Elisa T. F. siempre tuvo claro cuál era el trabajo de sus sueños: jueza. Para conseguirlo, se matriculó en derecho en 2013, terminando la carrera en 2017 con mucho optimismo e ilusión. Ese mismo año se apuntó a una academia y comenzó a preparar las oposiciones a Juez y Fiscal. “Pocos se la sacan a la primera, pero yo tenía esperanza”, comparte con nosotros la joven de 27 años.
No fue así. “No saqué plaza. Quedé en muy mala posición, pero bueno, me lo tomé como una motivación para estudiar más”, confiesa. El siguiente año, la ansiada plaza tampoco llegó. “En 2019 lo pasé peor que nunca, porque fue un año en el que renuncié a absolutamente todo para estudiar. Solo salía de casa para ir a la academia. No tenía vida social y no me permitía descansar ningún día de la semana. Los domingos los dedicaba a hacer exámenes”, se lamenta. “Ahí te das cuenta de que en una oposición el esfuerzo no se ve recompensado, porque influyen muchas cosas más”.
Decidió no tirar la toalla, y llegó el coronavirus, algo que paralizó al mundo pero que para ella, paradójicamente, supuso un respiro: “Como la gente no salía de casa, no me sentía culpable por estar estudiando”. Dedicó todos esos meses a preparar la siguiente convocatoria, en la que tampoco obtuvo el resultado deseado. “No me derrumbé como el año pasado, que estuve sin salir de la cama días, pero sí que es verdad que este año me terminó de destrozar. Mis padres no lo saben y no quiero que se enteren para no preocuparles, pero psicológicamente empecé a tener muchos problemas”.
Esos problemas siguen presentes a día de hoy, motivo por el cual Elisa comenzó a ir a terapia psicológica. “Estoy mejor, pero sigo yendo al psicólogo. Y también sigo preparándome las oposiciones. No le diré nada a mis padres de cómo he estado hasta que consiga plaza, porque quiero que sientan que el sacrificio ha merecido la pena”, afirma.
Al preguntarle cuál ha sido el sacrificio, lo tiene claro: “Renuncias a toda tu vida. Pierdes a gente porque no la puedes ver, y te duele, pero entiendes su postura. Yo tenía pareja en 2017, cuando empecé a estudiar. Acabamos dejándolo porque tu prioridad pasa a ser estudiar. Dejamos de vernos y cuando nos veíamos yo estaba cansada y de mal humor”.
Preparar una oposición es un camino muy duro. Implica paralizar tu vida durante varios años para trabajar estudiando sin obtener ninguna remuneración económica y, sobre todo, sin saber a ciencia cierta si vas a conseguir tu objetivo: la plaza.
Esta responsabilidad se mezcla el primer año con la ilusión. Te emociona la idea de trabajar y cumplir tu sueño. El problema es que con los años, es habitual sentirse frustrado. Surge entonces el llamado síndrome del opositor, caracterizado por:
“Te conviertes en una versión horrible de ti mismo y te sientes muy culpable porque sabes que está mal”, reflexiona Elisa. “Mis amigas conseguían trabajo, se echaban pareja, se independizan, algunas ahora hasta se están planteando tener hijos. Y tú sigues teniendo la misma vida que cuando estabas en la universidad. Vivo con mis padres, dedico todo mi tiempo a estudiar y no tengo perspectivas de futuro porque es o la oposición o nada. Así que te sientes fracasada y no puedes evitar compararte, y como al compararte sales perdiendo sí o sí, pues te enfadas. Le coges manía a gente que te quiere y no te ha hecho nada. A amigas que solo quieren lo mejor para ti. Cualquier cosa que te digan te lo tomas a mal. Y las envidias mucho, pero como no quieres afrontar eso, lo ocultas y te alejas. Y te ves sola. Es muy duro sinceramente”.
Este cúmulo de aislamiento, frustración y autoexigencia hizo que Elisa desarrollase un cuadro mixto de depresión y ansiedad. “La psicóloga me decía que tenía que frenar y permitirme descansar. Mis padres también. Tienen razón, pero no podía. Yo me he exigido tanto que he acabado petando. He tenido crisis de pánico de paralizarme en el suelo pensando que me iba a morir. Y episodios de depresión de no tener ganas de hacer nada, obligándome a estudiar cuando era lo que me estaba matando”, recuerda.
Ahora, Elisa vive la oposición con más calma, permitiéndose descansar y, sobre todo, cuidando su salud mental y su vida social. “Puedes saberte el temario a la perfección, pero si mentalmente estás mal, no vas a sacar plaza. La cabeza te boicotea, lo sé por experiencia”.