“No quiero la verdad, solo quiero la vida”, decía Pessoa y Gustavo Martín Garzo recoge ese guante y se propone explicarnos que la vida es en esencia misterio, que las cosas que merecen la pena, como el amor o el arte, se escapan a la razón y debemos dejar de torturarnos si no las entendemos.
Además el lenguaje se queda a las puertas del misterio, “nos faltan palabras”, dice el autor, pero no desesperemos porque hay una solución para adentrarnos en ese mundo inexplorado que nos dota de identidad: los relatos, los cuentos, la literatura.
Ya lo hicieron los antiguos con las Las mil y unas noches, que ha valido de inspiración a Gustavo Martín Garzo para adentrarse, “en una especie de trance” que duró tres años, en la escritura de ‘El árbol de los sueños’ (Galaxia Gutenberg).
Pregunta: “Todo hombre tiene dos pares de ojos, y es preciso cerrar los de fuera para que los de dentro vean”, leo en una de sus páginas.
Respuesta: Tal vez sea así. Hay un mundo exterior, y luego hay una naturaleza más escondida, que tiene que ver con esa parte secreta e inasible de nosotros mismos. En esa parte oculta es donde está aquello de que es de verdad lo que somos, nuestros anhelos, sueños y deseos. Ahí está nuestra verdad, con todo lo indefinible que resulta.
P: Pero no es igual de real que lo percibimos con nuestros sentidos.
R: El problema es qué entendemos por real. Lo que puede tocarse, verse, grabarse, fotografiarse, la vida exterior, es solo una parte de lo real. La realidad también tiene otra parte escondida, que está más allá de lo que podemos percibir. Es necesario explorar esa zona que está más allá de nuestra razón. Explorarla para tener una vida completa. Es como si nuestra razón fuera una casa muy pequeña para que cupiera en ella toda nuestra vida. Hay toda una zona fuera de esos límites, que también somos nosotros. Si prescindimos de ella nuestra vida será mucho más simple.
P: Eso va en contra el utilitarismo imperante.
R: Nuestra vida se ha banalizado porque hemos dado la espalda a todo ese terreno incierto, a todo lo que desconocemos y que nos hace abandonar las zonas de comodidad y cuestionar nuestra propia identidad social, nacional, sexual. El mundo de la literatura es el mundo de la heterogeneidad, de lo otro, de escuchar todas las voces que hay en nosotros y a las que no prestamos atención. El hombre contemporáneo ha entrado en un proceso de banalización de la vida. Por eso necesitamos los relatos, como los que hay en este libro. Vienen de mundos antiguos, de los orígenes de lo humano, de las tradiciones oriental, griega y bíblica. Faulkner decía que la literatura era siempre un viaje al corazón humano.
P: “He vivido la vida y no sé nada ella”, dice un personaje a punto de morir.
R: Hay que aceptar el misterio de la vida. Todas las experiencias fuertes de la vida nos llevan a lugar donde lo que sucede es inefable, nos falta lenguaje para explicarlo. Todo lo que tiene que ver con el amor, el sufrimiento y la muerte. Nos faltan palabras. Siempre nos acabamos enfrentando a algo que no cabe reducir a la razón. Eso a veces produce miedo, pero evitarlo es dejar de vivir, porque la vida es eso, adentrarse en esas zonas ocultas y de misterio. Sentimos una falta de lenguaje cuando hablamos de lo intenso y que merece la pena para hablar de ello.
P: Recuerdas a Wittgenstein: “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”.
R: En el fondo el ser humano es una criatura que no siempre ha vivido en el mundo del lenguaje. La vida del feto, de los bebés, está más allá del lenguaje. La vida de la naturaleza y de nuestra propia sexualidad está más allá del lenguaje. El mundo de los relatos, de enorme poder simbólico, nos permite adentrarnos en estos territorios.
P: Hablas de un poeta persa que decía: “Ignoramos el mañana, así que esfuérzate por ser feliz hoy”.
R: Todos buscamos el momento en el que nos sentimos de verdad vivos. Todo el mito del paraíso tiene que ver con esta búsqueda de instantes de plenitud. Nos interrogamos sobre el sentido de la vida de una manera inevitable. Forma parte de nuestra naturaleza. Pero otro poeta, John Keats, decía que hay que saber conformarse con la mitad del conocimiento. El que trata de entenderlo todo terminará por no entender nada. Hay que saber detenerse cuando el misterio aparece. La literatura y los grandes relatos tratan de proteger el misterio de la vida.
P: Resaltas la dependencia entre el amor y la muerte.
R: Donde aparece uno está la otra. ¿Sabe la verdad lo que quiere el amor? En nuestra vida se da siempre esa disociación, entre lo que el amor quiere, que son muchas veces locuras y desatinos, y lo que la verdad nos impone. Por ejemplo, todos sabemos que vamos a morir, y sin embargo cuando amamos a alguien, pensamos que no va a morir nunca. Incluso cuando morimos, imaginamos que hay una vida más allá de esta en la que nos está esperando ese ser amado. Esto es una fabulación, pero el amor nos pide que nos creamos esa mentira. Todo el mundo del arte tiene que ver con esa mentira del amor, con esa rebelión contra la verdad, contra nuestro sufrimiento, carencias y pérdidas. Que siempre hay algo que nos está esperando más allá. Es un disparate racional, pero el amor nos pide que lo hagamos.
P: Y hablando de arte. ¿Por qué algo nos parece bello?
R: Es difícil definir lo bello, pero es fácil detectarlo cuando aparece. La belleza la identificamos enseguida cuando aparece en nuestra vida. Tiene el poder de fascinarnos, de encantarnos. Pero cuando nos preguntamos por qué es bello no sabemos explicarlo. Pasa lo mismo con el amor. Evidentemente sentimos algo fuera de lo común, extraordinario, pero no tenemos capacidad para explicarlo. La belleza es un sentimiento de expectación. Sentimos que algo extraordinario está a punto de suceder. Por eso nos obliga a detenernos en ese lugar y permanecer atentos para ver si realmente sucede.
P: La razón ahí no vale.
R: Nuestra capacidad de comprender lo que nos sucede es muy escasa. La vida es extraordinariamente compleja, el hombre es un náufrago con momentos de lucidez, pero enseguida vuelve la oscuridad y la noche.
P: “Solo en nuestros placeres somos sinceros y libres”, leemos. Sin embargo somos expertos en reprimir nuestros placeres.
R: Uno de las grandes virtudes del mundo del relato, al que rindo homenaje en este libro, es que es el mundo de la libertad. Escribí este libro en una especie de trance. Cuando estaba contando una historia se desarrollaba de forma inesperada para mí, y muchas veces llevaba a otra nueva, imprevista, y así he estado tres años de escritura, dejándome llevar. He sido como un corcho en la corriente de un río cuyo curso no sabía muy bien cuál era. La literatura es descubrir el mundo como posibilidad. Así como el mundo de adultos es cerrado y ya hecho, el del relato es el de un mundo que puede cambiar. Descubres que detrás de las certezas hay un montón de dudas y caminos para ser explorados. El escritor y el lector son unos vagabundos, no saben a dónde se dirigen. Se dejan llevar por las cosas que les salen al paso, que les atraen y que les piden una respuesta, aunque nunca lleguen a contestarlas del todo. El escritor tiene que tener capacidad de volver de los territorios inexplorados para contar lo que ha visto. El poeta y el loco no son muy distintos, pero el loco queda prisionero en el sueño, y el poeta debe regresar para contarlo.
P: Creas a un Abraham distinto, un patriarca alegre. “Dios no ha creado al mundo para que seamos infelices en él”, dice.
R: Me gusta dar la vuelta a las historias sin traicionarlas. La Biblia en general es oscura, pero tiene momentos extraordinarios, llenos de placer y gozo. Incluso en el mundo que se movían se daban cuenta de las necesidades humanas que había que satisfacer. Un personaje como Abraham, tan agobiado por las exigencias de su Dios, no tiene por qué dejar de ser un persona que se extasía ante cosas de la vida. He jugado a sacarle del pozo donde está. Una cosa que Dios le pide que le represente en el mundo, y otra cosa es que no haya tenido una vida.
P: Y sobre las mujeres, dice un hombre en la novela. “Son el grupo humano más idealizado y a la vez el más explotado”.
R: Sí, es verdad. Muchas veces esa idealización ha sido una cárcel dorada para ellas. Se les ha privado de su propia vida y su propia libertad. Ellas quieren ser dueñas de sus propios deseos. El mundo del hombre es el de la identidad, el poder y la posesión. El de la mujer es el de la heterogeneidad. Le interesa mucho más hablar y escuchar al mundo. Es un ser mucho más permeable, más abierto y más rico que el hombre.
P: Una mujer, precisamente, revela: “Hay una zona intermedia donde los hombres y las mujeres nos llevamos bien”. ¿Qué zona es esa?
R: (Ríe). La palabra sexo viene de separación. Los hombres viven a un lado del río y las mujeres al otro, pero es no quiere decir que no se puedan comunicar. Si son buenos nadadores, se encontrarán a mitad del río. Y sí, hay islas en los ríos, que son espacios de unión, aunque luego cada uno tenga que volver a su orilla. En el fondo, todos tenemos dos almas, somos dobles: el ser humano es andrógino, conviven en él la naturaleza femenina y la masculina. En todo hombre hay una mujer dormida, y en toda mujer hay un hombre dormido. Pero las mujeres son más sensibles al hombre que hay en ellas. Hay una comunicación más abierta con esa otra parte.