Juan Manuel Gil (Almería,1979) es escritor y profesor de Lengua y Literatura en un instituto de su ciudad natal. Con su primer libro, Guía inútil de un naufragio (2004), obtuvo el Premio Andalucía Joven de Poesía. Desde entonces se ha centrado en la novela: Inopia (2008), Las islas vertebradas (2017) y Un hombre bajo el agua (2019). Es autor, además, de dos volúmenes de difícil clasificación: Mi padre y yo. Un western (2012), que le valió el Premio Argaria, e Hipstamatic 100 (2014), una recopilación de textos en los que mezcló vida y actualidad.
Presenta ahora Trigo Limpio Trigo Limpio(Seix Barral), con el que ha ganado el Premio Biblioteca Breve 2021. Veinticinco años después de protagonizar una gamberrada que marcará el transcurso de la vida de un grupo de amigos, el narrador sin nombre de esta novela recibe un mensaje de Simón, un miembro de la pandilla que desapareció un buen día sin dejar rastro, con una propuesta inesperada: ¿por qué no escribes sobre nosotros?, ¿sobre lo que nos sucedió?
Pregunta: Simón ha fabricado su propio relato de su vida, y ahora encarga a su amigo de la infancia que haga lo propio. Pero algo no cuadra.
Respuesta: Creo que el relato no solo de esta historia, sino de la propia vida, puede ser un buen bálsamo, la manera que tenemos de contarnos la vida, lo que nos rodea, lo que sentimos. El relato siempre es poner orden en lo que aparentemente es un caos. El narrador de esta historia busca poner orden en un relato que le obsesiona. Tiene un fin muy claro, construir una historia. Es escritor y tiene claro cuál es el objetivo: ordenar ese relato. Pero en ese camino se va a encontrar a personas que buscan su propio orden, su propio relato, y cuando colisionan dos relatos, muchas veces uno se tiene que imponer sobre el otro. Y esa es una pugna que literariamente siempre me ha interesado: qué relato vence.
P: Por eso el narrador se siente aliviado cuando Simón le dice que ya no se reconoce en esa historia común.
R: Sí. Hay veces que cuando pasa el tiempo y vuelves la mirada atrás, te das cuenta de que enfrentarse al relato del pasado es asumir que nada es como lo albergabas en la memoria, y lo que hacemos es desprendernos de ese relato, bien porque nos resulta doloroso, bien porque creemos que ya no somos esa persona. Al dejar ese relato atrás uno puede sentir alivio porque se desprende de una mochila pesada. Hay personas que para progresar procuran desprenderse de aquellas vivencias, que le pueden causar turbulencias en el presente.
P: Y se fabrican su propio relato. Y se ayudan de la literatura. Un personaje llega a decir: “Es improbable que una persona con las lecturas adecuadas fracase en esto de vivir”.
R: Es una frase muy optimista. A veces uno se harta de leer y sin embargo recibe bastantes golpes. Pero ese personaje sí tiene esa visión romántica de la literatura que se asemeja a la visión de Simón: refugiarse en determinadas historias, en el relato, en determinadas vivencias del pasado con el fin de hacer más llevadero el camino. Simón guarda algo muy pesado dentro de sí, y la manera de progresar en su vida ha sido esconderlo, pagando el precio que supone esa renuncia. Cree que liberarse de esa carga va a suponer una vida más balsámica y llevadera. Él va a recurrir a todo lo que está a su alcance para crearse un personaje nuevo en la vida, y una de las cosas es leer todo que caiga en sus manos.
P: En cierto punto Simón descubre su equivocación al encargar el relato de la infancia a su antiguo amigo.
R: Abre una esclusa muy peligrosa al invitar al narrador a escribir sobre su infancia compartida y parece no calibrar muy bien esa invitación. Se da cuenta de que se ha equivocado y le dice que olvide la propuesta.
P: Porque él ya había construido su propio relato de la infancia.
R: Eso es, pero ya es demasiado tarde porque si a un escritor lo invitas al olvido lo que va a hacer es lo contrario, meter mano en la memoria e imaginar mucho. A partir de ese momento, uno de los objetivos de Simón es intentar que ese relato (que se está construyendo mientras el lector lo lee) no llegue a puerto.
P: La infancia es un territorio jugoso para todo escritor: “Nunca he sido más feliz que cuando salíamos de casa y sabía que teníamos toda la mañana o la tarde por delante”, le dice Simón al narrador.
R: Simón tenía una visión algo nostálgica e idealizada de aquella época que vivió en el barrio. Yo comparto esa visión. Los personajes se mueven en un espacio que es la infancia donde uno salía a pelear la tarde de verano, para que fuera salvaje, trepidante, divertida. No le bastaba con que la tarde anterior ya lo hubiese sido. Ahora estábamos en el presente, y había que luchar esa tarde, saltar esa tapia, atravesar límites, y meterse en agujeros donde uno no debía meterse. Aquella fascinación que sentían aquellos niños por las tardes de verano yo la comparto también en mi fascinación por la literatura. Yo estoy dispuesto en abrir cualquier libro si sé que me va a llevar a algún pasadizo, o saltar una tapia, o a bañarme una balsa prohibida. Lo que uno intenta es salvar sus tardes de verano metafóricas.
P: Pero el propio narrador avisa: “Leer es estar dispuesto a asomarse al vacío”.
R: Cuando uno se acerca a un libro lo que quiere es sentirse seducido o atrapado. Uno no quiere tender una trampa a los escritores, sino que cuenten con mi complicidad. Yo quería contar con la complicidad del lector, y por eso no solo les cuento la historia de estos niños de barrio y de cómo se han hecho mayores, sino que procuro ser honesto con él e ideé un manual de cómo escribir una novela. Le digo: esta es la historia y te voy a dar el libro de instrucciones para que veas que mi honestidad es absoluta. Dicho esto, ¿puedo contar con tu complicidad en esta historia? Esa pregunta sobrevuela la novela todo el rato.
P: “Siento atracción por las novelas que se les ven las vísceras”, dice el narrador.
R: Me gustan las novelas que se ofrecen en su perfección e imperfección, en las certezas y en las dudas, en las que es posible intuir las costuras y las disyuntivas a las que se ha enfrentado el escritor, sin que eso se convierta en algo que entorpezca el progreso de la historia. Quizá ahí está el reto de este tipo de novelas: ofrecerlas como una fruta madura que se abre ante el lector.
P: El narrador dice que no planifica sus novelas. ¿Al autor le ocurre lo mismo?
R: Sí. Yo concibo el proceso de escritura como algo orgánico: no preparo una estructura o un plan perfecto hasta la última página. Yo tengo claro por donde empiezo y unas líneas argumentales básicas, y luego me dejo llevar por lo que yo llamo “la ley del asombro”. Soy el primero que como escritor me ofrezco a mi novela como lector. Un lector sin asombro no es nada: desconocer lo que va a ocurrir en la siguiente página, y en el siguiente capítulo y al final. Si al principio de cada novela supiera cómo acaba, no la escribiría probablemente. Si no siento el asombro difícilmente voy a construirlo a ojos del lector.
P: Dicho eso, está muy bien construida pese a que el narrador no sabe si tiene historia.
R: Una de las líneas argumentales de la novela es la preocupación del narrador –que yo comparto con muchos escritores- de saber si donde se ha metido le lleva a algún lugar. Cuando alguien escribe una novela sabe que progresa, pero no sabe si llegará el día en que cada engranaje se articule de manera natural. Es algo inherente a la escritura y yo lo trasladé a este libro, pero desde un punto de vista humorístico, muy paródico. La literatura es tan importante en mi vida, que no puedo tratarla desde la solemnidad. Me resulta imposible tomarme en serio en ese sentido. Me tomo muy en serio madrugar y mi disciplina y mis rigores escribiendo, pero me ayuda mirar el acto de escribir desde un vista paródico y humorístico. Y uno de los ingredientes fundamentales de la novela es esa visión divertida del acto de escritura, o de la infancia o de la relación padre-hijo.
P: Los verdaderos protagonistas de esa novela son lo que llamas los pasadizos.los pasadizos ¿Qué son?
R: La palabra pasadizo, en la literatura, tiene un valor metafórico muy potente. Son conexiones, una especie de red: cómo un libro está conectado con otro, con un personaje de nuestra infancia, con una anécdota de nuestra vida. Yo decidí concretar esos pasadizos: que esa misma fascinación de los pasadizos metafóricos se trasladara a un plano más terrenal. Y decidí meter en el interior de esos pasadizos físicos a esos niños deseosos de aventura y riesgo, de salvar el verano en un barrio sin parques ni pistas polideportivas. Y cuando un niño se mete en lo desconocido va a sentir una paleta de emociones brutal: fascinación, miedo, asombro, riesgo. Y en la literatura una vez que introduces esos ingredientes el lector se va a sentir seducido.
P: También metes un terraplén, físico y figurado.
R: Sí. Es una caída, que tiene un poder simbólico en la vida. Todos tenemos varios terraplenes en los que nos hemos metido y de los que tenemos que levantarnos. Al final lo que pretendo en esta dualidad entre los concreto y abstracto, entre realidad y ficción, entre la confusión entre el narrador y el autor y los personajes. Es diluir fronteras, crear un espacio que te invite a la confusión y que sea fácil caer en la alucinación. Ya hemos entrado en la fascinación por la ficción: ya no importa lo que es verdad o mentira, sino que estoy deseando pasar páginas, llegar hasta el final, buscar respuestas a las preguntas del libro.
P: Estos relatos literarios tienen ahora un fuerte competidor: series, películas, videojuegos.
R: El ocio, el entretenimiento y la cultura se han vuelto muy competitivos. Por fuerza la literatura se tiene que ver afectada. Tiene que ofrecer su propio mensaje, con sus normas de funcionamiento. Si se pone a competir un libro contra una serie aquél estará en desventaja. No pueden ofrecer lo mismo. Aunque estén conectados, y se enriquezcan uno a otro, no forman parte de la misma categoría. Pero es no significa que no tengamos que tomar conciencia de esa competición.
P: Y uno de los recursos que ha encontrado la literatura reciente es la narración en primera persona.
R: La literatura ofrece desde esa primera persona una mirada única, múltiple, conectada y fragmentada, que es la vida. Y con esa mirada el lector se va a sentir más identificado. Quizá por eso –es una hipótesis- estos últimos años, la autoficción (libros narrados en primera persona) ha tenido un especial auge, la mirada única e insustituible de un narrador, de una persona que se enfrenta a la vida. Nos cansamos de esa voz omnisciente que habla desde una atalaya, que todo lo sabe y parece que nos maneja. Quizá el lector busca más de complicidad con el autor: tener la sensación de que es de carne y hueso como él, que se puede equivocar, que tiene dudas, que a veces se extravía en la historia y que le cuesta encontrar el camino. En esa identificación está parte del éxito de esa autoficción.
P: Tú intentas diariamente enseñar a tus alumnos estas virtudes de la literatura frente a esos otros competidores culturales y del entretenimiento.
R: Los libros, las series, los cómics, las películas no se repelen, se conectan entre sí, se enriquecen. Hacen que la experiencia se multiplique y tu capacidad de emoción se vuelva más intelectual. Yo cuando hablo con mis alumnos, lo que procuro compartir, más que la lectura, es mi pasión por la lectura, qué siento cuando leo algo. Les explico por qué, a qué me recordó, y cómo ese libro me llevó a una serie, que vi con mi pareja en casa, y que eso nos llevó a un viaje a Irlanda. En algún momento un alumno puede decir: eso lo quiero vivir yo, eso está a mi alcance, no está lejos de mí, solo tengo que abrir un libro y empezar el camino.
P: ¿Y tienes éxito?
R: Creo que sí, pero no podemos pretender que el resultado sea inmediato, porque yo mismo para llegar a esas conexiones he tenido que emprender un camino muy largo. Yo tuve esa edad y es muy difícil buscar esos pasadizos. Pero si trasmites la pasión honestamente tiene un efecto retardado pero implacable: llega. Si es no es fingida, tiene un efecto que tarde o temprano va a estallar delante del alumno o del oyente. Con el paso de los años, tengo alumnos que luego se han dedicado a la literatura y al cine.
P: Hablabas antes del humor. ¿De qué autores españoles te sientes deudor en este aspecto?
R: Soy un gran amante del humor en literatura. Hay una tradición muy rica de parodia en España. El Quijote, la Celestina, el Lazarillo, Quevedo, Miguel Mihura, algunos fragmentos de La familia de Pascual Duarte de Cela. En la actualidad es fascinante el humor de Eduardo Mendoza, o de Antonio Orejudo, un autor al que reconozco su deuda de manera explícita en libro. En la cita inicial confiesa que no concibe la vida si no es a través de la literatura. No sabría explicar por qué, pero creo que desde el mundo académico se ha relacionado el humor con lo superficial. Parece que lo trágico es profundo, cuando realmente hacer reír es mucho más complejo que hacer llorar. Para llorar me basta una imagen o un pisotón. Para hacer reír necesito algo más sofisticado, necesito contar con tu complicidad, que no desconfíes de mí. El humor es profundidad por naturaleza –no el humor fácil, sino algo más articulado, el de la literatura-. El humor es inherente a la profundidad, es la práctica de la inteligencia, es muy difícil; porque si no funciona el humor es muy doloroso para el autor. Hay que ser muy valiente para usarlo.
P: Utilizas el humor en varios momentos al parodiar a los teóricos de la narrativa: “Quienes saben de esto afirman que a la hora de escribir una buena novela…”
R: Hago una parodia del mundo académico al que pertenezco. Siempre me autoparodio, porque yo doy clases, talleres de escritura, crítica literaria, y eso me permite reírme de ese mundo. Me pareció que la mejor la manera de hacerlo en con la fórmula: “Quienes saben de estas cosas…”, que generalmente no somos ni tú no yo. Esa solemnidad me deja frío.
P: “Escribir es no tener las cosas claras”, pero “todas las personas, incluso las más escépticas, necesitan compartir historias”.
R: Escribir es tener como mínimo un punto de partida. Suele ser una pregunta de no fácil respuesta, porque de otra manera no daría para un libro de 400 páginas. Y si uno termina escribiendo un libro tan largo es probable que no haya encontrado la respuesta a esa pregunta. Pero al menos alberga la esperanza de que el lector sí encuentre sus propias respuestas, incluso sus propias preguntas. Escribir es dudar, es no tener las cosas claras, porque si las tienes no te detienes a escribir un libro. Ese es el motor que me lleva a escribir.
P: Y a madrugar cada mañana.
R: Cuando me preguntan cuál es tu próximo proyecto yo siempre digo: seguir madrugando.