”En toda mente suena una música de fondo”, revela Ramón Andrés, ensayista, pensador, poeta y nuevo premio Nacional de Ensayo por su libro ‘Filosofía y consuelo de la música’ (Ed. Acantilado), un título inspirado por Boecio, el pensador romano que se refugió en la filosofía –y en la música- mientras esperaba su ejecución.
Ningún pensador que se precie ha dejado de lado la música, y todos ellos recorren las páginas de este monumental ensayo, desde las armonías celestes de Pitágoras, la música como equilibrio vital en Platón, como exploradora de lo insondable en Dante y como felicidad armónica en Leibniz.
Pregunta: Al comentar a Boecio, escribe: “La música, el consuelo, la filosofía, pueden convertirse en la misma cosa: las tres prestan auxilio para la extrañeza que se siente del mundo”.
Respuesta: Al escribir esto me refiero al que se siente un extraño en el mundo, al que, paradójicamente, está en el mundo, pero lo vive como adversidad. Necesita salir de él. Es el conflicto humano de siempre: nuestra falta de adaptación al mundo, a su realidad, cuyo telón de fondo es la muerte.
P: Sigo con Boecio: “Incluso el que canta mal, canta para sí; la música forma parte de nuestra naturaleza”.
R: No hay una civilización que carezca de música, ya desde su origen. También en nuestro seno, me refiero ahora al de cada uno, hay una tendencia que nos hace proclives a la música, a amarla o a necesitarla. El ser humano está muy condicionado por la escucha, y la música condiciona su mente, unas veces para serenarlo, otras para darle ímpetu y alegría.
P: “El ser humano es analizable, pero no descifrable”, descubre Dante, y la música nos familiariza con nuestro misterio, “que es lo más sustancial en nosotros”.
R: Por fortuna, hay algo enigmático en nosotros que no es posible descifrar. Somos unos desconocidos para nosotros mismos. No lo sabemos todo de nosotros. En tanto que lenguaje abstracto, la música penetra en unas capas que el lenguaje común, el oral, no puede franquear.
P: Sócrates, que amaba el baile y la lira, revela que una voz interior dictaba su filosofía. ¿Era acaso una voz musical?
R: Se refiere a su démon, que describe como «una especie de voz divina»; no es una voz que expresa una oralidad común. Podemos pensarla como una reverberación, como un profundo eco que quizá fluye al modo de una melodía.
P: Sobre esto, usted concluye en su ensayo: “En todo arte, toda música, toda ciencia, toda filosofía, suena una música de fondo”.
R: Hay una música trascendente, inaudible en nuestro estado más primario, que es expresión del orden que hay en los seres y las cosas.
P: ¿Será acaso esa música de fondo la armonía de las esferas de los pitagóricos?
R: Puede verse así. De hecho, aquella armonía de las esferas no llegaba a todos, como reconocían los pitagóricos, sino a los que habían profundizado en la existencia.
P: Con otras palabras, Francesco Zorzi hablaba también de “la armonía del silencio”.
R: Zorzi acierta de pleno, porque la más importante es esa armonía que queda en nuestro interior, ajena al devenir del mundo.
P: Volvamos con Sócrates. Leo: la música más que una ciencia es un saber.
R: En efecto. El propio Platón dejó escrito que la música es una forma de filosofía. Ambas disciplinas tienen mucho de abstracción.
P: Aristóteles se pregunta si aparte de placer, la música forma el carácter del alma.
R: Él reconocía en su Política Políticaque la música gobierna los afectos y, todavía más, que es capaz de infundir una decisiva influencia en el alma. En eso Aristóteles es platónico.
P: Y hablando de placer. Tomás Moro, en Utopía: “Ninguna cena sin música”.
R: En tiempos de Tomás Moro la música acompañaba la cotidianidad. En una casa de cierto estatus su presencia era habitual. Pensemos que en su Utopía Utopíala música aparece siempre para el agrado de quienes la solicitan.
P: Leibniz: “Toda felicidad es armónica”.
R: La felicidad es el estado acorde de nuestra mente. Una armonía interior. Es a lo que se refiere Leibniz.
P: Leo una reflexión: “La razón es necesaria pero no demostrativa de todo”. ¿Es la música lo que concilia la razón y el mito?
R: En cierto modo es así. Estamos hechos de razón, pero también el componente irracional es notable en nosotros. Las creencias, las religiones, las proyecciones ideales, las utopías… Somos razón y mito, y la música es un puente entre ambos términos porque está construida sobre sus dos lenguajes.
P: No hay pueblo o civilización sin música: “Sigue una lógica distinta a la razón del presente”
R: La música impone o facilita el fluir de otra lógica que incentiva la imaginación y la inteligencia. En cierta forma, cambia la noción de presente mientras suena, y eso la hace muy poderosa.
P: Sobre el presente, Calcidio: “La música nos corrige. Nuestro modo de estar en el mundo lo precisa. Nos distancia del ahora”.
R: Es verdad. Nos corrige en el sentido de lo que hemos hablado con respecto a Aristóteles, ya que la música influye sobre nuestra conducta. Y precisamos de ella en tanto que seres trascendentes que, para bien o para mal, vivimos más allá del ahora.
P: Ese ahora es acelerado hoy en día. Sin redondas. Franchino Gaffurio equiparó el valor de la redonda con el pulso del hombre que respira sereno.
R: Gaffurio fue un importantísimo teórico. Lo indagaba todo. Llegó a afirmar esta correspondencia. Sin embargo, no fue el único en enunciar teorías de esta naturaleza.
P: Séneca: el ocio sin cultura es la muerte y la tumba del hombre vivo. ¿Y el ocio musical de hoy?
R: El ocio actual está alejado de la música más valiosa. Ahora se habla de «industrias culturales» en las que el oyente ha pasado a ser «un consumidor de música». También el lector es hoy, según se dice, «un consumidor de libros», lo cual me parece terrible. Séneca se llevaría las manos a la cabeza.
P: La música y Dios. San Agustín: “Cantad bien porque Dios es un excelente músico”.
R: Es una lejana idea de la armonía de las esferas: Dios lo ha creado todo en perfecta proporción armónica, musical. En los textos de la patrística es fácil encontrar ideas similares, como la de Cristo identificado con Orfeo, o la de Cristo concebido como músico del universo.
P: Y un paso más, Tomás de Aquino (o Alberto Magno): también la música no litúrgica edifica moralmente a los hombres.
R: Fue un logro el aceptarlo, porque las autoridades eclesiásticas siempre fueron reacias a la intervención de la música en la liturgia, y fuera de ella la consideraron nociva.
P: Lutero era sagaz: la música sirve para reclamo de los nuevos parroquianos.
R: No hay que olvidar que la música siempre ha sido utilizada por el poder para propagar ideas y modos de conducta. La iglesia, pese a sus recelos, se sirvió de la música para difundir su credo. Lutero estaba convencido de que la música, en efecto, haría más atractiva la misa, que, además, debería oficiarse en lengua vernácula, no en latín. Era un modo eficaz de atraer a la feligresía.
P: Lo reconoce incluso Montaigne: “Los que acceden a una iglesia en pleno canto hasta dudan de sus creencias”.
R: Porque la música es tan poderosa que nos entrega a mundos que desconocemos y, en un instante, pone en contradicción nuestras convicciones. Escuchándola, un ateo, instintivamente, puede sentir trascendencia. Aquello que decía Cioran, me refiero a que al oír un órgano en una iglesia se desvanecía repentinamente su nihilismo, es a lo que se refiere Montaigne.
P: Topamos con Kant. Él, que era coetáneo de Mozart y Haydn, denuncia “la falta de urbanidad de la música”.
R: Nunca le interesó la música, y menos la instrumental, que consideraba un disparate. No supo entender qué había en aquellas partituras, que estaban llenas de sentido y orden.
P: Por su actualidad, le pido un último comentario sobre Pascal: “Toda la infelicidad del hombre consiste en no saber quedar tranquilos en nuestro cuarto”.
R: Pascal acierta, conocía bien la condición humana. Nunca estamos donde estamos. La dispersión es una marca de nuestra especie, que no puede estar quieta. Viajamos sin ton ni son, cuanto más lejos mejor. Es una forma de neurosis. La gente compra una casa y se embarca en una hipoteca prácticamente impagable y, sin embargo, nunca está en esa casa… viaja, viaja… y nunca llega a ningún sitio.