Las semanas de confinamiento, que ya empiezan a no distinguirse unas de otras en la memoria, dejaron algunas secuelas en parte de la población. La incertidumbre inicial, que llevó a algunas personas a arrasar con el papel higiénico de los supermercados en imágenes que ahora resultan cómicas, se convirtió en el elemento principal de la vida cotidiana. No sabíamos cuánto tiempo íbamos a estar sin salir de casa, a unas calles vacías de las que un enemigo microscópico e invisible nos expulsaba. En vez de darme por hacer pan de centeno en casa, esta situación extraordinaria me trajo dos nuevos compañeros de cama: el insomnio y la ansiedad.
Aunque había experimentado ambas cosas antes, con el inicio del confinamiento mis horas de sueño se redujeron al máximo. Aunque me notaba cansado, no era capaz de dormirme. En la cama yo me sentía tranquilo, pero el corazón me iba deprisa: estaba tumbado en la oscuridad pero el pecho me batía como si estuviera haciendo ejercicio. Noche tras noche, irse a la cama se fue convirtiendo en una pesadilla. Sabía que por más cansado que estuviera no iba a ser capaz de dormirme. Alguna noche tenía más suerte, pero de media podía ver pasar tres o cuatro horas sin lograr caer rendido.
Probé todos los remedios que conocía o que me aconsejaban: infusiones relajantes, melatonina del herbolario, una almohada para las piernas (que se supone facilita el sueño porque coloca mejor el cuerpo), aceite de cannabis… Mientras no se pudo salir a hacer deporte, me esforcé también por cansarme con clases online y ratitos de yoga. Nada funcionó.
Le conté todo esto a mi médica de cabecera. Me comentó que era una situación que se estaba dando mucho y que, como ya había probado a combatir el insomnio sin éxito, me recetaría un medicamento para atajar la situación. Así es cómo el famoso lorazepam llegó a mi vida.
He hablado con Ricardo Angora, psiquiatra y vocal del Ilustre Colegio Oficial de Médicos de Madrid, para conocer de la mano de un experto el proceso por el que he pasado. Aunque no hay aún datos para valorar si ha aumentado el consumo de ansiolíticos durante la cuarentena, el Doctor Angora cree que "la situación social que se está viviendo y las dificultades de relación y socioeconómicos son factores de riesgo para aumentar el estrés. No a todo el mundo le afecta por igual, hay quien lo lleva mejor por su personalidad o porque han aprendido técnicas y habilidades para combatirlo. Las personas más vulnerables desarrollan alteraciones psicológicas como la ansiedad".
Cuando el lorazepam entra en el torrente sanguíeno, se produce "una depresión del sistema nervioso central. Tenemos unos trasmisores que provocan activación y otros que provocan sedación o depresión. Las benzodiacepinas como el orfidal estimulan estos últimos, lo que provoca una disminución de la actividad, porque la ansiedad provoca una hiperactividad del sistema nervioso central. La persona está híper alerta, vigilante".
Ese es el estado que me ha tenido tantas horas en la cama sin poder dormir: el cerebro no desconecta, te sientes siempre a punto de echar a correr o de escapar de un peligro. La noche de mi primer lorazepam, al nerviosismo general se unió el hecho de introducir algo en tu organismo que no sabes cómo va a afectarte. Pero, al menos en mi caso, el éxito fue inmediato. A partir de esa noche, y durante las dos semanas que lo estuve usando, pude por fin descansar, aunque con sueños raros y muy vívidos.
Mientras dormimos, explica el doctor, "la actividad cerebral sigue funcionando, se producen pensamientos, que tienen que ver con las vivencias del día. Cuando estamos estresados, esas vivencias son más intensas. Tener sueño más vívidos está relacionado con el consumo de psicofármacos, que producen esta sensación porque interfieren en las fases del sueño". Quizás por eso, este medicamento se receta más bien "para combatir la ansiedad general. Hay otros medicamentos más eficaces para el insomnio y que alteran menos el factor del sueño, como el zolpidem o el stilnox".
Todos hemos oído hablar de los posibles efectos secundarios y de la adicción que generan estos medicamentos, lo que puede provocar que nos acerquemos a ellos con una cierta precaución. Pero como me dijo mi médica, precisamente para situaciones como esta existen los ansiolíticos. ¿Qué hay de cierto en el peligro de adicción?
Para generar dependencia hay que "tomar el medicamento en dosis altas y durante tiempo", aclara el doctor Angora. "La OMS recomienda no tomar las benzodiacepinas más de tres semanas, y eso lo que tendríamos que trasladar al público general. Pero aunque se tomen más tiempo, si es a dosis bajas, se pueden mantener. Más de tres meses desde luego no es aconsejable. Para retirar el medicamento hay que hacerlo en desescalada, porque si no produce un rebote. El insomnio y la ansiedad vuelven a aparecer si uno deja la medicación de golpe".
La vigilancia médica es fundamental porque, además, "estos fármacos producen tolerancia. Cuando se ha tomado unas semanas, los receptores que antes señalábamos se acostumbran, y el efecto es menor. Hay que ir incrementando la dosis para lograr el mismo efecto, aunque a partir de determinado momento da igual que se aumente porque el efecto ya no crece".
La automedicación y el mercadeo de pastillas con el círculo cercano es casi una tradición con los ansiolíticos. Angora es claro al explicar que "el consumo debe estar siempre pautado, porque si le das tus pastillas a otra persona para mejorar su salud mental, puedes agravarla. Pueden desarrollar dependencia o trastornos cognitivos que sean mayores que la ansiedad o el insomnio que tiene tratar".
Algo que les resulta familiar en la consulta: "nos remiten personas que necesitan un especialista por los problemas que les ha provocado la automedicación. Tenemos que lograr una desescalada estable desde el punto de vista psicológico para lograr acabar con la dependencia. Hay que tener en cuenta que, tras el alcohol y el tabaco, estos medicamentos son las sustancias psicoactivas que más de consumen".
Tras dos semanas de empuje extra a los brazos de Morfeo, he sido más o menos capaz de recuperar un sueño normal. La desescalada social y los primeros compases de la nueva normalidad pueden suponer también un reto para la estabilidad y la salud mental de muchas personas, así que está bien saber que, a pesar de la fama de peligrosos que pueden tener, existen medicamentos que nos ayudan a regular el estado de ánimo cuando este escapa a nuestro control. Y que, al contrario de lo que sientes viendo pasar las horas una tras otra sin poder dormir, una mala noche no dura para siempre.