Enrique Obrero, periodista: "Lo que iba a ser un ensayo sobre fútbol y el Atleti terminó en una novela sobre la infancia"

  • El reportero de Informativos Telecinco publica 'Los niños de los árboles', una novela sobre la desaparición de un niño en un barrio de Madrid en 1974

  • El autor radiografía el maltrato y el acoso al que se veían sometidos muchos escolares en el colegio y en casa en aquella época

  • A la vez, resalta el valor de la amistad y el compañerismo en un mundo ya desaparecido, en el que los niños “vivían en la calle”

Enrique Obrero tiene una manera muy particular de hacer periodismo, siempre cercana a la gente, y ese mismo espíritu popular que impregna sus reportajes en Informativos Telecinco cada fin de semana lo ha trasladado ahora a su primera novela, ‘Los niños de los árboles’ (Ed. Mirahadas).

En ella, el autor vuelve la mirada a la infancia, a la primavera de 1974, y a la rebelión de un grupo de niños contra la tiranía de los maestros y los castigos escolares, a raíz de la desaparición de uno de sus compañeros, víctima del acoso escolar de profesores y alumnos.

A medio camino entre las novelas negra y costumbrista, Enrique Obrero nos guía a través de sus páginas por un mundo del que queda muy poco, el de los estertores del franquismo, en un barrio de la periferia de Madrid, la Colonia Moscardó en el distrito de Usera.

Pregunta: Hay cierta 'dignidad de barrio' en la novela.

Respuesta: Más que dignidad, hay mucha identidad. Antes no se decía soy de Madrid, sino soy de Usera, soy de San Blas. Y ponías voz de ‘cuidado con quién hablas’.

P: Esa vida de barrio ya no existe.

R: No. Vivíamos en 20 calles como mucho. No salíamos de ahí. La primera vez que fui al centro fue con 16 años, para ir al cine. Tampoco hacía falta salir mucho. Aquí teníamos de todo. Además la gente veraneaba muy poco. Eso sí, la primera vez que vi el mar fue maravilloso, un impacto tremendo.

En mi infancia, acosaban los compañeros de clase y, lo que es peor, también los profesores

P: La infancia era distinta.

R: Se vivía en la calle. Había menos ruido, porque había menos coches, algún 600, algún 127. Las madres nos llamaban desde la ventana y les oías. Hoy te llaman desde la ventana y no oyes nada.

P: ¿Cosas positivas de aquella época?

R: Sobre todo se compartía mucho en la calle. Nos pasábamos el día jugando: la revolotera, el rescate, el escondite inglés, el gua, la vuelta ciclista de chapas, los mundiales de fútbol con garbanzos.

P: Y hacer el pino para ver las bragas a las chicas.

R: Sí, eso se mantuvo hasta la adolescencia, y el concurso de eructos y pedos de tenis (15-0 si echabas uno, 15 iguales si el otro empataba).

P: ¿Las cosas malas?

R: Había mucho maltrato en el colegio (los profesores te pegaban como a un adulto, con la regla sobre las yemas de los dedos, y auténticos tortazos en la cara) y en casa (los correazos eran muy habituales).

P: Y las orejas de burro al que sacaba malas notas.

R: O eso o te ponían un farolillo rojo del tren. Al primero le ponían la medalla de oro.

De niño he corrido delante de ‘los grises’, aunque muy de lejos (ríe)

P: Y los motes, como el que sufre uno de protagonistas del libro.

R: Sobre todo a los que eran distintos. Tenías que ser parecido a la masa.

P: Y el acoso.

R: Existía entre los compañeros (normalmente dirigido a una minoría, y existía el miedo de que si les defendías podías recibir tú también) y también el acoso de los profesores a los alumnos, que era igual o peor.

P: ¿Eso sigue?

R: Era una sociedad diferente pero tampoco hemos cambiado tanto. Se mantiene el acoso entre los compañeros, no de los profesores. Casos actuales han inspirado algunas historias del libro, sobre todo cómo un niño puede pensar en suicidarse.

P: El suicidio en niños no es habitual.

R: No, y los que hay son por acoso. Ahora ese acoso está más en las redes sociales (se graba cómo pegas a la víctima y luego lo subes a las redes).

P: ¿Cómo eran aquellos profesores?

R: Eran muy mayores y nos hablaban de una España que parecía que seguía dominando el mundo. Las lecciones de Historia terminaban en Felipe II. Yo pensaba que España seguía siendo un imperio. Me di cuenta del engaño cuando vi el medallero de los juegos olímpicos de Munich 72: había países (asiáticos o africanos) de los que no conocía ni el nombre y que tenían más medallas que nosotros.

Las lecciones de Historia acababan en Felipe II; yo pensaba que España seguía siendo un imperio

P: La novela describe también el periodismo de esa época: crónicas más literarias y periodistas que se metían hasta en las morgues.

R: Yo solo conozco el periodismo de televisión y el contacto con la calle. Ese es el periodismo que a mí me gusta. Es el que practicaban los reporteros antiguos. Y en el plano se veía al periodista, porque al periodista se le tiene que ver en la imagen, porque sino parecen descripciones de otros. No es un tema de ego, es que aparecer en la imagen da más relevancia a la información, está menos manipulada. El periodista no es la noticia, pero sí es el vehículo para que llegue mejor la noticia a la gente.

P: Los detalles costumbristas inundan el libro. Se ve hasta en la publicidad: “A mi plin, yo duermo en Pikolin”.

R: Ahora la gente no quiere ver los anuncios pero antes formaban parte de nosotros. Cuando éramos pequeños solo había un canal (la UHF solo la tenían algunos). Bajabas a la calle y podías comentarlos: todos habíamos visto lo mismo. Ahora tenemos 40 plataformas y no sabes ni lo que ves. En una familia ni siquiera todos ven lo mismo. Se encierran a ver la tele en habitaciones distintas.

P:Soberano, es cosa de hombres”.

R: El machismo existía hasta los anuncios. A los niños se les trababa como hombres desde los 12 años. Nos daban Quina Santa Catalina, con 13 grados, para que se nos abriera el apetito y nos ofrecían tabaco en las comuniones.

P: Se fumaba en casa y en el coche.

R: Rex, Ducados… En España se fumaba negro.

P: “Come zanahoria, que es buena para la vista”, leo en el libro.

R: Eso era algo muy de madres. La mía lo sigue diciendo.

P: Las madres también amenazaban: “Tengo que decírselo a tu padre”

R: Claro, era el cabeza de familia.

Al periodista se le tiene que ver en la imagen, porque da más relevancia a la información

P: Otra amenaza en la novela: el hombre del saco.

R: Que hoy tampoco estaría bien visto. El hombre del saco está inspirado en un hecho real que sucedió en un pueblo de Almería: mataron a un niño para que se bebiera su sangre un enfermo terminal, que esperaba curarse.

P: En la novela, los 'grises' (la antigua policía armada) colaboran en la búsqueda de un niño desaparecido. ¿Daban tanto miedo como dicen?

R: Sí. Mi padre era camionero y fui con él a una manifestación en Legazpi. Allí estaban: los veías y daban respeto. De niño he corrido delante de ellos, aunque muy de lejos (ríe).

P: Hay otro protagonista en la novela: el Atleti.

R: Sí, el libro surge por ahí. Cuando fui a Milán a la final de la Champions con el Madrid vi a los niños del Atleti llorar desconsoladamente. Y me recordó a la derrota del 74 contra el Bayern. Me pasé una semana llorando. Lo de Milán me devolvió a aquella época. Y lo que iba a ser un ensayo sobre el fútbol terminó en una novela.

P: Tú llevas 30 años escribiendo para televisión. ¿Qué tal eso de escribir un libro?

R: De alguna manera describes en imágenes. Es como cuando en la tele nos faltan imágenes y tiramos más de adjetivos.

P: Y hablando de tele, algunos de tus compañeros de redacción se han ‘colado’ en la novela.

R: Sí, A. Morales y Graciela Rodríguez, que hacen de periodistas. Y luego está Juan Tejón, que es un vendedor de seguros.