Dedica un segundo a pensar en todo lo que sabes sobre las drogas. Tal vez lo que has visto en el cine o, como mucho, lo que te han contado en alguna charla de 30 minutos en el instituto. Quizá conoces a alguien que consume de vez en cuando, o incluso es posible que tú hayas probado alguna sustancia ilegal de manera esporádica. Pero a la hora de la verdad, ¿sabes cómo actúan las drogas en tu organismo?
Aunque todos sabemos que las drogas son malas para la salud, los casos de adicción en población joven son cada vez más preocupantes. Según el Ministerio de Sanidad, el rango de edad con mayor consumo es entre los 15 y los 24 años. Es decir, el final de la adolescencia y el comienzo de la edad adulta, momentos críticos en el desarrollo cerebral.
Una droga es cualquier sustancia que provoca cambios en el sistema nervioso central o, en otras palabras, a nivel cerebral.
A corto plazo, dichos cambios pueden afectar a la conducta, estado de ánimo, percepción, memoria o pensamiento lógico, así como al funcionamiento físico.
A medio y largo plazo, se produce dependencia. Es decir, una necesidad imperiosa e incontrolable de consumir la sustancia para reexperimentar el placer que sentías al principio o para evitar el malestar que te ha provocado la abstinencia. A esto debemos sumarle el deterioro psicológico y físico resultante de la adicción, y que muchas veces es crónico.
A nivel legal, la droga más consumida por los jóvenes es el alcohol seguido del tabaco. En el terreno de las drogas ilegales, gana por oleada el cannabis, la sustancia favorita del 17% de la población joven. Con un consumo del 3% nos encontramos a la cocaína, la siguiente droga ilegal más popular. La sigue el MDMA y otras drogas de diseño, con un 1,3%. Por último, nos encontramos a las anfetaminas, muy famosas hace décadas y con una prevalencia de consumo del 1% en la actualidad.
Mario, de 26 años, consume cannabis y ocasionalmente MDMA desde que comenzó la universidad. “Cuando tienes 18 años solo hay dos opiniones sobre las drogas. Por un lado, están los padres y profesores, que te repiten que las drogas son muy malas, pero tampoco te explican por qué. Oyes hablar de esquizofrenia, de problemas de concentración o de que te quedas tonto, pero no sabes cómo”, reflexiona. “Luego están tus amigos y la gente que conoces que consume. Te convencen de que la droga no es tan mala como dicen. Que la hierba es natural, y que si es natural cómo va a ser dañina. Suavizan los efectos de las drogas y tú te lo crees. Incluso te conviertes en una de esas personas que se cabrea cuando lee una noticias anti-droga”.
“Empecé fumando porros los fines de semana. A veces también mezclaba con MDMA. Vivía relajado pensando que la marihuana calmaba mi ansiedad. Lo que no sabía es que esa ansiedad me la provocaba la propia droga. No podía dejarla. Era esclavo de mi mismo”, confiesa al recordar sus primeros años de consumo. “Después empecé a fumar día sí día no”.
“Ojalá hubiese conocido a alguien como yo ahora cuando empecé a drogarme, se me habrían quitado las ganas”, afirma Mario al enumerar los efectos de su adicción. “He engordado 10 kilos y estoy tardando el doble en acabar la universidad. No soy capaz de leer un libro sin dispersarme. Tampoco puedo dormir sin fumarme un porro antes de dormir, y cuando voy a ver a mi familia al pueblo lo paso fatal. Estar un fin de semana sin drogas me hace estar de mala hostia y pagarlo con todos”.
Las drogas se pueden clasificar en tres categorías: las que activan tu cerebro, las que lo apagan y las que lo alteran de manera impredecible.
Son las que van apagando poco a poco las funciones de tu cerebro. Por ejemplo, el alcohol, el pegamento, la heroína o las benzodiacepinas, que son un tipo de fármaco que se receta en casos de ansiedad o insomnio, siendo el más conocido el tranquimazin.
Pero, ¿si el alcohol es un depresor porque nos sentimos tan a tope de fiesta? Para responder a esta pregunta imagínate al chico tímido que bebe alcohol en una fiesta para soltarse y ligar con su crush. Lo que sucede tras un par de copas es que las partes de su cerebro que le dicen “oye, vas a cagarla” se apagan lentamente.
A priori esto puede parecer maravilloso. Menos nervios, menos activación, menos malestar. El problema es que un exceso de este tipo de sustancias puede apagar las áreas de tu cerebro encargadas de respirar, de que tu corazón lata o de que te estés consciente. En otras palabras, lo que te mantienen con vida. Esto es lo que sucede, por ejemplo, en un coma etílico.
Un dato adicional: las drogas psicolépticas, sobre todo las benzodiacepinas, tienen un gran potencial adictivo. Quienes las consumen pueden olvidar a relajarse sin pastillas de por medio. Por eso es importante evitar su consumo salvo expresa recomendación de un psiquiatra.
Son las drogas que activan tu cerebro como si no hubiera un mañana. Por ejemplo, las anfetaminas o la cocaína, pero también la cafeína, la nicotina o las xantinas presentes en el té y el cacao.
Aunque a priori este tipo de drogas te haga estar más lúcido, en realidad es muy fácil que te pases de dosis y acabes con una dificultad enorme para concentrarte. A esto súmale el cansancio, los ataques de pánico, pesadillas realistas, problemas para dormir, sudores y escalofríos, depresión respiratoria con riesgo mortal, o crisis epilépticas.
Un dato adicional: los riesgos de las drogas estimulantes son mayores cuando previamente se ha consumido alguna droga depresora. Imagínate que has bebido mucho alcohol y tu cerebro está “dormido”. Para seguir de fiesta, consumes cocaína y te despiertas en cuestión de minutos. ¿Esto que significa? Que psicológicamente te sientes activo, pero tu cerebro sigue apagándose y si sigues bebiendo, tienes muchísimas posibilidades de pasar la noche en el hospital con un coma etílico o incluso morir en el acto.
Son drogas que modifican el funcionamiento del cerebro de forma arbitraria, produciendo a menudo alucinaciones o distorsiones perceptivas. Por ejemplo, los derivados del cannabis, el LSD, el peyote o las drogas sintéticas como el MDMA.
Tradicionalmente se ha pensado que estas drogas apenas producían efectos en nuestra salud, pero cada vez hay más estudios que confirman sus riesgos.
El cannabis, que es la droga más consumida por población joven, puede producir ataques de pánico, trastorno de ansiedad generalizada, ideas paranoides, confusión, insomnio, síndrome amotivacional o episodios de euforia acompañada de depresión crónica.
Un dato adicional: cuando se habla de la relación entre el cannabis y la esquizofrenia, debemos recordar que está mediada por genes. Es decir, si tú tienes genes que te predispongan a padecer esquizofrenia y llevas una vida saludable, es posible que nunca padezcas la enfermedad. Pero si tienes esos genes y consumes, puedes activarlos, desarrollando esta dura enfermedad que te acompañará toda la vida.
Si consumes drogas, pide ayuda. Tal vez ahora no parezca un problema, pero lo que a priori es “una vez a la semana porque yo controlo” se puede convertir en un problema crónico que te hará daño a ti, a tus amigos, a tu pareja y a tu familia.
No tienes que pasar por esto solo. Hay médicos y psicólogos especializados en adicciones, y también grupos de apoyo formados por personas de todas las edades que han estado en el mismo punto en el que tú estás ahora. Algunos lograron superar la adicción y llevan una vida totalmente normal. Otros experimentan las secuelas del consumo. Estás a tiempo de frenar las consecuencias y formar parte del grupo de los primeros.
Estos servicios son normalmente gratuitos. Incluso hay teléfonos de asesoramiento proporcionados por el ayuntamiento de cada ciudad y por el Ministerio de Salud. También hay foros de Internet y grupos de WhatsApp en los que se ofrece apoyo y recursos para gestionar la adicción.