Andrés Aberasturi opina que Ortega debió mejor decir “yo soy yo y mis fantasmas”, esos recuerdos que pueblan nuestros días y se nos aparecen a traición, en su caso entre el pruno, el ciprés y el chopo del jardín de su casa del pueblo, Yunquera de Henares, en Guadalajara, que también es el mío.
Al fondo de nuestras miradas, mientras hablamos, se despliega la Alcarria, también poblada de fantasmas -Cela, Leguineche, Carandell-, y otros santos como Alvite o Forges que van desapareciendo de la hornacina de Andrés, que cumple este año 73.
Sus últimos libros son Cómo explicarte el mundo, Cris, dedicado a su hijo con parálisis cerebral, y Poesía de la vida (La esfera de los libros), pero se sorprende cuando le digo que su frase más lapidaria, que me marcó hace años, no está en ellos. Venía a decir algo así como que “de joven uno lucha por llenar su vida y de mayor lucha por vaciarla”.
Respuesta: ¿Eso lo dije yo? (se ríe). Sí, llega un momento en que te das cuenta de que la vida no consiste en llenarla de cosas si no empezar a aprender a vaciarla. Hay que dejar huecos para lo nuevo, para lo que va pasando. Es como un trastero, no puedes ir guardándolo todo, porque nunca lo usas. Hay que vaciarlo y volver a llenarlo si lo necesitas.
Pregunta: Son el dedal y la tinaja de Teresa de Ávila, una enseñanza fundamental para ti. La santa dijo que un pequeño dedal lleno de agua está igual de colmado y pleno que una tinaja a rebosar.
R: Es una comparación que a mí me sirvió mucho cuando tuvimos a Cris. Todo era como un dedal. Tenía que estar a gusto y no había más problemas. Aspirar a grandes cosas me parece una pérdida de tiempo. Hay que ir por la vida ligero, como decía Machado.
P: No es la tónica general.
R: Y tampoco es algo que yo practique siempre, porque una cosa es la teoría y otra la práctica. No es uno el que proyecta la vida, sino la vida la que proyecta a cada uno. Mi filosofía es dejarse arrastrar por la vida, no oponerse demasiado a los cambios.
P: ¿Son inútiles los proyectos, los propósitos?
R: La vida es la que te lleva. Creemos que los propósitos son una forma de sobrevivir y ver que tienes las riendas de tu vida. Es una especie de autoengaño light: voy a dejar de fumar o voy a ir al gimnasio. Los propósitos son caricias que te haces al alma. Entelequias con las que hay que vivir.
P: ¿Y éxito profesional?
R: El éxito profesional es una majadería. Hay 10.000 periodistas en este país que habrían tenido más éxito que yo –si yo he tenido alguno- pero no han salido en televisión. La vida te cambia radicalmente por salir en televisión. Estoy seguro de que hay actores, médicos, maestros impresionantes que simplemente no han salido en televisión.
P: ¿Qué es el éxito personal?
R: Es estar contento contigo mismo y ser exigente a la vez. Ser coherente con lo que piensas y vives. Para mí eso es el éxito. La gente no te llama a ti, sino que invita al personaje de la tele. Si dejas de salir, te dejan de llamar. Si vuelves a salir, te vuelven a llamar. Siempre eres imprescindible cuando estás y prescindible cuando no estás. Si lo tienes claro, el resto da igual. El problema es creerte de verdad que eres tú el que vale y no tu imagen.
P: El maestro, el profesor, el albañil hacen cosas. Tú eres duro contigo mismo: frente a ellos dices que tu oficio “ha sido nada, un charlatán que aún vende cada día palabras”.
R: Hay gente que diseña edificios, otros que ponen los ladrillos, otros que hacen sillas. ¿Nosotros qué hemos hecho? Nada, solo hablar. Sí, habré hecho mucha compañía, pero de eso tampoco queda nada. Yo no puedo decir que tenga una obra, pese a mis libros. Una obra la tiene Galdós. Yo tengo libros publicados porque he salido en televisión. Si fuera un perfecto desconocido, me habrían rechazado en las editoriales. Hay que plantearse siempre la duda, y en caso de duda, la humildad.
P: ¿Tampoco eres modelo de periodistas?
R: Pensar eso me daría mucha responsabilidad. Solo he intentado ser coherente conmigo mismo, no seguir ni escuelas, ni partidos ni ideologías. Como periodista era fundamental que fuera independiente y crítico, sobre todo con el poder. Ahora que soy un anciano averiado, tengo la suerte de mirarme al espejo y no apartar la vista. He dicho que no cuando tenía que decir que no y sí cuando tenía que decir que sí. Pero no soy referente de nada.
P: ¿Tampoco eres referente de buena persona?
R: Ser mala persona es complicado y muy cansado. Yo tengo una teoría desde joven: sé lo que tengo que hacer y lo hago. Para bien y para mal. Yo tendría un problema si hiciera algo que no está de acuerdo conmigo mismo. No sé si es bonhomía, pero intentar ser una buena persona es fundamental en la vida.
P: “Es rara la memoria, es como una película montada por un loco”, dices.
R: Ahora repaso mucho mi vida. La nostalgia es lo único que tenemos para entretenernos, como decía el protagonista de La gran belleza La gran bellezade Sorrentino. Susan Sontag decía que la nostalgia era un ejercicio necesario de autocrítica. Es verdad. Cuando los abuelos cuentan batallitas lo que hacen es reconstruir y dar coherencia a su propia vida. Hay que mirar el pasado y encajar el puzle. En eso estoy ahora.
P: Recuerdas a José Luis Alvite: a veces la vida, con su mala letra, nos da buenas noticias.
R: Era un personaje increíble. Un tipo que tendría que haber escrito y hablado en todos los sitios, pero ahora preguntas por él en la calle y no lo conoce ni Dios, porque no ha salido en la televisión.
P: ¿Qué otros santos desaparecen de tu hornacina?
R: A estas edades muchos. Los muertos eran antes los mayores, y ahora son los de mi generación. Íñigo, Chicho, y sobre todo gente ajena a la profesión, como un cuñado mío que fue íntegro y ejemplar. Es como cuando te cierran el bar de la esquina, que decía Sabina. O como cuando tu doctora de toda la vida se jubila. Ocupan pequeñas hornacinas en la vida de cada uno. Uno tiene sus santos y dioses que van desapareciendo de la vida.
P: Vives en Yunquera de Henares, tu pueblo y el mío, en la bonita campiña de Guadalajara. ¿No echas de menos Madrid?
R: Yo pensaba que el campo era un lugar inhóspito. Era un urbanita total, pero luego vi que la civilización es mucho más que eso. Empecé a venir los fines de semana, que luego se iban alargando. Ahora tengo una relación ambivalente con Madrid. Lo añoro y me saca de quicio. También deben ser cosas de la edad.
P: ¿Y estar rodeado de gente?
R: Nunca he sido muy aficionado a la vida social. Iba con un poco de mala leche a los compromisos sociales. A mi mujer tampoco le gustaban mucho. No soy de salir por la noche.
P: La vida en pareja. ¿Qué me dices?
R: No sé si es un drama o una bendición. Es muy difícil convivir, compartir la vida, con todo lo que conlleva: 24 horas al día con la misma persona, renunciar, saltar sobre los charcos, los incendios; y todo lo contrario, disfrutar de la palabra, del apoyo, de los espacios y silencios.
P: ¿Y de ser abuelo?
R: Es un oficio que parece sencillo y a la vez complicado. No puedes ser el educador de los nietos, ni se te ocurra, y tampoco el que se lo dé todo. Un nieto me dice que soy el abuelo bullying, siempre acosándole para que no se vaya, pero luego se queda conmigo encantado. El otro día vi unas fotos de mi padre y pensé: qué viejito. Luego vi que tenía mi edad. Soy mi padre ahora, sin su chaleco, sin su corbata, sino con mi camisa vaquera. A mí la vejez me obsesiona mucho, por eso me gusta diseccionarla, lo que tiene de bueno y de malo.
P: Alguna ventaja tendrá la vejez.
R: La vejez es la muerte, el deterioro. La experiencia es una invención de los viejos para cabrear a los jóvenes. No sirve para nada. Puedes guiar a tus hijos, pero ellos te van a responder que tienen que hacer las cosas por sí mismos. Y así debe ser.
P: De Dios “solo conozco sus silencios, su absurdo, la traición y el olvido”, dices. Pero luego tienes una visión algo panteísta de la vida.
R: Me veo muy reflejado en Unamuno, su agonía permanente, negando y recuperando su propia fe. Si Dios no existiera habría que inventarlo. Yo me declaro un agnóstico beato. Es la postura más humilde y mística posible. Si Dios existiera sería un Dios malo. El Dios del Antiguo Testamento es terrible. Yo me pregunto por qué tengo un hijo como el que tengo, por qué él va a sufrir y Dios no me da la oportunidad de que yo lo sufra por él. Si existiera Dios me parecería muy injusto. Y como mi hijo, lo mismo con los niños que se mueren de hambre, los menores inmigrantes, los de Alepo. El mundo es tan injusto que no puedes creer en Dios. A mí me gustaría tener fe, debe ser muy bueno.
P: Pero la fe es algo que no puedes elegir, dices.
R: Me gustaría, pero me mentiría a mí mismo. Antes de morir pediré un confesor, por si acaso, pero le diré que no creo nada. Son muchos años de educación religiosa, de miedos, de culpa. Le confesaré que no creo nada.
P: ¿Cómo está Cris?
R: Muy bien. Ha cumplido 41. Está en la residencia que hicimos hace muchos años un grupo de padres en Madrid. De eso sí estoy orgulloso, de haber contribuido a hacer ese colegio y la fundación (Fundación Nido, Fundación Nidoasociación El despertar Ha merecido la pena, mucho más que mil cosas absurdas. He conseguido el dinero, el terreno, he peleado con más padres.
P: ¿Viene por aquí, por Yunquera?
R: Cada vez menos porque nos supera ampliamente. Yo ya no puedo con él, es más grande que yo. Además los doctores creen que no es bueno romper sus rutinas. Nunca sabes si eres egoísta o si estás haciendo bien. Es algo que te desgarra: ¿por qué le has metido en la residencia? Sé que es lo mejor para él, pero mi propio yo se pregunta si no es lo mejor para mí. Ese desgarro no termina de cicatrizar nunca. Es terrible. En la residencia está rodeado de su gente, en su ambiente, como si fuera su apartamento de soltero cuarentón, el piso compartido con sus amigos.
P: ¿Él os reconoce?
R: En principio no. Hay teorías para todos los gustos, pero yo sinceramente creo que no.
P: Tú has sido apoyo de otros padres en situaciones similares.
R: Hay un vértigo cuando te dicen que tienes un hijo malo. No sabes dónde ir. Cuando nació Cris me puse en contacto con unos amigos con hijos con síndrome de Down. Necesitaba más a los familiares que a los médicos. Cada padre te decía una cosa, pero tú haces una composición de lugar. Con el primer libro que publiqué sobre Cris no sabía si hacía bien o mal.
P: ¿Y el balance?
R: Yo creo que sí. Que ayudó a otros. Nunca lo escribí como terapia. Lo teníamos muy asumido. No fue una bajada a los infiernos.
P: Pero escribir sí te ayuda.
R: Hay una pulsión por escribir. Me expreso mejor escribiendo que hablando, aunque nunca he tenido intención de escribir un libro. Escribir es explicarte y buscarte a ti mismo. Cuando se llega a mi edad se tienen más dudas que certezas. Es una cosa pintoresca. Lo de Dylan siguen siendo válido: las respuestas siguen en el viento. Nadie tiene el secreto de las cosas.