Andrea tenía 26 años cuando acudió a su médico de cabecera por problemas para dormir, preocupaciones constantes y baja autoestima. “Quería que me mandase al psicólogo porque en aquel momento no podía permitirme uno de pago. Me dijo que esperase sentada porque había lista de espera de más de seis meses y que para no dejarme así, me iba a recetar algo”. Ese algo fue Trankimazin, un ansiolítico de la familia de las benzodiacepinas. “Pasaron los seis meses y seguían sin llamarme para que me viese un psiquiatra o un psicólogo de la pública, pero el médico seguía recetándome los ansiolíticos. Después paso un año, dos años y tres, y yo sigo tomándolos. No los he podido dejar”.
A día de hoy, Andrea tiene 29 años y acude a terapia psicológica y a un grupo de apoyo para tratar una adicción a los ansiolíticos y un trastorno de ansiedad generalizada. “Es muy complicado porque los ansiolíticos al final son un parche para mi sufrimiento: el efecto dura muy poco, pero algo hacen. Lo que pasa es que ha llegado un punto que yo sé que es un problema”, comparte con Yasss. Al preguntarle por qué es un problema, su respuesta es tajante: “porque al principio me tomaba igual una pastilla a la semana, ahora me tengo que tomar todos los días para dormir, antes de ir a trabajar o cuando quedo con amigos”.
Su situación no es un caso aislado. España es el país en el que más benzodiacepinas se consumen según el informe de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE). ¿La razón? Una epidemia de ansiedad y pocos medios sanitarios para plantarle cara.
Estos datos coinciden con los de la encuesta EDADES Ministerio de Sanidad, que ha incluido las benzodiacepinas en sus informes bianuales sobre drogas. Según los datos más recientes, en 2019 más de 600 mil españoles consumieron ansiolíticos sin receta y a casi 6 millones de españoles les recetaron estos fármacos. La cifra es muy similar a los años previos y se espera que aumente en los informes que están por llegar.
“Para otras personas es diferente, pero en mi caso la adicción fue muy lenta. Por eso no me daba cuenta de que algo iba mal”, explica Andrea. “Al principio, el médico me dijo que el Trankimazín era como mi salvavidas, que lo tomase solo si lo necesitaba, y eso hacía. Estaba empezando en el trabajo y a veces teníamos reuniones con los jefazos máximos. Pues yo me tomaba la pastilla la noche antes para dormir y antes de la reunión”, recuerda. “Intentaba resistirme porque no quería depender de una pastilla y me da rabia porque no me di cuenta de que cada vez era más dependiente”. Unos meses más tarde, Andrea tomaba benzodiacepinas cada vez que tenía una reunión con sus compañeros y un año después, todos los días antes de ir a trabajar, “y como me costaba dormir, también la tomaba de noche todos los días”.
El punto de inflexión fue cuando la necesidad de tomar ansiolíticos apareció en situaciones que nunca le habían provocado ansiedad. “Me acuerdo un verano que mis amigos y yo organizamos un fin de semana en una casa rural. Iba a venir alguien que yo no conocía y estaba un poco nerviosa, pero mi cerebro automáticamente me obligó a tomarme la pastilla. Yo sé que podía haber afrontado esa ansiedad, que no me iba a matar, pero la adicción me había vuelto dependiente de los ansiolíticos y muy insegura. Estaba convencida de que sin pastillas no sería capaz de nada”.
Andrea reflexiona sobre la importancia de visibilizar la adicción sin estigmas. “Puede afectarnos a cualquiera. Muchos se sorprenden porque yo soy psicóloga y también lo sufrí, y yo creo que tenemos que ser conscientes de que da igual que seas médico, profesor o abogado. No importa tu profesión ni tu estilo de vida. Yo tengo pareja, una familia que me quiere mucho, amigos y trabajo. Pensaba que lo tenía todo bajo control, pero no. Quizá por eso tardé tanto en ir por fin a terapia. También estaba la rabia de querer ir por la pública, pero es que no podía esperar eternamente mientras la adicción me quitaba la libertad”, reflexiona.
A día de hoy, Andrea es consciente de que sigue sufriendo una adicción, pero poco a poco mejora. “Esto es una carrera de fondo”, reivindica, “y me gustaría que cualquiera que me lea y se sienta mínimamente identificado, lo hable con algún ser querido. Para mi lo más duro fue dar el primer pasito y reconocer que tenía una adicción. Lo hice con mi mejor amiga y con mi pareja y me quité una carga tremenda. Ahora mi reto es quitarme la dependencia de las pastillas cuando quedo con mis amigos. Después, llegarán otros retos. Mientras tanto, voy aprendiendo a convivir con la ansiedad no como una enemiga, sino como una emoción más que debo aprender a afrontar”.
Como Andrea ha compartido en su testimonio, reconocer que existe una relación dañina con los ansiolíticos es el primer paso. Si dependes de ellos o abusas de ellos, las siguientes pautas pueden resultarte útiles.