Darío Villanueva (Villalba, Lugo, 1950) es profesor emérito en la Universidad de Santiago de Compostela, de la que fue rector entre 1994 y 2002. Desde 2008 ocupa el sillón D de la Real Academia Española, cuya dirección asumió de 2014 a 2018, al tiempo que la presidencia de Fundéu y de la Asociación de Academias de la Lengua Española. Entre sus últimos se encuentran El Quijote antes del cinema: El Quijote antes del cinemaFilmoliteratura y De los trabajos y los días. Filologías.
Publica ahora Morderse la lengua Morderse la lengua(Espasa) donde hace un análisis de dos fenómenos que él considera el síntoma de nuestro tiempo: la corrección política y la posverdad, manifestaciones contemporáneas de la quiebra de la racionalidad y la estupidez. Para el académico, ambas impregnan y pervierten el discurso de políticos, medios de comunicación y redes sociales, afectando las relaciones personales y profesionales e incluso la creación, la investigación y las expresiones artísticas.
En las primeras páginas del libro recuerda el suicidio hace justo diez años de Antonio Calvo, profesor en Princeton, tras la insoportable “tortura emocional” provocada por la campaña de desprestigio a raíz de un comentario a un alumno suyo al que instó a trabajar más y no siguiera “demasiado tiempo tocándose los cojones”. El profesor fue fulminantemente despedido por “conducta incorrecta” (un supuesto intento de acoso sexual) cuando todo se trataba de una mala interpretación idiomática
Pregunta: Episodios similares a estos siguen ocurriendo hoy y usted ha decidido no morderse la lengua.
Respuesta: Sí. Es algo equiparable a lo sucedido con el profesor francés degollado por un islamista. Y todo procede de una mentira de una alumna que no había ido a clase ese día, pero al llegar a casa dijo a sus padres que el profesor había enseñado en clase caricaturas de Mahoma con una actitud de desprecio hacia los alumnos musulmanes. El padre habló con un imán, y difundieron la historia (una mentira) a su manera en las redes sociales. El resultado fue el profesor degollado. Estas cosas tienen sus consecuencias y por lo tanto conviene no morderse la lengua ante ellas porque afectan a la racionalidad que debiera imperar en las relaciones sociales.
P: Más ejemplos de esa corrección política.
R: Está pasando también con David Hume, el gran filósofo racionalista inglés del siglo XVIII. En Edimburgo, su ciudad de nacimiento, la Universidad le ha quitado su nombre a un edificio aduciendo que hay una frase de matiz racista en uno de sus textos. Las autoridades no quieren someter a los estudiantes a la violencia de entrar en un edificio con esas resonancias. En la ciudad también hay una estatua de Hume y los estudiantes suelen tocar el dedo de su pie como una especie de talismán para aprobar las asignaturas. Si el Ayuntamiento toma ejemplo de la Universidad y retira la estatua, qué va a pasar con los pobres estudiantes.
P: Usted denuncia en su libro los llamados safe spaces.safe spaces
R: Es un asunto escalofriante: los llamados espacios seguros, que en algunas universidades americanas y británicas se han constituido para proteger el equilibrio emocional de los estudiantes ante ideas que los perturben. Lo cual va en contra de la libertad de cátedra. El profesor no puede decir nada que suponga un desequilibrio de esa mentalidad pueril que se les supone a los estudiantes. Yo he sido profesor universitario durante 47 años y los estudiantes entienden lo que les dices, aunque no estén de acuerdo. No veo esa necesidad de hiperprotección a través de los espacios seguros.
P: Usted lo sufrió en sus carnes cuando fue profesor en Boulder, Colorado. Fue a cuenta del antisemitismo de Quevedo.
R: Sí, en los años 80, justo cuando estaba empezando el asunto de la corrección política en los campus universitarios. Yo tuve suerte porque el decano y el director del departamento convencieron a los dos estudiantes judíos que habían hecho la denuncia de que yo no podía explicar la novela picaresca española sin utilizar el Buscón, que es un texto fundamental. Evidentemente Quevedo era antisemita, eso ya lo sabemos, pero yo no hice alarde de ese antisemitismo. Ellos pensaban que había sido intención mía cuando en realidad yo soy un gran admirador del pueblo judío, especialmente los serfadíes.
P: Detrás de esa corrección política están movimientos como el Me too y Black Lives Matter.
R: Sí, pero han generado una importante reacción, como es el manifiesto de Harper´s firmado por figuras de la intelectualidad y del arte de Estados Unidos contra la cultura de la cancelación y que ha tenido su equivalente en España, con una firma equivalente. Es una reacción contra las posiciones extremas de la corrección política que están marcando a personas con trayectoria respetable pero alguna vez dijeron o hicieron algo que es considerado políticamente incorrecto. El problema de la corrección política es que cualquiera puede convertirse en el árbitro de la incorrección política de los demás. Ya no es la censura del Estado o de las Iglesias. Es la censura de un grupo, de una tendencia, de un club o de una persona.
P: De esto hay ejemplos recientes.
R: En Holanda ha pasado con la polémica por la traducción de la poesía de la joven poeta Amanda Gorman que intervino en la investidura de Joe Biden. Un activista holandesa montó un escándalo porque se había encargado la traducción a una traductora muy competente, pero blanca. Esta activista sostenía que era un ataque porque a Amanda Gorman (de raza negra) solo la podía traducir una persona negra. Es el llamado movimiento de la apropiación cultural. Es una cosa demencial.
P: Un caso clarísimo fue el de Oriana Fallaci, que perdió gran parte de su prestigio tras los ataques del 11-S.
R: Oriana Fallaci fue muy valiente en no morderse la lengua en dos libros contra el fanatismo islamista. Ahora en Estados Unidos hay profesores universitarios que están publicando libros en defensa de la libertad de cátedra y expresión, y en contra de ese puritanismo arbitrario y caprichoso que está negando la esencia de la universidad y la racionalidad. Lo que se está negando es el lema de Kant, Sapere aude “No te atrevas a saber las cosas, vive confortablemente instalado en tus sesgos de confirmación, en tus hábitos y prejuicios, y que nada destruya tu equilibrio emocional”.
P: Se lo conoce como pensamiento débil.
R: Sí, el pensamiento débil Una de sus líneas filosóficas más potentes es la deconstrucción de Jacques Derrida y Michel Foucault, y que anticipa Nietzsche. Si Nietzsche anunció la muerte de Dios, Foucault anunció la muerte del hombre. Y eso da lugar al poshumanismo, y otros post que tenemos ahora. Hay dos cuestiones que dispararon este libro: la corrección política y la posverdad, que irrumpe después. Esos dos fenómenos, que afectan a mi especialidad, la lengua, me intrigan. Y llego a la conclusión de que son síntomas de una época, la nuestra, y quiero caracterizar esa época.
P: A modo de resumen, es el tiempo de las verdades variables.
R: Sí, y sobre todo de una operación sistemática para dinamitar los fundamentos de lo que yo considero del momento más brillante del progreso y la evolución en la historia de la humanidad, que es el siglo XVIII, el del racionalismo, el Siglo de las Luces. De ahí viene la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, las revoluciones norteamericana y francesa, la primacía de la investigación para el desarrollo de las ciencias. Todos los posmodernos y los deconstructivistas van en contra del XVIII, de manera sistemática. Además hacen una peligrosa y perversa manipulación: dicen que la razón es imperialista, autoritaria, eurocéntrica (por lo tanto racista), y que lejos de significar el gran avance social y humano, es todo lo contrario. Ponen el ejemplo del esclavismo, que existía en XVIII, cuando en realidad es en ese siglo cuando empieza la lucha por la abolición de la esclavitud.
P: Hay una confusión entre verdad y dogmatismo.
R: Dicen que la verdad es autoritaria, imperialista, impositiva, masculina, blanca. Es la identificación que sigue haciendo todo el pensamiento poshumanista. También hay un posmarxismo, que sustituye la lucha de clases por una política líquida donde todo son contrastes entre demandas.
P: El poder se ha vuelto “extraterritorial”, dice en el libro. La mayoría está gobernada por una élite nómada y deslocalizada.
R: Esto lo han dicho antes muchos autores antes que yo. Para mí la corrección política es la censura posmoderna, ejercida no por el poder constituido sino instancias etéreas, deslocalizadas, gaseosas. Lo cual es terrible porque no sabemos a quién protestarle. Yo viví 25 años con el franquismo y sabías quien era el censor. Ahora yo escribo este libro y, si alguien lanza una anatema contra él a través de las redes sociales, ese estigma va a acompañar a la obra aunque no se lea. Es una forma de censura que puede generar una autocensura, en lo que yo no incurriré mientras tenga fuerzas. Yo me muerdo la lengua voluntariamente por prudencia, cortesía, pudor o buena educación, pero no porque alguien me obligue, lo que derivaría en corrección política.
P: Teme que, con esta deriva, a los escritores de mañana se les imponga un código de pensamiento o conducta literaria.
R: Hay filólogos que me han comentado que las últimas ediciones de algunas novelas de escritores vivos tienen una diferencia muy llamativa respecto a versiones anteriores: los personajes ya no fuman. Es caricaturesco, o anecdótico, pero es representativo de lo que estamos diciendo: el propio escritor, sin que nadie le obligue, se da cuenta de que la fumarreta Y les quitan el tabaco a sus personajes. Y no pasa nada. Ocurre también con el cine, con las películas de la época dorada, donde el humo de tabaco es un elemento tan importante. Disney también está retirando o haciendo advertencias sobre sus películas. Eso a mí me preocupa mucho: ¿por qué no hablamos ya de corrección artística? El arte puede acabar hecho unos zorros si continúa cayendo sobre él esa censura posmoderna que llamamos corrección política.
P: Comenta el caso de Les Luthiers.
R: Es uno de los grandes grupos de humor en español. Llevan 50 años representado espectáculos impresionantes, pero si tú los analizas y les aplicas los principios de la corrección política, no se salva ni uno. Hay parodias de los judíos (y la mitad de ellos lo eran) y de los porteños (todos lo son). Todo eso ha funcionado perfectamente durante estos años con satisfacción de todos, de los judíos y no judíos, de los porteños y no porteños. El humor es una sustancia fundamental del arte, y tiende a la irreverencia. El público no es infantil, no hay que proporcionales espacios seguros a quien va a ver la comedia. Eso se sabe desde Aristóteles: la comedia debe ser provocativa e irreverente.
P: Otro apartado de su libro: el sexismo en el lenguaje. Y aquí echa mano otra vez de su biografía, de una anécdota ocurrida en una conferencia en Shanghái.
R: Al final de la conferencia, una estudiante china me espetó: "Quiero que usted reconozca que el español es una lengua machista, porque fíjese: la derrota es femenina, y el triunfo es masculino". Tendría que haberle dado una clase rápida de fundamentos de lingüística, entre ellas el principio básico de la arbitrariedad del signo: entre la palabra y la cosa no hay ninguna relación de causa-efecto; en español mesa es mesa, y en inglés es table. A la mesa le podríamos llamar caballo, pero no lo hacemos porque existe una convención. Pero en vez de esa clase yo simplemente le respondí: "¿No te has dado cuenta que victoria es femenino y fracaso es masculino?" Como dice Cambalache, el famoso tango: "¡qué falta de respeto, qué atropello a la razón!" Es algo muy arraigado en nuestra sociedad: el sentimentalismo tóxico y el énfasis excesivo en la inteligencia emocional. Esta última es un cóctel de difícil maridaje: todos somos la suma de razón y emoción. Pero la inteligencia apuntémosla del lado de la razón y la emoción del lado de las vivencias. La emoción puede ayudar a mejorar la racionalidad, pero si la desplaza apaga y vámonos. Las emociones no son trasferibles entre personas, pero la razón sí, porque los puntos de convergencia tienen un fundamente supraindividual.
P: Esta crítica a la inteligencia emocional es un torpedo contra muchos libros de autoayuda.
R: Lo sé. En España el libro principal (La inteligencia emocional, de Daniel Goleman, 1995), tuvo un éxito enorme, con más de 100 ediciones.
P: Cuando usted era director de la RAE, el Gobierno de Pedro Sánchez pidió a la Academia un informe sobre el sexismo lingüístico y el lenguaje inclusivo en la Constitución Española.
R: Todo empezó en julio de 2018, cuando Carmen Calvo, la vicepresidenta del Gobierno, dijo en sede parlamentaria que la Constitución del 78 estaba escrita en masculino, que había que reformarla y que iba a solicitar a la Academia un informe al respecto. Yo era director entonces, y aquello fue sorpresivo. Y me disgustó porque aquel año era el de la conmemoración de los 40 años de la aprobación de la Carta Magna, la más importante que ha tenido España en su Historia. Me parecía que no era oportuno echar un borrón sobre la Constitución cuando había que conmemorarla. Aparte de que la expresión era desafortunada: la Constitución no está escrita en masculino, sino en español. Encargué a cuatro académicos (dos mujeres y dos hombres) que hicieran lo que pedía la vicepresidenta. El trabajo quedó en manos del nuevo director, y finalmente el informe se presentó en enero de 2020.
P: Pero antes ya avisó de que no iba a haber sorpresas.
R: No, porque en el año 2012 la Academia ya hizo público un documento sobre el sexismo lingüístico e igualdad de la mujer que puntualizaba casi todas estas cuestiones. Todo va en la línea de una confusión que tenemos que evitar: una cosa es el machismo y otra la gramática. Las lenguas no crean los problemas ni las realidades, sino que es al revés.
P: ¿Qué pasó tras la presentación del informe de enero 2020?
R: Francamente tengo que decir que estoy muy sorprendido. El asunto empezó con tanta fuerza en julio de 2018 que pensé que iba a traer mucha cola. Pero en enero 2020, cuando la RAE envía el informe al Gobierno, ocurrió lo de aquel soneto de Cervantes: fuese y no hubo nada. No hubo ninguna reacción, ningún comentario por parte de quien lo recibía. Pensé que iba a hacer mucho debate pero no fue así.
P: De que todo seguía igual da prueba una alocución de Pedro Sánchez dos meses después, al inicio de la pandemia, que usted cita en el libro.
R: Todo el tiempo se dirige a sus conciudadanos, a sus compatriotas, dice que el Estado se cuidará de todos, que contamos con la ayuda de todos los servidores de la sanidad pública, que esto lo vamos a ganar entre todos. Ninguna mujer española pensó que el presidente estaba hablando solo para los hombres.
P: Hay una cita contundente en Morderse la lengua: “Económicamente la verdad ha dejado de vender”.
R: Y no solo eso, tampoco es rentable políticamente. Es lo que los psicólogos llaman el sesgo de confirmación. Está comprobado que las personas hacemos prevalecer nuestros prejuicios a la evidencia. Aunque se demuestre que estamos equivocados, preferimos nuestra equivocación al acierto que viene de fuera. Los republicanos estadounidenses han sido muy hábiles en conectar con ese sesgo de confirmación del electorado. Todo empezó en la invasión de Irak y la campaña de desinformación que hubo. Se ofrecía a la opinión pública americana la idea de que lo que se iba a hacer era imprescindible para protegerlos, porque había unas armas de destrucción masiva que más tarde o más temprano iban a causar un daño terrible a los Estados Unidos. Esto no era cierto, era una posverdad.
P: Afecta directamente a los medios de comunicación.
R: El problema es que los medios de comunicación con deontología, profesionalidad, dirección y orientación, que eran los que tradicionalmente influían más en la configuración de la opinión pública, ahora están perdiendo empuje frente a las redes sociales. Un estudio del MIT dice que entre los seguidores de las redes sociales hay un 80 por ciento que prefiere las fake news a las noticias verdaderas, lo que viene a apuntalar la teoría del sesgo de confirmación.
P: Y la falsedad es motor de muchos cambios, como dice Umberto Eco y usted recuerda en el libro.
R: Hay tres operaciones políticas recientes que ejemplifican muy bien la posverdad: el Brexit, el procés y Trump, que es la apoteosis de la posverdad. Hay cosas asombrosas: Trump anunció que un ciclón iba a arrasar Atlanta y no era verdad. Los servicios meteorológicos intentaron desmentirlo y él les obligó a cambiar los datos para sostener su mentira.
P: El libro denuncia este “empoderamiento de los ciudadanos ignorantes”.
R: Es lo que en inglés llaman el science denialism. Está pasando con la negación de la covid, de las vacunas, del cambio climático. Los orígenes de esto están en los años 50, cuando las grandes productoras de tabaco crearon un instituto para intoxicar la información frenando las primeras investigaciones que vinculaban fumar con el cáncer. Era la negación de la ciencia. Esa la actitud: qué me importa a mí que tú seas un científico. Hay un empoderamiento de la ignorancia y de la estupidez. La necedad es algo que todos llevamos con nosotros mismos, pero el problema es que ahora tiene un estatuto de empoderamiento extraordinario, y unas plataformas de difusión increíbles. Antes era más prudente la estupidez, se callaba más. Ahora todo lo contrario: se envalentona, y tiene su rendimiento y su éxito.
P: La última pregunta: su opinión sobre la nueva ley educativa, la llamada ley Celaá, que reduce el énfasis en la memorización.
R: Francamente pienso que es un error. Esta es una vieja idea que tiene que ver con algo que ya hemos dicho: considerar que la memoria es autoritaria, impositiva e imperialista. Esa demonización de la memoria no tiene sentido, no se puede considerar que es enemiga del raciocinio y del desarrollo del pensamiento autónomo y libre del estudiante. La memoria es la que proporciona los datos necesarios para establecer relaciones y llegar a las conclusiones. Además es imposible vivir sin memoria. Como profesor considero imposible alcanzar un desarrollo intelectual y formativo competente sin una parte alícuota de ejercicio de memoria.