Estamos acostumbrados a que las películas inoculen en nosotros esa imagen histérica de las turbulencias en los vuelos, con balanceos violentos del avión, compartimentos superiores que se abren y gente que reza desesperadamente, llama por última vez a sus hijos para cantarles una nana y se tapa la cara con las manos.
Con todo, la ficción miente casi siempre, o no suelen servirle para su propósito las cifras y los datos que demuestran lo seguro que es volar en avión, uno de los métodos de transportes más fiables, como prueba la escasísima cantidad de accidentes mortales que suceden cada año. De cada millón de vuelos, apenas uno o dos se estrellan. 2023 fue uno de los años más seguros para la aviación, según recogen los datos de la Asociación Internacional del Transporte Aéreo en su informe anual: con una tasa de accidentes del 0,8 por cada millón de vuelos
Hace escasas semanas, la noticia de un trayecto entre Phoenix y Oakland que sufrió el conocido como ‘balanceo holandés’ llamó la atención sobre este curioso fenómeno.
¿En qué consiste?
Un balanceo holandés es un tipo de turbulencia en la que el morro del avión realiza un movimiento ondulante, muy parecido al de un 8, que rompe la estabilidad. La Administración Federal de Aviación lo describe como “una oscilación lateral y una oscilación direccional que se acoplan dinámicamente, pero no son seguras”, y suele darse cuando se combinan algunos factores: baja velocidad de la aeronave, altitudes elevadas o una respuesta lenta de los sistemas de estabilización automática. Es más habitual en los aviones con alas de flecha y cola pequeña. La compañía Boeing explica que suelen causarlo las ‘acciones asimétricas’, desde la dirección del viento a las órdenes del piloto.
Al principio, el avión experimenta una ligera ‘guiñada’, un movimiento alrededor de su eje vertical. Este balanceo hace que el morro de la aeronave se desplace de izquierda a derecha. Debido a la forma y el diseño, la guiñada provoca un alabeo sobre el eje longitudinal, ya que la aerodinámica de las alas desequilibra las fuerzas laterales. Este alabeo, a su vez, genera otra guiñada en la dirección opuesta. El proceso se repite, creando un patrón oscilante que puede persistir hasta que los pilotos corrijan el rumbo.
Evidentemente, estas oscilaciones son percibidas por los pasajeros como algo inquietante y desagradable. Los movimientos del avión se van volviendo más y más incómodos a medida que el balanceo aumenta, y puede alcanzarse un punto crítico si la carga aerodinámica en la estructura supera ciertos límites. Para tranquilidad del respetable y de los propios viajeros que se dirigían a Oakland (y llegaron sanos y salvos), los expertos aclaran que una gran mayoría de aviones modernos cuentan con herramientas e instrumentos para mitigar el efecto del ‘dutch roll’, como los amortiguadores de guiñada, integrados en el sistema de control de vuelo del avión para detectar y contrarrestar automáticamente las oscilaciones del eje vertical, o el diseño de las alas, con cambios en el ángulo de flecha o la adición de superficies de control adicionales. Además, los pilotos reciben formación específica para reconocer y corregir manualmente este movimiento de 8, sin más percances que el mareo puntual, los rezos y la ligera sensación de 'vamos a morir todos'.