A. C. Grayling, filósofo: “La felicidad llega por sí sola a quien se compromete con una causa o un trabajo”

  • En plena devaluación de las humanidades, el prestigioso pensador británico publica una monumental historia de la filosofía

  • "Lograr claridad y fiabilidad es esencial en un mundo tan bullicioso y colmado de opiniones salvajes y de mentiras", sentencia

  • Aclara que el escepticismo universal no es válido, pero también carga contra el cristianismo: “No tiene ideas originales, excepto el pecado y la salvación”

La buena vida es la vida examinada, mantenía Sócrates y nos lo recuerda A. C. Grayling, en su 'Historia de la Filosofía' que acaba de publicar la editorial Ariel. Pero Grayling, uno de los más importantes –y mediáticos- filósofos de Reino Unido, cree que ahora nadie piensa mucho en su vida. Si alguien se educa, opina, no es para hacer un “noble uso del ocio”, como pedía Aristóteles, sino exclusivamente para encontrar un trabajo.

Junto a ello, el autor denuncia la pereza casi paralizante que les entra a muchos a la hora de ponerse a pensar (“antes morir que pensar”, denunciaba Bertrand Russell), una molicie que deriva en cierta manía a la filosofía y en la devaluación consiguiente de las humanidades en los actuales planes de estudio. “La filosofía es el rechazo a ser vago respecto a las grandes preguntas”, insiste Grayling, a modo de recordatorio social y resumen de su profesión.

Pregunta: Dice usted que la filosofía consiste en hacerse las preguntas adecuadas. ¿Ahora mismo cuáles son esas preguntas?

Respuesta: En este caso, dependería del objeto de estudio. Por ejemplo, en ciencia es esencial la justificación a partir de una hipótesis precisa y demostrable. En política o sociedad, una combinación fiable de información y conocimiento humano ayuda a contextualizar las cuestiones acertadas a la hora de preguntarse sobre los asuntos de política pública. En todos estos campos las preguntas adecuadas incluyen “¿qué evidencias tenemos de esto?”, “¿en qué casos podemos hacer este tipo de afirmaciones?” o “¿qué estamos dejando de considerar en este caso”, e incluso “a qué críticas o problemas nos alude y genera esto”?

P: Ante el marginal espacio que la filosofía tiene en la educación, ¿cabe deducir que ya no nos estamos haciendo esas preguntas?

R: Una de las cosas más importantes que la educación puede hacer en este momento es aumentar la perspectiva crítica de los estudiantes con la finalidad de ayudarles a discernir toda aquella información que constantemente se les presenta o los enunciados y afirmaciones (mayoritariamente falsos) que reciben en internet y en las redes sociales. Lograr claridad y fiabilidad, conseguir información veraz y pensar desde un marco sólido y racional es esencial en este mundo nuestro tan bullicioso y colmado de opiniones salvajes y de mentiras.

La cultura del ocio actual impide que la gente pueda entender y conocer qué sucede realmente a su alrededor

P: Usted cita Kant: “Escucho exclamar por doquier: no penséis”. Y a Russell: “Mucha gente preferiría morir antes que pensar y, en realidad, es lo que hace”. ¿Qué les diría a estas personas?

R: Kant y Russel están en lo cierto. En su libro 'Pensar rápido, pensar despacio', Daniel Kahneman mantiene un interesante debate sobre la aceleración desmesurada presente en nuestras vidas y sobre el pensamiento superficial de mucha gente. Un buen ejemplo de ello nos lo da el que fue candidato a la presidencia de los EE.UU. a mediados del pasado siglo, Adlai Stevenson. Él era un intelectual y alguien le dijo: “Toda aquella gente que se cuestione un poco las cosas le votará a usted”, a lo que él replicó: “Me encanta escucharlo, pero yo necesito una mayoría para gobernar”.

P: Aristóteles sostiene que el más puro de los placeres es el ejercicio del intelecto y que nos cultivamos para hacer un “noble uso del ocio”. ¿No le parece que ahora lo hacemos casi exclusivamente para encontrar un trabajo?

R: Hoy en día, la educación sirve para que la gente obtenga una licenciatura o consiga un trabajo. Esto último es importante, pero nos reduce la perspectiva al hacernos creer que la gente es solo su trabajo, cuando en realidad es mucho más que eso: son votantes, viajeros, padres, amantes, vecinos, etc. Y mientras que el “entrenamiento” es necesario para licenciarse, la educación sirve para expandir la mente de las personas. Ciertamente, nuestra sociedad ha olvidado este último punto por completo.

Lograr claridad y fiabilidad es esencial en un mundo tan bullicioso y colmado de opiniones salvajes y de mentiras

P: Explica que la ética del estoicismo tuvo muchísima influencia en el mundo romano. ¿Quedan rastros de aquella filosofía en los países occidentales?

R: Con el creciente debilitamiento del poder religioso sobre las vidas de la gente en las sociedades desarrolladas y mejor educadas, el estoicismo ha propuesto un notable retorno hacia la perspectiva de la ética no religiosa. Existen muchos libros sobre el modo de vida estoico, sobre las técnicas de Séneca, Epicteto o Marco Aurelio, que se han dado a conocer nuevamente. Otro gran movimiento es el Humanismo, que se inspira en los debates éticos iniciados por Sócrates y Aristóteles.

P: Su 'Historia de la Filosofía' aclara algunos equívocos muy comunes, como el del escepticismo. Un escéptico, nos explica, no es un descreído, sino alguien que está de acuerdo con lo más verosímil. ¿Es así?

R: Los argumentos de los escépticos definen aquello que se nos presenta como indispensable en nuestra voluntad de adquirir conocimiento. Estos argumentos representan los desafíos que las preguntas deben suscitar si se quiere progresar. En cualquier caso, un escepticismo universal no puede realizarse, puesto que este, en esencia, se refuta a sí mismo: si fuera verdad que no sabemos nada, entonces no podríamos asegurar que en realidad no sabemos nada. Así pues, tenemos el deber de explicar cómo y por qué sabemos algo.

Nuestra sociedad ha olvidado que la educación sirve para expandir la mente de las personas

P: Usted es muy crítico con el cristianismo. Dice que destruyó toda la cultura clásica. Pero, ¿le debemos algo? ¿Una ética, una moral?

R: Las ideas fundamentales de la civilización occidental provienen todas de la antigüedad clásica. Cuando el cristianismo devino la religión principal del Imperio Romano a finales del siglo 4 D.C., la ética propia del Evangelio que rezaba “renuncia a todo tu dinero y posesiones, no planifiques, abandona a tu familia si no están de acuerdo contigo” devino inviable excepto para aquellos que estuvieran dispuestos a ir al desierto. En consecuencia, el cristianismo tuvo que tomar prestado de la tradición de la filosofía clásica la mayor parte de la ética que esta había desarrollado. No hay ideas originales del cristianismo más allá de aquella que dice que los seres humanos han nacido enfermos, en pecado y que necesitan salvación, puesto que son demasiado débiles para salvarse ellos mismos.

P: Los filósofos se han enredado durante siglos a la hora de hablar de Dios y del alma. ¿En qué punto estamos ahora? ¿Se siguen discutiendo estos conceptos en la reflexión filosófica actual?

R: Los tópicos sobre el lenguaje, la realidad, la verdad, el sentido, la experiencia y la naturaleza de la mente y la consciencia permanecen en el corazón de la filosofía, al igual que toda reflexión ética sobre el individuo y la vida en sociedad. Cada nueva generación tiene que lidiar con esto, puesto que el cambio constantemente nos proporciona nuevos desafíos.

El cristianismo tuvo que tomar prestado de la tradición de la filosofía clásica la mayor parte de su ética

P: ¿No cree que todavía es válida (e incluso muy actual) la idea de alienación del trabajador frente a su trabajo que expuso Marx (aunque una gran mayoría considere que las soluciones que propuso son equivocadas)?

R: Por supuesto. Incluso podríamos hablar de cómo la cultura del ocio actual (que nos genera distracciones incesantes mediante la televisión, el deporte, las redes sociales, y que absorbe la mayor parte la atención que podemos tener fuera de nuestro ámbito laboral) impide que la gente pueda entender y conocer que sucede realmente a su alrededor, debido a su gran nivel de alienación. Esto se debe al hecho de que el valor que su trabajo produce le es sustraído por parte de una rica minoría que lo acumula.

El relativismo es un punto de vista particularmente corrosivo desde una perspectiva ética y anticientífica

P: Adorno y Horkheimer criticaron la Ilustración (y los avances científicos que propició) porque a la postre había producido una cultura de masas, en la que parece que estamos inmersos ahora. ¿Qué se les puede responder?

R: En líneas generales, se podría estar de acuerdo con todo lo que dicen excepto por su premisa fundamental que defiende que los totalitarismos del siglo XX fueron una consecuencia directa de la Ilustración. En realidad, estos totalitarismos no fueron producto de ella, como ellos dicen, sino que, de hecho, se debió a los esfuerzos de la contrailustración para reafirmar la hegemonía –el control– sobre la mente y la vida de las personas. La Ilustración trataba, precisamente, de liberar tanto al pensamiento como a los individuos y dotarles de una voz que nunca habían tenido. Esto, claramente, no es en ningún caso lo que el fascismo y el estalinismo promovieron.

P: Muchos comentaristas creen que uno de los grandes males actuales es el relativismo y la posverdad derivados de una línea de pensamiento que va de Nietzsche a Derrida. ¿Está de acuerdo?

R: Ciertamente, el relativismo es un punto de vista particularmente corrosivo tanto desde una perspectiva ética y anticientífica que se expresa por ejemplo a través de la oposición y rechazo de las vacunas o en la negación del cambio climático. Tanto en el campo de la ética como en el de la política, el relativismo dificulta el acuerdo sobre consensos internacionales tan importantes como son los derechos humanos y la tolerancia religiosa. También sobre el medioambiente, el desarrollo tecnológico y los sistemas armamentísticos controlados mediante inteligencia artificial o sobre la ingeniería genética aplicada a los fetos humanos, etc.

Soy un admirador del pensamiento político y social de Ortega y Gasset

P: La última parte de su libro está dedicada, entre otras, a las filosofías milenarias de China e India, dos potencias en auge. ¿Qué aspectos de esas filosofías tienen más influencia en el pensamiento moderno?

R: La filosofía india aprendió hace ya mucho que la experiencia ordinaria que tenemos del mundo se trata de una realidad virtual, de hecho, es una ilusión sistemática; la neuropsicología actual y la inteligencia artificial confirman este punto de vista. La idea de Confucio sobre el Estado se basa en la armonía resultante de la buena gobernanza y en principios de bondad; esto también ha permanecido en el ideal de algunos tipos de liberalismo, pero no en el sentido de la monarquía propio del pensamiento de Confucio.

Tenemos el deber de explicar cómo y por qué sabemos algo

P: En su 'Historia de la Filosofía' cita a tres pensadores españoles: Séneca, Averroes y Maimónides. No aparece ningún otro español de los últimos 1.000 años, ni siquiera Ortega y Gasset. ¿No hay ninguna aportación española al pensamiento universal en el último milenio?

R: El hecho de tener que escribir y reunir ideas de tan distintos períodos y geografías en un espacio reducido como es este manual ha provocado que muchos pensadores interesados hayan tenido que quedarse fuera. Yo, personalmente, soy un admirador del pensamiento político y social de Ortega y Gasset. Además, en muchos de mis libros hablo sobre Gracián, Suárez, Unamuno, Averroes, Vitoria, Llull and Santayana. Sin duda alguna, sus contribuciones han aportado luz en la mayoría de campos de la filosofía.

P: Volviendo a Bertrand Russell, y para terminar. El pensador británico escribió en su famoso libro 'La conquista de la felicidad' que para conseguir ésta el hombre debería –grosso modo- olvidarse de sí mismo y centrar su atención en conocer y ampliar sus intereses externos. ¿Está de acuerdo?

R: Sí, sin ninguna duda. Tener intereses exteriores estimulantes es sano y productivo; estar obsesionado con uno mismo, en cambio, puede llegar a ser muy perjudicial. La gente que se compromete con una causa o aquellos que disfrutan de su trabajo encuentran que la felicidad les llega por sí sola, no porque la hayan buscado o deseado directamente, sino porque centran sus esfuerzos y tiempo en algo que merece la pena.