Como psicóloga no me canso de repetir que a menudo no necesitamos tener ningún problema o trastorno “serio” para pedir ayuda psicológica. Muchas veces el trabajo de los psicólogos es proporcionar herramientas para manejar el malestar emocional, y esto es algo que Carmen necesitaba desde hacía tiempo.
Algunas personas canalizan la ansiedad mordiéndose las uñas, otras haciendo deporte, y Carmen lo hacía pegándose atracones. Esto es lo que se conoce como “hambre emocional”.
El hambre fisiológica se controla con comida, da igual cuál. Te rugen las tripas, te comes una ensalada de calabacín y ya estás saciado. En cambio, el hambre emocional no desaparece por mucho que comas. Normalmente cuando tenemos ansiedad el cuerpo nos pide dulces, ya que los alimentos azucarados pueden alterar los niveles de cortisol, que es la hormona del estrés.
El problema es que no nos basta con una gominola; normalmente la situación se descontrola y acabamos pegándonos atracones malos para la salud. Por un lado, el atracón hace que nos sintamos peor a nivel físico (nos duele la barriga) y psicológico (nos sentimos todavía más ansiosos). Por otro lado, comer no va a resolver nuestros problemas. Da igual el chocolate que compremos o la pizza que pidamos, la ansiedad, la tristeza y los problemas van a seguir ahí.
Teniendo en cuenta la influencia de las emociones en el peso, es normal encontrar pacientes con sobrepeso u obesidad que comen mucho, pero no porque tengan hambre, sino porque tienen ansiedad. En estos casos lo mejor es acudir a un psicólogo, y es lo que hizo Carmen gracias al consejo de su médico:
“Mi nombre es Carmen, tengo 18 años y voy a contar mi historia con mi peso. Para empezar, llevo yendo al psicólogo un año y en este tiempo he logrado pasar de una obesidad grado 1 a sobrepeso. Digo esto para que la gente vea lo útil que puede ser la terapia. De todos modos, los cambios importantes no son los kilos de la báscula ni el IMC, sino lo bien que me encuentro de ánimo.
Yo siempre he sido una persona con kilos de más. A los 15 años empecé a engordar y cuando cumplí los 17 ya pesaba 90 kilos. Obviamente yo no estaba a gusto en esta situación, y no por el peso que al final es lo de menos, sino por mis inseguridades. No me miraba en el espejo, vestía siempre ropa negra y ancha y jamás me hacía fotos.
Durante toda mi adolescencia yo había ido a médicos y tal. Fui a una endocrina que me dijo que a nivel hormonal estaba fenomenal, pero que tenía que adelgazar. Me recomendaron un nutricionista y allí fui, pero no sirvió de nada. Me dio una dieta hipocalórica de 1000 calorías, todo a base de fruta y verdura. No digo que esto sea malo, pero a mí tanta restricción me provocaba un malestar terrible. Me sentía mal a la hora de comer, y aunque los platos a veces me saciaban, esa rutina de comer siempre cosas sin sabor me cansaba. Al final acababa pegándome atracones. A veces conseguía adelgazar algún kilo con esta dieta, pero los recuperaba rápidamente.
Cuando pasé del pediatra al médico de familia, le conté un poco mi situación. Él me sugirió que fuese a un psicólogo especializado en Trastornos de la Conducta Alimenticia, no porque tuviese ninguno, sino porque podían ayudarme a gestionar los atracones. A mi esta idea no me convenció, así que seguí con las dietas durante unos años.
Al cumplir los 17 me di cuenta de que no podía seguir más con dietas hipocalóricas y empecé a buscar en internet cosas sobre psicólogos y peso. Descubrí lo que era el hambre emocional y me sentí superidentificada. Decidí darle una oportunidad, y al final ir al psicólogo para adelgazar ha sido la mejor decisión de mi vida.
En terapia he aprendido a trabajar mi autoestima, que era algo que me tenía hundida. He conseguido la seguridad para salir a caminar y correr en sitios públicos, y también me he empezado a vestir de otra forma. También apunto mi estado de ánimo, y cuando empiezo a notarme decaída intento distraerme o hacer cosas para no recurrir a los atracones.
Respecto a la comida, hemos creado una dieta entre los dos con alimentos sanos y que me gustan, y de vez en cuando alguna cosa que no es tan sana, pero me apetece. Creo que es muy importante que estas cosas se adapten a cada persona, porque hay gente a la que por ejemplo no le gusta la ensalada o estudiantes que viven solos y no tienen una plancha o una vaporera. Mi dieta de ahora me encanta y comer sano es algo que no me da pereza ya.
Yo animo a cualquier persona que esté en mi situación a que vaya a un psicólogo especializado en atracones. Jamás imaginé que mi cabeza influiría tanto en mi cuerpo, y todo este proceso ha sido catártico para mí. Soy otra chica de la que era antes.”
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