Dice Arcadi Espada que la principal amenaza al mundo no es China, ni el cambio climático ni el Islam sino el debilitamiento el periodismo. Y la base del periodismo –recuerda lo obvio, que ya no parece tan obvio- es la búsqueda de la verdad, “que es una aunque pueda estar rota en mil pedazos”, afirma, citando al poeta y periodista catalán Josep Carner.
Pero buscar la verdad cuesta trabajo, es engorroso -sigue-, y a veces uno se topa con muros infranqueables, y entonces es cuando es fácil y tentador echar mano de la ficción, escondida tras la verdad poética, la memoria, los recuerdos o las opiniones, que en ningún caso son hechos. Y siguiendo por esa línea, sentencia Espada que el problema del periodismo son los periodistas: “Nunca ha habido mayor desproporción entre la importancia social del periodismo y la calidad intelectual de quienes lo practican”.
Todas estas ideas -y sus derivadas, como la posverdad, el relativismo, los falsos recuerdos, la memoria histórica ("ese oxímoron")- inundan las páginas de ‘La verdad’ (Península), un título ambicioso para un libro que recoge veinte años de reflexiones, reportajes y artículos.
Pregunta: El único problema filosófico verdaderamente serio es el suicidio, decía Camus. Usted le contradice: opina que, más que el suicidio, es la verdad.
Respuesta: La verdad es una obviedad. Es algo tan decisivo e importante en la vida humana, algo tan apabullante, que a veces es difícil definirla. Es la clave de bóveda de nuestra vida, y por eso está sujeta a continuos ataques por parte del mal, al igual que la salud del hombre está amenazada por las enfermedades. Desde la filosofía se han hecho muchas especulaciones sin fundamento, como la clásica de Nietzsche (no hay hechos, solo interpretaciones), que es de donde arranca la corriente de impugnación de lo objetivo y de la verdad. A veces esas especulaciones son puro delirio intelectual y a veces son malevolencia política (cuando se convierten en la base de los totalitarismos, ya sea el nazismo o el comunismo).
P: Afirma que, en muchas ocasiones no se busca la verdad por vagancia: hallarla da mucho trabajo.
R: Es una evidencia. Yo siempre reprocho a quienes mezclan la verdad con la ficción en la literatura. Este tipo de enjuagues obedece casi siempre a problemas laborales. Cuando tú haces una investigación (periodística o de otro tipo) es muy frecuente chocar contra una muralla. Quieres seguir, pero por desgracia no puedes escalar esa pared. No hay posibilidades ni técnicas ni humanas. Y estas personas, fascinadas con lo que hay tras la pared, lo que hacen es perforarla con la ficción: se inventan y elucubran con una serie de teorías sobre la superioridad de la verdad poética y otras bobadas. Porque la verdad es muy jodida. La novela histórica en general es eso: una cierta desmoralización ante la imposibilidad de la verdad o incluso ante su carácter anodino. Una de las cosas que les pasa a los periodistas que deciden hacer ficción es que están cansados de que todos sus esfuerzos conduzcan a lugares banales, que no tienen la belleza poética de la ficción. Eso explica muchas teorías conspiranoicas: por ejemplo, que Rubalcaba sea el jefe de la banda que organiza los atentados del 11M para sacar del gobierno al PP es más atractivo que hayan sido cuatro ‘mataos’ con una tienda en Lavapiés, ayudados por un sinvergüenza asturiano. Pasa lo mismo con los antivacunas, con la muerte de Kennedy, los atentados de las Torres Gemelas, etc.
P: “Sobre cualquier hecho hay una verdad e innumerables mentiras”, leo. Por eso es vulnerable.
R: La verdad está rota en mil pedazos pero es una, como dice la cita de Josep Carner. Las mentiras son múltiples, por eso tienen carácter tan seductor. Fabricarlas es muy sencillo.
P: Hannah Arendt es una referencia clara en el libro: “El sujeto totalitario no es el nazi convencido o el comunista convencido, sino el individuo para quien ya no existe la distinción entre hechos y ficción y entre lo verdadero y lo falso”.
R: En su ‘Viaje a Alemania’, Arendt preguntó a sus compatriotas alemanes sobre Hitler y sus atrocidades. Ellos la miraban extrañados y respondían: “Eso será su opinión”. Ese punto es algo trumpiano. Cuando Trump dice que ha ganado las elecciones está llegando a ese punto. La gente se comporta frívolamente con la objetividad, en parte por culpa de algunos filósofos y literatos. Cuando el suelo de la objetividad desaparece estamos perdidos. La verdad levanta los millones de aviones que surcan cada día el cielo. Detrás de cada despegue hay una miríada de verdades indiscutibles y objetivas, porque el avión se levanta. Y si se cae el avión es porque ha habido una mentira incrustada, por decirlo metafóricamente.
P: Las personas ‘per se’ nunca son objetivas, pero su método debe serlo, sostiene el libro. Por eso hay una reivindicación de la ciencia y del método científico.
R: Lo que ha hecho el hombre en los últimos dos siglos a caballo de la ciencia es infinitamente superior a lo realizado en los 1.800 años precedentes. En el fondo todas estas personas que discuten la objetividad son como artistas de variedades. Frivolizan con la verdad. Hay una réplica muy famosa en el libro ‘Imposturas intelectuales’ (Alan Sokal y Jean Bricmont) a la corriente del posmodernismo, que mantiene que todo es relato. Los autores responden: “Vamos a probarlo, suba al octavo piso y tírese. Miremos si la verdad objetiva existe”. Parece una ‘boutade’, pero no lo es.
P: Esto afecta también a la historia, como vemos últimamente.
R: Hobsbawm opina que se puede discutir de lo que se quiera, pero siempre a partir de que Roma venció a Cartago. Ese es el tipo de verdad humilde, pequeña, modesta pero incólume de la que nos ocupamos los periodistas.
P: Sostiene que la función del periodismo es herir la sensibilidad del lector: “Los cadáveres son necesarios en los periódicos”.
R: Ahora estoy revisando periódicos antiguos para preparar un libro. La gente se quedaría aterrorizada al ver cómo el periodismo español informaba sobre los cadáveres en los años 80, que por desgracia hubo muchos por culpa de ETA y también por accidentes bestiales, como el choque de los aviones de Los Rodeos y la explosión en el camping de Los Alfaques. Los cadáveres se mostraban en toda su crudeza. Eso nos tiene que hacer pensar. La Transición gráfica también estaba llena de mujeres desnudas. De cadáveres y mujeres desnudas. En estos años ha cambiado la sensibilidad ciudadana. Puede tener algún aspecto positivo pero hay que tener cuidado porque la muerte sigue formando parte de nuestra vida. Y los periódicos deben ocuparse de la muerte.
P: Cita a uno de los titanes del periodismo, Bob Woodward: “La democracia muere en la oscuridad”.
R: Yo soy un optimista absoluto, pero no soy ingenuo: sé que en el progreso material y moral de la humanidad hay idas y venidas. No es una línea recta. El tono general es de mejora, pero tiene retrocesos. El deber de las personas que nos dedicamos al periodismo es detectar dónde están esos retrocesos. Muchas de las políticas ‘mainstream’ son profundamente reaccionarias. Por ejemplo, el derecho a la ofensa: si no tenemos ese derecho no podemos discutir nada. Como cuando alguien dice que no puedes criticar a su dios porque se ofende.
P: Sobre esto: “No es lo mismo hacer un chiste sobre Dios que sobre Auschwitz”.
R: Una cosa es un hecho y otra una realidad por demostrar. Dicho esto, tampoco me molesta que lo hagan sobre Auschwitz. Mientras el estatus del chiste esté claro, no sirva a nadie, no sea un instrumento de manipulación política en beneficio de alguien, no me parece inmoral. Si se hace para patrocinar la vuelta al nazismo me parecerá peor.
P: Sobre la memoria. Recurre al poeta argentino Juan Gelman: “Lo contrario del olvido no es la memoria sino la verdad”.
R: Y no digamos la memoria histórica, que es un oxímoron. Machado decía: “¿Tú verdad? no, la verdad; y ven conmigo a buscarla. La tuya guárdatela”. Ya el poeta advertía sobre este subjetivismo, sobre este ‘nada es verdad ni mentira’. No existe tampoco la verdad judicial, esa estupidez tan de moda en España. Nosotros no tenemos ninguna instancia social para determinar la verdad más perfecta que la judicatura. Como no tenemos otra verdad que la ciencia para investigar y progresar. Las dos utilizan el método científico. La verdad judicial puede enviar un señor a la cárcel durante 30 años. Es una cosa muy seria. Los periodistas tenemos la culpa por dar carta de naturaleza a estas expresiones: ‘verdad judicial’, ‘memoria histórica’.
P: “El debate sobre la memoria histórica no ha dejado ver lo principal: el significado de que un gobierno la establezca”.
R: Sí, que sea fijada por personas a quien no compete. Todo el mundo sabe que con las herramientas del sentido común y del método científico puedes llegar a la máxima verdad sobre un hecho determinado en un momento dado.
P: Citas las investigaciones de Elizabeth Loftus sobre la llamada 'falsa memoria'. Ella declaró como perito en el caso Weinstein (más de 80 denuncias de abuso sexual contra el productor de cine estadounidense Harvey Weinstein)
R: Ella ha demostrado que puedes infectar una conciencia con un recuerdo inventado. Yo escribí un libro que se llama ‘Raval’, una investigación sobre una supuesta red de pederastia en ese barrio barcelonés en 1997. Había mucha gente que creía que la habían violado. Pero eran falsos recuerdos. Pasa con muchas de las acusaciones del 'MeToo'. Hay algo que no se entiende: al cabo de 30 años esas personas ‘despiertan’ y denuncian violaciones. En algunos de ellos no hay mala fe: creen realmente que eso pasó.
P: Muchas opinan que la vida es como la recordamos.
R: La vida no es como la recordamos, la vida es, y ya está. Es al margen de cómo la recordamos.
P: De ahí –dice- viene el equívoco de muchos casos actuales: no se denuncian hechos, sino recuerdos.
R: El recuerdo no tiene el estatuto de veracidad que tiene un hecho.
P: El libro es muy duro con los periodistas: “Nunca ha habido mayor desproporción entre la importancia social del periodismo y la calidad intelectual de quienes lo practican”.
R: Es una paradoja siniestra. El periodismo es cada vez más importante. El negocio y ocio de las noticias cada vez ocupa más espacio en la vida de las personas. Y lo digital no ha hecho más que amplificarlo. Pero a esa importancia reciente del periodismo se ve correlacionada con una falta absoluta de preparación intelectual de los periodistas jóvenes, que ni han leído ni han reflexionado. Su capacidad de razonar y aplicar el pensamiento crítico es muy escasa. Y lo digo no solo por mi experiencia, sino por los 20 años que llevo dando clase en la universidad.
P: ¿No era la generación más preparada?
R: Yo creo que sí, pero como decíamos antes, hay retrocesos, agujeros negros. Claro que hay periodistas jóvenes muy preparados, pero al periodismo ha llegado un aluvión de carne de cañón en los últimos años. Antes hacíamos periodismo cuatro, y ahora son 4.000. El oficio se ha precarizado: al bajar el nivel laboral se ha bajado el nivel intelectual. Eso no es discutible.
P: ¿Ha bajado también la calidad de los lectores?
R: Hay un error con esto. Nosotros estábamos equivocados en los viejos periódicos de papel. Pensábamos que los lectores nos leían muchísimo. Y no. Lo que hacían eran mirar los titulares y quizá algún subtítulo. Los periódicos te daban una rápida visión del mundo. Luego había una minoría que leía columnas, editoriales y artículos. Esa minoría ha ido creciendo. Pero esa inmensa mayoría de lectores sigue existiendo y en los digitales miran sobre todo la ‘home’ (la portada).
P: Orwell, otro referente al que cita: “El gran enemigo de la lengua es la falta de sinceridad”.
R: Puedes hacer un ejercicio fácil: todas las informaciones sobre corrupción están pésimamente escritas por la inseguridad con respecto a los hechos de quien las escribe. Muchas de esas informaciones están redactadas al principio de la instrucción de un caso: donde solo hay conjeturas que el periódico a veces eleva de forma lamentable a conclusiones. Mi anterior libro trata del caso Camps: un periódico publicó 169 portadas donde salía el nombre de Camps acusado. Hasta ahora es un señor inocente, que ha salido absuelto de los casos juzgados. Siempre descubres una vacilación moral en la vacilación sintáctica.
P: Aconsejas desterrar el ‘porqué’ del periodismo y sustituirlo por el ‘cómo’.
R: Ni siquiera la ciencia se ocupa del ‘porqué’, sólo del ‘cómo’. A la ciencia no le importa saber por qué todos los seres que habitan la tierra tienen un ancestro biológico común.
P: De todo ello llegamos a la posverdad, que no es lo mismo que la mentira.
P: Una cosa es un mentiroso, que es un señor que respeta la verdad porque tiene que burlarla. Es el ejemplo de Bush y las armas de destrucción masiva. Es tan importante como para el gánster la ley. La respeta para burlarla. Nuestro hombre posverdadero desprecia la verdad: no es más que otra opinión más. En este aspecto Trump o Sánchez están cortados por el mismo patrón. También tiene que ver con el uso que algunos hacen ahora del género: “Usted tiene genitales”, dices, “sí, pero me siento mujer”, responden. Eso pasa cuando ese suelo de la verdad desaparece. La posverdad no son las antiguas mentiras. Eso es un error conceptual grave. La posverdad es la indiferencia ante la suerte de la verdad y la conversión de la verdad en una opinión más.
P: En el libro pone en duda verdades muy instaladas en la sociedad española. Por ejemplo, el caso Nevenka Fernández (conocida por ser la primera española en lograr la condena de un cargo político, Ismael Álvarez, alcalde de Ponferrada del Partido Popular, por acoso sexual, en el año 2002).
R: En su día publiqué un artículo que resultó muy polémico. Lo importante del caso Nevenka es que probablemente tiene que ver con los falsos recuerdos y la confusión mental asociada a eso. Esto es una hipótesis, no puedo probarlo. Lo que sí puedo probar es que la forma en la que fue condenado Ismael, el alcalde, no fue respetuosa con el Estado del Derecho.
P: Otro ejemplo: un documental sobre Camarón de la Isla sin citas a la droga.
R: Camarón se drogaba y eso tuvo decisiva importancia en su vida y en la de muchos jóvenes que le seguían.
P: Y la enmienda a uno de los héroes periodísticos de toda una generación: Ryszard Kapuściński.
R: A mí me decepcionó cuando dejó de ser periodista para convertirse en un mesías: cuando dijo aquellas tonterías de que los periodistas tienen que ser buenas personas. Una cosa no tiene que ver con la otra.