¿Una persona es más feliz cuando adelgaza? No siempre, y es que cuando odias tu cuerpo con 10 kilos más, puedes seguir odiándolo con 10 kilos menos
La psicóloga Marina Pinilla da siete recomendaciones para cuidar tu cuerpo sin desatender tu salud mental
Tenemos muy metido en la cabeza que para ser felices, tenemos que estar delgados. Esta mentalidad se crea desde que somos pequeños y es que, independientemente de la familia en la que crezcamos o de los amigos que nos acompañen en la vida, todos vivimos en una sociedad gordófoba. En otras palabras, está mal visto estar gordo.
Gordofobia y autoestima, la historia de Erica (25 años)
Erica tiene 25 años y, tal y como ella recuerda, vive en guerra con su cuerpo desde la adolescencia. “Engordé con 11 años, cuando me bajó la regla. Ahí me di cuenta de que no encajaba. No podía comprar ropa de niña de mi talla, no había chicas como yo en las series ni películas que veía y no tenía el apoyo de mi familia. Nadie me ayudó a entender mi cuerpo”. Sus padres la forzaron a ponerse a dietas restrictivas y durante más de diez años, ha arrastrado problemas con la comida.
“Durante mucho tiempo todos los días eran igual. Me despertaba y no desayunaba. Como durante el día estaba ocupada, comía poco y me sentía orgullosa porque así adelgazaría. Luego por la tarde me entraba la ansiedad y por la noche tenía atracones. Mi madre me veía comer poco, ella me animaba a eso, y por supuesto no sabía nada de los atracones porque me daba vergüenza”, comparte Erica. Con 23 años se mudó para estudiar en otra ciudad y adelgazó. ¿Fue más feliz? Todo lo contrario.
“Mi autoestima se hundió porque no había cuidado mi salud mental en toda mi vida. Siempre me había odiado y pensaba que delgada sería feliz. Fui delgada, me miré al espejo y no sabía quién era. No me reconocía. La gente me trataba diferente, todos me decían que estaba guapísima, y me dolía pensar que los que ahora me piropeaban, antes me rechazaban. Entre en un bucle de autoexigencia, de aspirar a la perfección y de odiarme cada mañana. Me miraba en el espejo y odiaba mi piel, mi cara y las estrías. No era feliz y empecé la terapia psicológica”, recuerda.
Han pasado dos años y Erica por fin es feliz en su cuerpo, pero, sobre todo, en su cabeza. “Trabajar tu físico sin cuidar tu mente es cavar un agujero. Y trabajar tu físico por gustar y encajar, es hundirte en ese agujero. Si te planteas adelgazar, ganar músculo o lo que sea, hazlo solo porque es lo que tú quieres, no porque es lo que otros te obligan a hacer. Y si decides cambiar tu cuerpo, cambia también tu mentalidad. Ese es el consejo que nadie me dio y que me habría encantado escuchar”, reivindica Erica.
Consejos para cuidar tu cuerpo (y tu salud mental)
No confundas esfuerzo con tortura. Hay cambios en la rutina que implican constancia y esfuerzo, pero eso no significa que debas renunciar a tu felicidad por comer sano o por hacer ejercicio. Si detestas la pechuga de pollo a la plancha y todos los días tienes que comerla, llegará un punto en el que no podrás mantener esta pauta. Lo mismo ocurre con el ejercicio: si te obligas a correr todos los días y lo odias con todas tus fuerzas, llegará un día en el que te quedarás en el sofá.
Deja la culpabilidad fuera del proceso. Como acabo de explicar, cuando “cuidarte” se convierte en un castigo, es normal renunciar a ciertos hábitos. Ni es culpa tuya ni eres una persona vaga ni tienes poca fuerza de voluntad: es que estás torturándote y tu cabeza te pide una pausa. Por eso es importante que los hábitos saludables te gusten, es decir, hacer recetas que te resulten ricas (además de nutritivas) o hacer una actividad física que te motive desde el principio.
Pregúntate por y para quién quieres cambiar. Hay dos tipos de motivaciones: internas y externas. Las motivaciones externas son aquellas que surgen para complacer a otros o para encajar en la sociedad. Por ejemplo, querer adelgazar para ligar o para entrar en una 38. Este tipo de motivaciones externas a corto plazo nos mantienen alerta, pero a largo plazo nos frustran y destruyen nuestra autoestima.
Busca tus propias motivaciones internas. Es decir, cuídate porque te quieres, no porque te odias. Trabaja tu cuerpo porque quieres disfrutar de él, no porque quieres castigarlo. Come sano porque quieres nutrirte y mejorar tu salud física (tienes menos problemas digestivos u hormonales, la piel más suave, el pelo se te cae menos…), no porque quieres destruir tu grasa. Haz ejercicio porque quieres tener más energía y cansarte menos, no porque quieres adelgazar rápidamente.
Convierte tus motivaciones internas en indicadores de logro. A medida que pase el tiempo, analiza si estás logrando cuidar tu cuerpo en base a las motivaciones internas. ¿Tienes más autoestima? ¿Sientes que estás nutriendo tu cuerpo? ¿Ha mejorado tu salud física? ¿Tienes más energía? Si la respuesta es “no”, conviene modificar tus hábitos y empezar a cuidar tu salud mental.
Pide orientación psicológica si la necesitas. Si durante toda tu vida has odiado tu cuerpo y eres incapaz de cuidarlo desde el amor y no desde la crítica, pide ayuda profesional.
Abraza tus altibajos para lograr la estabilidad. Recuerda que la autoestima no es lineal, hay momentos de subidón y otros de bajón, pero cuando los cambios de hábitos nacen de ti y de la aceptación, es más fácil lograr la estabilidad.