Pablo d’Ors (Madrid, 1963) es sacerdote, escritor e imparte por todo el mundo conferencias y retiros de meditación. Su obra literaria, emparentada con Hermann Hesse y Stefan Zweig, ha sido traducida a las principales lenguas europeas. Ha publicado una docena de títulos, principalmente en Galaxia Gutenberg: una colección de relatos, tres ensayos y ocho novelas.
Con más 200.000 ejemplares vendidos, su Biografía del silencio se convirtió en 2012 en un clásico de la meditación. Publica ahora Biografía de la luz, un ensayo sobre la búsqueda espiritual con el evangelio como guía “para aprender a ser quienes somos y tener el coraje de vivir de otra manera”.
Pregunta: ¿Puede leer Biografía de la luz un no creyente?
R: Realmente está escrito para todos los buscadores espirituales, con independencia de su aconfesionalidad o agnosticismo. Si tienes resistencia o te da urticaria todo lo cristiano difícilmente vas a saltar esa frontera. Pero yo intento afrontar el evangelio desde una clave no confesional sino cultural y de hecho escribir este libro supuso para mi intentar dejar de lado el Jesús histórico y el Cristo de la fe, y tener un acercamiento nuevo, existencial y meditativo.
P: Empieza el libro con una cita de Carl Jung: “Todo lo que sucede en la vida de Cristo, sucede siempre y en todas partes”
R: Yo empecé a escribir con esta intuición y soy el primer sorprendido. Llevo tres décadas como sacerdote y hasta hace cuatro o cinco años no entré en esta lectura personal y mística el evangelio. Personal porque el texto no habla de otros sino de mi o de ti, y mística porque relata no tanto acontecimientos exteriores como sucesos internos. Luego descubrí la cita de Jung, que me avaló en esta empresa: Cristo no tanto como sujeto histórico o teológico, sino como un arquetipo del yo profundo.
P: ¿Qué descubre en Biografía de la luz?
R: Tres cosas. La primera es de carácter existencial o vital: descubro que cualquier problema que te plantees (la enfermedad, el miedo, la desesperación) tiene un correlato en el evangelio, no una respuesta pero si una propuesta de trabajo. Eso está bien porque necesitamos plantillas para saber hacia dónde tirar. Un segundo acercamiento es meditativo: el evangelio como mapa de la conciencia. Descubro que ayuda a entendernos a todos quienes meditamos. Finalmente hay una lectura más poética o artística: el evangelio está preñado de imágenes (el camino, la vid, el grano de mostaza, el lago…), que son escenografías en donde uno puede recrearse.
P: En su libro hace un alegato en contra del ego: "Iluminarse es eliminarse".
R: Diferencio entre el yo profundo o el yo superficial, que es el ego, y que no es otra cosa que el afán de autoafirmación, mientras el yo profundo supone haber superado ese pequeño yo. Llega un momento en la vida donde nos damos cuenta de que somos ese hijo pródigo que ha dilapidado el patrimonio recibido y nos encontramos ante un plato de algarrobas, ante comida de cerdos, que no nos corresponde. Y nos preguntamos: qué hago yo en este matrimonio, qué hago yo en este trabajo o en esta ciudad, y entonces emprendemos el regreso a casa, al yo profundo, al Padre, que nos está esperando para abrazarnos. Esto es un ejemplo de lectura mística: una parábola que parece una historia exterior o moral tiene una explicación muy existencial.
P: Asegura que el camino hacia el yo profundo no es fácil.
R: Es un camino largo y sinuoso. The long and winding road.The long and winding road Es el camino de la vida, plagado de minas, trampas y agujeros negros pero también de paisajes hermosos y sitios donde uno puede descansar. El camino hacia nosotros mismos es el viaje por excelencia. Viajamos no solo para ver sitios, sino para vernos a nosotros mismos en un paisaje diferente, y comprendernos desde una óptica nueva. ¿Por qué nos gusta estar en una ciudad diferente? Porque se nos limpia la mirada. Al no conocer el paisaje por fin miramos, y nos conocemos a nosotros mismos. Hay un correlato entre lo de dentro y lo de fuera. Yo en 2012 hice una propuesta meditativa con Biografía del silencio: para hacer ese viaje hace falta el silencio. Ahora, con Biografía de la luz, hago la propuesta de la otra cara, que es la palabra: la escucha de la voz de la conciencia.
P: Es un conocimiento de lo real, de lo que está a nuestro alrededor.
R: Solemos pensar que el hombre espiritual o religioso está siempre en las nubes, en su castillo, y realmente no es así: las personas realmente espirituales son profundamente concretas y prácticas. No hay más allá auténtico si no incluye el más acá. Sino es una alienación, una utopía, una quimera. Un camino es un horizonte al que tender y una tierra concreta que pisar. Si pierdes el horizonte (que es lo que nos pasa hoy como sociedad, que no sabemos adónde vamos), no eres un peregrino, sino un vagabundo. Pero si solo tienes el horizonte y pierdes lo inmediato, eres un utópico o un idealista, alguien que vive en otra parte.
P: Hace una crítica de la cultura académica e intelectual.
R: El mundo universitario está harto de las cuestiones burocráticas y administrativas, y de no poder dedicar más tiempo a la investigación y al estudio, propios de la vida universitaria. Es un mundo asfixiado, autosuficiente, cerrado, que es lo contrario de la cultura, que tiene que ser abierta, curiosa. Con el mundo intelectual pasa algo parecido: vas a un congreso de filosofía o de cualquier disciplina, y descubres un mundo autárquico y autosuficiente. Yo aspiro a una vida más armónica: donde haya tiempo para el cultivo de la mente, para las relaciones personales, para el ejercicio físico.... En general no vemos esto en el mundo intelectual, sino a un tipo cabezón de cuerpo pequeñito, lo que supone una visión deforme de la realidad.
P: Reivindica a la vez al niño interior para "colaborar a la iluminación general"
R: Yo hablo de una segunda inocencia, que no significa ingenuidad tonta. Nosotros pensamos, por nuestra formación occidental, que el ideal es la duda y la sospecha. Para muchos la filosofía parte de ahí. Y sin embargo creo que hay un punto anterior que es el asombro y el estupor, propio de los niños. La filosofía no debe partir de la desconfianza ante la realidad, sino de la estupefacción.
P: ¿Esa debería ser la labor de los artistas?
R: El artista y el escritor de verdad deben trabajarse a sí mismos: el arte es un ejercicio espiritual, con uno mismo, y solo así puede nacer una obra que tenga espíritu. El arte, la cultura y la religión son los espacios del espíritu, y si no los cultivamos, saldrán solo productos de la industria. Una obra es muy diferente de un producto.
P: ¿Está ocurriendo ahora eso?
R: Sí. Hemos generado una sociedad donde todo va demasiado rápido, donde no encontramos el tiempo de maduración de las obras, del pensamiento o de la intuición.
P: ¿Hay solución?
R: Sí. Yo hago propuestas muy concretas. Si empiezas a dedicar 25 minutos diarios al silencio, esas actitudes que vas a generar durante esa práctica (que son receptividad, apertura, escucha, el no juicio), propias del mundo de la cultura, del arte, del amor, irán poco a poco colonizando tu vida.
P: ¿La meditación también vale para los no creyentes?
R: Claro. Esto es para todos. Todos tenemos una interioridad que cultivar. Cultura es el cultivo de lo que somos. No somos pura exterioridad. El problema de nuestra sociedad es que hemos hecho un mito de la acción, y ya nos dice la propia respiración que el movimiento es doble: inspirar y expirar. Expirar está muy bien pero hay que inspirar, volver a casa. Si tenemos el coche encendido permanentemente al final se quema. ¿Por qué nos cuesta dormir, por qué tomamos somníferos? Porque nos cuesta volver a casa.
P: ¿Qué le diría a alguien que quiera empezar a meditar?
R: Le diría sencillamente que se sentara todos los días, cinco o diez minutos, con la espalda erguida, y siguiendo el ritmo natural de su respiración. En seguida se va a dar cuenta de dos cosas: lo que cuesta estar quieto y una gran parloteo mental que no nos deja en paz. Solo mirar ese parloteo ya empieza a aquietarlo, nunca de manera completa pero con la práctica regular tienes menos y te importa menos.
P: Descubres entonces que en tu mente hay espacio…
R: Esta es la cuestión. Yo pongo el ejemplo de un teatro: no es solo los personajes y la escenografía, sino también el propio espacio, las tablas. Con nuestra conciencia pasa igual: cuando quitas todo: queda lo que tú eres. Todo lo que tenemos, lo que acumulamos, en lugar de ayudarnos, nos lo pone difícil. Pierdes a tu esposa, y tú te hundes porque te has identificado con ser un hombre casado, pero tú eres algo más que un hombre casado. A medida que dejamos de identificamos con nuestros roles (padres, profesores, sacerdotes, casados, periodistas…), podemos hacer la experiencia más primordial de ser persona. Eso es lo que da el silencio.
P: Su libro anterior es sobre el entusiasmo. Defínalo.
R: Es estar poseído por una fuerza mayor que tú, que te da vitalidad y energía. El optimismo es un carácter, la esperanza es una virtud y el entusiasmo es un fruto. Si estás atento a lo hay, lo que hay te enciende. El entusiasmo es vivir encendido, con luz. Es algo que no se improvisa, se va generando, y se encarna en tu temperamento: si eres de carácter depresivo, como es mi caso, tendrás que luchar más contra eso.
P: ¿No está reñido el ego del escritor con el yo espiritual y profundo?
R: He peleado tanto contra mi ego que ya no es mi combate. El camino del arte parece el camino opuesto al de la religión: este es el del olvido de sí y aquél es el de la afirmación. Tú ves o un Picasso y dices esto es un Picasso. O lees a Kundera y dices que esto es un Kundera. Han llegado al estilo, a su propia identidad. Pero en realidad no son cosas opuestas: el olvido y la afirmación de uno mismo son como la noche y el día, las dos caras de la misma moneda, y se trata de gestionarlo sin dramatismos.
P: ¿Y cómo es el acto de escribir?
R: Cada vez que te sientas a escribir es como empezar de nuevo, como cuando meditas. Realmente no hay veteranía, aunque sí oficio. Todo depende de la entrega pura y desinteresada. No es solo controlar la técnica, sino tu capacidad de ponerte en riesgo, de apostar y jugársela de verdad. Yo en cada libro me la he jugado de verdad. Es un salto mortal, es un riesgo grande, pero no por el rechazo o aprobación de la gente, pero sino porque no sabes a dónde vas. Esto nos cuesta mucho. Para que haya arte debes correr un riesgo personal importante. Por eso no abunda el arte. Si tú miras Picasso, que es un genio, en sus pinturas ves distintas etapas, que no obedecen a un planteamiento racional, sino a una búsqueda muy personal.
P: “Nadie tiene la misma misión que nadie, siempre hay un reducto único y original en cada uno”, dice en Biografía de la luz.
R: Yo que soy más bien de carácter pesimista, creo que la mayoría de las personas mueren sin saber para qué han vivido. Realmente es así. Porque para saberlo hay que escuchar, que es lo más elemental y esencial. Ahora bien, eso no significa que sea fácil. La espiritualidad es ser conscientes de lo elemental. ¿Por qué no sabemos escucharnos? Porque no nos han enseñado. Cuando escuchamos a los demás casi siempre estamos con ganas de intervenir y eso nos lo impide. Soy partidario, más que de la acción, de la pasión, que quiere decir pasividad atenta y padecimiento, dejar que las cosas te toquen, e incluso que algunas te hagan daño, pero nunca huir del padecimiento.
P: Aboga por mirar de frente los problemas, no sortearlos.
R: Lo que nos destruye del dolor no es el dolor mismo, sino nuestra mala elaboración de ese dolor. Todo lo más terrible mirado amorosamente pierde buena parte de su veneno.
P: ¿Un ejemplo?
R: Te dan la noticia de un cáncer. Sufrimos más por la mala elaboración de esa noticia por lo que luego realmente va a comportar. Yo estoy persuadido de que lo que nos hace daño no el mal en sí mismo, sino el desamor. Lo duro de una enfermedad no es dolor y las pérdida que va implicando, sino vivirla solo y aislado. Si tienes la fuerza del amor que te da alguien que te quiere de verdad, tú puedes superar las cosas más duras. Es verdad que tenemos adversidades, pero también las fuerzas para hacerlas frentes.
P: ¿Eso es lo que hace Cristo?
R: Cristo no resuelve el problema del mal, porque sigue habiendo mal en el mundo, no da una solución ni pragmática ni teórica al mal, sino que participa del mal con una actitud de amor, no de lucha o resistencia. Eso es lo que los cristianos llamamos redención. A medida que nosotros imprimimos amor a lo que nos toca atravesar, por oscuro que sea, lo vamos desarticulando, lo redimimos, lo cambiamos de signo. Todo esto parece música celestial, pero es realidad. El iluminado no es el que ha superado las sombras, sino el que las ilumina.
P: ¿Son hoy en día los creyentes unos pobres diablos?
R: Estamos en una realidad social muy sorprendente: buena parte de los españoles siguen definiéndose como cristianos, y de forma paralela hay una mala prensa del cristiano. No puedes utilizar el nombre de Dios o Cristo en un discurso político, porque parece anacrónico o improcedente. Es políticamente incorrecto. Una de las causas más claras de esto es que el viejo paradigma espiritual de Occidente, que estaba muy identificado con el cristianismo, se está agotando. Hoy la búsqueda espiritual no va asociada con lo cristiano, sino que hay otro paradigma que nace bajo la capa de la conciencia, del ser y la unidad. El covid nos da un mensaje místico, y es que somos uno. El nuevo paradigma se está construyendo sobre esta nueva conciencia de unidad, planetaria. Es posible que los cristianos no tengamos hoy la hegemonía de la espiritualidad, pero eso no significa que no podamos colaborar desde nuestro patrimonio a la configuración de este nuevo paradigma, y a lo mejor de este modo, podemos llegar al auténtico cristianismo, más puro, más fiel a su esencia.