Cuando yo era adolescente tenía una amiga tres años mayor que yo. Supongo que una amistad así funciona cuando eres más pequeña, pero llega un momento en que tú sigues pensando en ser como Punky Brewster y ella ya quiere ser Geri Halliwell, y la cosa empieza a cambiar. De un día para otro ella empezó a hablarme de salir de fiesta y de ligar con chicos, y yo no sabía estar a la altura de sus anécdotas, así que, para que no dejase de ser mi amiga, empecé a inventarme historias que me habían pasado. Un día me inventé que me había liado con un compañero de clase y así pude captar su atención durante toda una tarde.
La casualidad quiso (la casualidad y que yo vivía en una ciudad muy pequeña) que mi amiga conociera a la hermana mayor de ese chico, y le contase que yo me había liado con su hermano. La mala suerte también intervino y no frenó a esta hermana, que le preguntó a mi compañero de clase si era cierto que nos habíamos liado. Al día siguiente este chico me acorraló en un pasillo de mi colegio y delante de todos me pegó mientras decía en alto, para que quedase bien claro, que él nunca se liaría con alguien como yo.
A pesar de que la historia causó cierto revuelo, yo nunca hablé de ello. Ni siquiera me quejé a los profesores de que me habían pegado. Y ahora entiendo que actué así porque sentía mucha vergüenza, pero no porque me hubieran pillado mintiendo (he de reconocer que de adolescente fui bastante mentirosa, supongo que como consecuencia de mis inseguridades), sentía vergüenza de mí misma, tanta como para aceptar los golpes en silencio. Entendí que aquel chico me tenía que pegar, porque yo había hecho una cosa horrible. Había dado a entender a mucha gente que él podría haberse enrollado con una gorda.
Sin embargo, siempre que recuerdo mis años en el colegio lo hago con cariño. Me lo pasé bien, hice amigos e incluso a veces presumo de que me hicieron poco bullying teniendo en cuenta que era la gorda de la clase. Luego, en otros momentos más lúcidos, cuando consigo dejar de engañarme a mí misma (algo que también he hecho toda mi vida como forma de protegerme) me doy cuenta de que aunque solo me pegasen una vez o me insultasen explícitamente en muy pocas ocasiones, había otra serie de conductas que sí me marcaron para siempre, que me han convertido en la persona que soy ahora, y que explican muchos de los miedos y creencias a los que sigo aferrada veinte años después.
Lo que viví en mi adolescencia hizo que yo asumiera que, solo por el hecho de ser gorda, era normal que los demás se avergonzasen de mí y que me rechazasen. Se me grabó a fuego en el colegio, pero en mi casa también reforzaron ese sentimiento, pues he visto muchas veces la decepción en los ojos de mi madre o de mi abuela cuando hablaban conmigo de lo gorda que estaba y los problemas que esto podía acarrearme (mi madre se preocupaba más por mi salud, mi abuela, de que nunca me iba a salir novio).
Cuando empecé a tener relaciones con chicos de verdad, no solo en mi imaginación para entretener a mis amigas, yo partía de la base de que era digna de causar vergüenza y permití muchas cosas que no me gustaban, como que estuvieran conmigo a escondidas o que me usaran como un fetiche. Además, cuando alguien se interesaba por mí, me sentía casi agradecida por su cariño, por lo que me volcaba en la otra persona olvidándome de mis necesidades.
A todos los chicos que se avergonzaron de mí por estar gorda, os entiendo. Formamos parte de una sociedad gordófoba y nadie mejor que yo sabe lo que es vivir una vida a contracorriente, teniendo que luchar cada día por validar quién eres, lo que quieres y lo que estás haciendo. Soy la primera que se ha avergonzado de ser como es. Aunque, por suerte, he superado eso. A vosotros solo os deseo madurez y empatía. Puede que me arrepienta un poco de haber estado con vosotros pero no puedo volver atrás en el tiempo, solo puedo reconocer dónde fallé yo para construir mejores relaciones en el futuro.
Pero los que de verdad me duelen son todos los chicos a los que alejé de mi vida porque no era capaz de creer que alguien bueno, e incluso guapo, tuviera un ápice de interés en mí. Que no era broma que yo le gustase a un chico atractivo y que no tenía que desconfiar de cualquiera que quisiera conocerme, tocarme o estar a mi lado. Me duelen porque esos ya no volverán.
Vendrán otros, claro, pero los que vengan tendrán que aguantar, si es que me atrevo a contárselo, que al principio dudé inevitablemente de ellos porque todavía tengo que hacer frente a una punzada de vergüenza y desconfianza cada vez que alguien se fija en mí. Y esto, por desgracia, nunca se irá.