La envidia es un sentimiento que todos experimentamos alguna vez en la vida, y es que pese a ser parte de nuestro diccionario emocional o ‘emocionario’, la consideramos como un tabú, algo indeseable que debemos reprimir porque está socialmente mal visto.
Esta necesidad de acallar una emoción básica es todavía más fuerte cuando atañe a personas cercanas y motivos cotidianos. Una cosa es sentir envidia hacia Las Kardashians por tener más dinero del que cualquiera podría necesitar o hacia la influencer de turno porque le regalan viajes, muebles para su casa y ropa divina de la muerte. Pero, ¿y qué ocurre cuando sientes envidia hacia tu pareja, tus compañeros de clase o tus amigos? Esta situación es sin duda más habitual, pero nos da mucha vergüenza vivirla.
La envidia no es una emoción negativa, sino una respuesta natural que surge entre los 2 y los 4 años de edad. Su función es hacernos conscientes de lo que no tenemos e incentivarnos para lograrlo. Sin embargo, para ello es necesaria una comparación social. Necesitamos referentes, y generalmente los encontramos en nuestro círculo social.
Como hemos visto, la envidia se sustenta en lo que queremos, pero no tenemos. ¿Y qué deseamos los jóvenes hoy en día? Estabilidad económica y emocional.
Las generaciones millennial y centennial se encuentran inmersas en un momento social muy precario. Hay poco trabajo y en muchos casos nos vemos obligados a elegir entre emigrar o aceptar un contrato abusivo. Muchas personas acumulan másteres y cursos que, si bien aportan una formación excepcional, caen en saco roto en los procesos de reclutamiento laboral. Otras se preparan durante años oposiciones muy duras o con pocas plazas por aspirantes.
En este contexto es inevitable sentir cierta envidia hacia quienes consiguen el trabajo de sus sueños, quienes tienen un contrato indefinido a sus veinte o treinta años, y quienes aprueban la oposición.
Es también natural sentir un poco de “pelusa” cuando un amigo se puede comprar una casa (o vive desahogado de alquiler), cuando no necesita hacer malabares económicos para salir a cenar fuera y mantenerse el resto del mes, o cuando se puede permitir viajar.
¿Y qué ocurre cuando la envidia se escapa de lo económico? No todo es dinero, y muchos viven en primera persona el recelo hacia una persona que tiene una relación de pareja idílica, una familia de película o muchos y muy buenos amigos. Esa emoción es todavía mayor cuando no tienes esa suerte y tus anteriores relaciones de pareja han sido tóxicas, tu familia es completamente disfuncional o tienes pocos amigos y te sientes solo.
La emoción de la envidia no surge de la nada, sino que sigue un proceso. Este proceso se conoce como el ciclo de la envidia:
1. Existe un deseo frustrado
Algo que quieres, pero que no tienes. Este es un requisito indispensable para que surja la envidia. Si a ti no te gustan los coches, te da igual que tu vecino tenga un Lamborghini.
2. Otra persona tiene lo que tú deseas
Esa persona puede ser alguien cercano o un desconocido (por ejemplo, el ganador de la lotería) o un famoso.
3. Surge un sentimiento de inferioridad
Nos entristecen nuestras carencias y nos sentimos frustrados por no tener lo que deseamos y otra persona posee.
Es aquí donde el ciclo de la envidia toma dos direcciones, la que da lugar a la envidia considerada como “mala” y la que genera una envidia “buena”.
Le envidia que se considera como “mala” es aquella que produce:
4. Resentimiento hacia la otra persona
Cuando surge la envidia es muy complicado hacer un trabajo de autoconocimiento y preguntarnos por qué nos sentimos así. La respuesta más superficial y dañina es responsabilizar a la otra persona, enfadarnos con ella y cuestionar el camino que ha seguido hasta conseguir esos logros. “Seguro que conoce a alguien en la empresa y por eso le han contratado”, “parece que su relación es perfecta pero no es oro todo lo que reluce” o “fijo que ha aprobado la oposición por suerte” son algunos de los pensamientos que surgen por ese resentimiento mal gestionado.
5. Resentimiento global
Muchas veces no solo juzgamos a la persona, sino que acabamos culpando a aspectos más abstractos y complejos. “Este país es una mierda y sólo contratan por enchufe”, “no puedes enamorarte de alguien a quien conoces por Tinder, seguro que acaban dejándolo” o “seguro que las oposiciones estaban amañadas” son algunos ejemplos.
6. Culpabilidad
El resentimiento muchas veces es inevitable, pero desde pequeños hemos aprendido que está mal ser rencorosos. Por eso automáticamente etiquetamos esa emoción y los pensamientos que la acompañan como “moralmente reprochables” y nos sentimos culpables por haber pensado mal de alguien o de la sociedad.
Existe una etapa final que no siempre logramos alcanzar y que coloquialmente se conoce como la envidia “buena”.
7. Identificación y estimulación.
Nos preguntamos qué tiene esa persona que no tengamos nosotros. Analizamos sus circunstancias y las nuestras, y aprendemos de ello para poder lograr nuestras metas o, si eso no es posible, ajustar las expectativas y modificar ligeramente lo que queremos para no frustrarnos.
Esta envidia “buena” muchas veces aparece después del sentimiento de inferioridad, pero también puede surgir tras ese proceso de resentimiento y culpabilidad que acabamos de ver. Por lo tanto, carece de sentido etiquetar esta emoción como “buena” vs. “mala” porque a menudo forman parte del mismo ciclo.