Edurne Portela (Santurce, 1974) es doctora en Literaturas Hispánicas por la Universidad de North Carolina-Chapel Hill y ha sido profesora titular de literatura en Lehigh University hasta 2015. Sus obras más destacadas son El eco de los disparos: Cultura y memoria de la violencia; Mejor la ausencia; y Mejor la ausencia;Formas de estar lejos
Publica ahora Los ojos cerrados, una novela ambientada en un pequeño pueblo lleno de secretos y silencios por la violencia que lo ha atravesado durante décadas.
Pregunta: “Esta historia bien pudiera haber ocurrido en cualquier pueblo de nuestra España desmemoriada”, dices al final del libro.
Respuesta: La desmemoria es un problema de España y otros lugares que han sufrido la violencia que ha atravesado todas las comunidades. Pero en otros países se ha hecho mejor que en el nuestro. Después de la dictadura, cuando debería haberse hecho un proceso de verdad y justicia, de reparación a las víctimas, no se hizo. Eso pasa factura, como está ocurriendo ahora mismo.
P: ¿Concretamente?
R: Son consecuencias muy visibles. Tenemos un partido neofascista que hace política de odio desde las instituciones. Esto sería imposible en otros países como Alemania. En España pasa porque no ha habido un proceso de memoria democrática. Los problemas de ahora no son nuevos. Son consecuencia de cosas que se han hecho mal o no se han hecho.
P: Hay un consenso en que la Transición fue un éxito. Los españoles nos dimos un respiro.
R: Habría que preguntar respiro para quién. Me consta que las familias de las víctimas y represaliados vivos no respiraron tranquilos. Cuando se habla de la conveniencia de la Transición para que España saliera adelante, para cerrar heridas, eso solo sería para algunos. Para otros no. Si ha llegado el momento de revisar eso, bienvenido sea, por mucho que levante sarpullidos.
P: Gran parte del país da todo eso por superado.
R: Yo creo que hay intereses para que ciertas medidas no se lleven a cabo: por ejemplo, encontrar los cuerpos de las personas que murieron en la construcción del Valle de los Caídos. Yo me pregunto cuántos españoles se oponen a eso. Cuando se dice que es la mitad de España, ¿quién ha hecho esa contabilidad? Otra cosa es que a la gente le da igual. No sé si quién toma la palabra es representativo de un clima general.
P: “La tierra es ciega y muda y se guarda sus secretos”, dice el protagonista de la novela.
R: Está obsesionado con la muerte violenta de sus padres, que acabaron en un sima, sepultados en algún lugar de la sierra, y él va a morir sin saber dónde y cómo. Está preocupado por los silencios que guarda la tierra.
P: Hay pasajes de violencia muy explícita.
R: Sí, duros de leer y escribir. Yo tenía la necesidad de plasmar esa violencia. Es necesario mostrarla. Es imposible de representar todo el dolor, pero sí acercarnos a ella, a ese ambiente tan violento. Sentirlo cercano, como una experiencia que te puede atravesar.
P: Por eso de que “la ficción es una forma de conocimiento”, según has dicho alguna vez
R: Para mí lo es. El proceso de escritura significa descubrimiento, acercarme a las realidades que me preocupan, encontrar el lenguaje para contarlas.
P: Tu narración es complicada. Requieres esfuerzo al lector.
R: A mí me gusta la literatura que me hace pensar y trabajar. Así también intento escribir. No quiero dar todo el trabajo hecho al lector. Con lo que doy, tiene que ser capaz de profundizar y reflexionar. Mi literatura exige una lectura activa, que el lector ponga de su parte, que tenga que incomodarse, pararse a pensar o incluso respirar.
P: ¿Para ti escribir es una especie de exorcismo?
R: Más que exorcismo, es indagación. Empiezo a escribir con una serie de imágenes e ideas deslavazadas y nunca sé dónde me van a llegar. Por eso no tengo plan fijo. La incertidumbre me permite reflexionar y eso es lo más interesante.
P: ¿De dónde sale tu dominio del lenguaje de pueblo?
R: Lo manejo por lo que he leído, en Delibes, en Llamazares. Hay una genealogía como lectora, aunque no fuera consciente.
P: Un pueblo con un ambiente opresivo.
R: No quiero demonizar los pueblos, pero allí todo se magnifica, tanto lo bueno como lo malo. Lo bueno es que se crean vínculos de solidaridad y apoyo: hay que una necesidad de mantener cierta unión para sobrevivir todos. Lo malo es que todo se condensa y es más difícil romper inercias de marginación y señalamiento. En una ciudad, donde te puedes cambiar de barrio, esas inercias son más fáciles de diluir.
P: El choque de ciudad y pueblo se ve con la llegada de dos forasteros de la ciudad. Muy actual.
R: En el pueblo hay que tener una propensión a la soledad y el aislamiento, y saber vivir sin las cosas que te ofrece la ciudad. La vida es radicalmente distinta a la ciudad por mucho que se esté conectado.
P: Tú te fuiste joven a vivir a Estados Unidos. ¿Qué te parece la crítica reciente al MeTooy otros movimientos que se asocian con la cultura de la cancelación?
R: Me parece un poco triste que se cuestione que hay grupos que han sido vulnerables durante siglos, sin los mismos derechos y oportunidades. Ahora la izquierda reaccionaria y la derecha de siempre cuestionan que se les dé visibilidad y espacio de debate público para que se expongan su queja, su rabia y su protesta. Ese momento tenía que haber llegado hace mucho. Y si ha llegado ahora, lo que no hay derecho es acallar esas voces o culparles de crispación o violencia, como hacen los reaccionarios de cualquier signo. Además intelectualmente sus argumentos son muy pobres. No aportan nada al debate.
P: No piensa así Darío Villanueva, exdirector de la RAE. En NIUS denunció la posverdad y cierto revisionismo de la historia.
R: La historia no es lo que es, sino lo que han escrito, la interpretación de los hechos del pasado, aunque partan de fuentes específicas. Hay que cuestionar las interpretaciones de la historia y sus sesgos de género, raza y clase. Es un debate imparable, por mucho que moleste. Nadie es nadie para decir qué historia vale y qué historia no. Tampoco entiendo por qué molesta tanto que haya una revisión seria de los sesgos ideológicos de la historia. No estamos hablando de cancelar a nadie, sino hacer una revisión seria. No es cuestión de dejar de leer a un autor porque se machista o racista, sino hacerlo con un conocimiento crítico de cuál ha sido su posición ideológica. Analizar esos sesgos para ver cómo han configurado el imaginario común hasta ahora.
P: Desde ese punto de vista, toda la historia es ideológica o subjetiva.
R: Lo que es la narrativa de la historia, por supuesto. Quien la escriba va a tener una mirada y un sesgo. La supuesta objetividad de la historia se lleva cuestionando décadas, es un viejo debate: quién narra la historia, cómo la narra, para qué y para quién. A partir de ahí hay que construir relatos que pueden ser contradictorios o incluso incompatibles.
P: Pero así no tenemos a nada a lo que atenernos: no hay una verdad histórica.
R: Eso es llevarlo al extremo. Hay un mínimo de verdad histórica, que es la que tú puedes cotejar, con un archivo, unas cartas, una documentación o un testimonio. La historia se construye a partir de muchos relatos, donde sí hay subjetividad, lo cual no significa que sean falsos. Hay que aclarar conceptos: porque la historia sea una narración subjetiva no se puede decir no haya verdad. No es incompatible.
P: ¿Qué misión cumple la ficción en el conocimiento de la historia?
R: Es un complemento. Son las corrientes subterráneas que atraviesan la historia, los afectos, las relaciones íntimas, las atmósferas, lo que sentía y vivía la gente. Esa ficción puede estar muy alimentada por conocimiento histórico, pero no la sustituye. Es una forma de conectar con tu propia memoria. Es otro tipo de conocimiento.
P: Demasiado para una sociedad enganchada al móvil y a Netflix.
R: En este país el estudio de la historia es una especie en peligro de extinción y por eso pasa lo que pasa, que hay una ignorancia tremenda sobre nuestro pasado. Habría que paliarlo.
P: ¿Pasotismo general?
R: No sé. El problema son los planes educativos, que en democracia han cambiado muchas veces. Los profesores de Historia deben estar desesperados. Las carencias fundamentales empiezan ahí. El conocimiento de la historia parece para las ratas de biblioteca. No hay un plan para que las humanidades sean una vía de educación para ser buenos ciudadanos.