablar) ha pasado a un segundo plano. Se piensa, claro está, pero hay que reconocer que ahora nos mueve más el lado emocional. Librar esta batalla con la incertidumbre que no se sabe cuánto va a durar hace que tengamos que dosificar las fuerzas y también las prioridades. Ya habrá tiempo para fiestas y reencuentros pasionales.
Esto pasará tarde o temprano. Serán unas semanas indeterminadas de cuarentena y, después tocará montar todo poco a poco. Eso incluye a nosotros mismos que, con el confinamiento estamos cambiando. La distancia sin fecha nos ha hecho ver lo que realmente queremos y, desde luego, que a partir de ahora todo lo que venga en adelante, no vamos a dejar que nos pille tan lejos.