“Todo se puede soportar cuando se sobrevive y eso lo sabe bien Ulises Lombardi”, dice el narrador de esta historia. El detective argentino, “de una tristeza cósmica e inteligencia profunda”, superviviente de la represión argentina, intenta resolver un caso en las primeras semanas de la pandemia en Madrid: encontrar a un anciano centenario que ha desaparecido.
Los escenarios no pueden ser más apocalípticos: allí en Buenos Aires con sótanos de tortura, aquí en Madrid con calles vacías y hospitales llenos. Lugares tenebrosos donde también se abre paso el amor, la amistad y la dignidad, y donde existe un difícil equilibrio entre la memoria y el olvido, entre el presente y el pasado.
Daniel Serrano, periodista y escritor, actualiza en ‘Durante la plaga’ (Ed. Suma de letras) los elementos clásicos del género negro, que es como la vida misma: los límites difusos de la maldad, el desencanto, los fracasos, pero también el amor, la amistad y la esperanza, que nos empujan a seguir viviendo tras la catástrofe.
Pregunta: Ulises Lombardi afirma: “No vamos a salir mejores tras el virus”. ¿Hemos aprendido algo de la pandemia?
Respuesta: Tiene cierta lógica que queramos recobrar la normalidad. Después de las guerras y las catástrofes el ser humano quiere volver a la vida de antes. La vida sigue siempre. Yo empecé a escribir la novela en lo más crudo de la pandemia. Merecía la pena que quedara constancia del miedo que pasamos, de esta distopía. Cuando pasaron los meses me di cuenta de que nos olvidábamos muy pronto de lo que había pasado. Había gente que incluso lo había borrado de su memoria. Ha habido muchos muertos. A mí ese olvido me llama mucho la atención. En España tenemos una cierta incapacidad para el duelo real. Hacemos mucho ruido cuando alguien muere pero no sé si sabemos rendir el homenaje que se debe a las víctimas.
P: “Hoy han muerto 500 personas a causa del virus, pero se escuchan risas potentísimas en las terrazas de los bares de Madrid”, dice el narrador.
R: No hay que criticar que la gente quiera tomarse un vino. Todos queremos recuperar nuestra vida. Pero tras el confinamiento había una especie de ansiedad por dejar atrás esto, incluso con gente muriendo en los hospitales. Esta novela es un mapa de toda esa etapa de oscuridad, de los días de encierro, de ciertos escenarios como el Palacio de Hielo o el Hospital de Ifema. En esta pandemia nos han faltado muchas imágenes.
P: ¿Se escondió a las víctimas?
R: Al principio me pareció bien cierta ocultación porque no aportaba nada. Pasado el tiempo, pienso que hubiera estado bien para tomar conciencia de lo que estábamos viendo. Pero fue un momento muy difícil: se hicieron las cosas como se pudo.
P: “El ser humano está hecho para olvidar”, dice Ulises Lombardi..
R: Creo que tendemos a olvidar, pero por debajo, en nuestro subconsciente, queda una herida que pasado el tiempo puede supurar. Ha sucedido con la Guerra Civil, con la violencia en el País Vasco. Hay que relatar nuestras tragedias y rendir un cierto homenaje a los caídos porque si no algo raro se queda en nosotros. El duelo es recordar, hablar de lo que nos ha sucedido. Esta novela es eso.
P: En la novela hay malos que hacen cosas buenas. El narrador cita a Hannah Arendt y la banalidad del mal del nazi Eichmann.
R: A veces el comportamiento humano es muy azaroso. En la novela hay un torturador que se enternece con una mujer. Hay otro criminal que revela un secreto para redimirse. Cuando lees sobre las dictaduras, descubres que hay gente malvada que actúa un día de un modo horrendo y al día siguiente se compadece de alguien y lo salva.
P: “Nadie es bueno del todo. Todo el mundo esconde algún tipo de maldad”, explica Sara, la ayudante del detective Ulises Lombardi.
R: Y a la vez nadie es un monstruo las 24 horas del día. Es imposible. Esta novela pretende crear personajes con una cierta complejidad.
P: ¿En la pandemia hubo indolencia, gente que miró para otro lado?
R: Sí. Creo que es importante mirar a las cosas de frente. Vivimos en una sociedad un poco escapista. Si podemos nos evadimos de cualquier modo. En medio de lo más crudo del confinamiento –con casi mil muertos diarios- había gente que salía de marcha a bares clandestinos.
P: En la novela hablas de los ‘riders’, casi los únicos habitantes de las calles durante el confinamiento.
R: Es una imagen muy potente que tengo grabada de aquellos días de encierro. La ciudad estaba vacía pero los ‘riders’ seguían haciendo su trabajo. Representaban el escalón más bajo de nuestra sociedad: el único que no pudo confinarse. En todo esto ha habido un punto clasista: además de los médicos habría que haber aplaudido a las cajeras, a los reponedores, a los camioneros. Hubo mucha gente que realizaba acciones heroicas a diario. No sé si se les ha agradecido lo suficiente.
P: El narrador llama la atención sobre esa dimensión inalcanzable para esos ‘riders’ y compañía: el mundo de quien teletrabaja.
R: En estas situaciones se agudiza cierta tensión de lucha de clases. Los que pudimos quedarnos en casa estábamos resguardados del peligro. Otra gente no tenía esa opción.
P: “Madrid son sus bares”, dice un personaje. Y añade: “Ni la muerte puede contra esa pulsión inequívocamente madrileña de salir a tomar una copa pase lo que pase”.
R: Madrid (pero también España) socializa en los bares. Cortar esa socialización fue un trauma. En las elecciones de Madrid la promesa de los bares abiertos fue muy atractiva. Está por encima de las ideologías. Madrid es una ciudad de bares, fiestas y de estar en la calle.
P: Ulises Lombardi es alguien machacado por la memoria.
R: Intenta olvidar, pero sabe que es muy complicado. Las cosas del pasado terminan regresando. Ulises es un superviviente y lo tiene claro: no hay otra que seguir caminando. Aunque yo soy tirando a pesimista, no me gustan los relatos sin vías de escape. Las cosas salen mal, pero hay algo que nos empuja a seguir hacia adelante. Siempre contamos con esa esperanza.
P: ¿Y qué es eso que nos empuja a seguir?
R: Es una pulsión biológica. El ser humano está programado para vivir. Sobrevivir es un objetivo que intentamos cumplir a toda costa.
P: Quizá el amor ayuda. Sara, la ayudante de Ulises, se enamora justo antes del confinamiento.
R: Pensé que había gente que acababa de enamorarse y de pronto el mundo se paró. Me interesaba esa angustia de alguien que está esperando que todo acabe para volver a ver a una persona de la que se ha enamorado.
P: “El amor no se elige, las amistades tampoco”, leo en ‘Durante la plaga’, contra la creencia popular.
R: En la vida tenemos amigos que no son como nosotros, o que incluso son bastante opuestos. Y más en un país como España que nos hacemos amigos del que tenemos al lado en la barra del bar. A veces se crean complicidades difíciles de explicar desde el punto de vista racional.
P: Hablando de razón. “Hay actos imposibles de racionalizar”.
R: Es algo que me fascina de la conducta humana. La intentamos convertir en una especie de matemática, y no está claro por qué actuamos de un modo. Muchas veces nos metemos en líos tremendos, incluso arriesgamos la vida, sin una razón concreta, de forma temeraria. Hay algo que nos empuja a ayudar al otro.
P: Lo vemos en la novela: hay personajes temerarios pero muy dignos.
R: Hay gente que hasta en las circunstancias más tremendas mantiene la dignidad, la cabeza fría y un modo de ser admirable. Sucede mucho entre las personas casi desahuciadas. En medio de esa vulnerabilidad se dan situaciones de ayuda instantánea que te reconcilian con el ser humano: no somos unos seres tan horribles.
P: “La vida nunca se dibuja en línea recta”, dice el narrador.
R: En la vida pasan muchas cosas, y por eso es raro que sea en línea recta. Cuando crees que todo está acabado, como el protagonista, que es sexagenario, surge una nueva historia.
P: El azar.
R: Muchas veces lo que creemos que es azar es una carambola de una bola de billar que golpeamos hace diez años y de pronto vuelve a impactarnos. En el caso de Ulises, le persigue la represión de la dictadura argentina y sus propios pecados. Él, que fue guerrillero en su juventud, ha ejercido la violencia y también le ha alcanzado.
P: El futuro. “¿Por qué habría de inquietarme?”, se pregunta otro personaje. “Está demasiado lejos y resulta absolutamente incierto”.
R: Yo envidio esa actitud. Me gustaría tenerla ante la vida. Ojalá pudiéramos vivir así. Angustiarnos no nos va a servir de casi nada. Por qué preocuparnos.
P: La violencia. “Ayuda cuando la violencia impera”, cita el narrador a Bertolt Brecht.
R: Es una cita muy controvertida, muy utilizada, pero casi nadie sabe qué quiere decir. Se acerca al modo en el que surge la violencia, que es cuando hay un clima generalizado de tensión, y muchos deciden sacar la pistola.
P: Las cloacas del poder. “Nada cambia, todo sigue igual”, dice otro personaje.
R: Yo ahí no soy tan radical. Hay gente que logra sobrevivir en los subterráneos del poder, pero también hay otros que no, como el comisario Villajero, que ahora mismo está en la cárcel. Algo hemos avanzado.
P: ¿Adolecemos de cierta indiferencia, de cierto pasotismo?
R: Cada vez más vivimos más en microburbujas y tendemos a juntarnos solo con quienes opinan como nosotros. Sucede con la ‘España de las piscinas’ urbanizaciones de puertas adentro, que no miran a la calle. Y también en las redes sociales, donde solo se sigue a quien verifica tus creencias. Las redes amplifican un tipo de diálogo que no es conversación, sino solo discusión de un tipo muy bronco.
P: El narrador habla del llanto “infantil” de una sanitaria en el Hospital de Ifema.
R: Tengo testimonios aterradores de médicos cercanos. Despedían por la noche a una persona mayor, le decían que solo tenía una gripe, y al día siguiente lo encontraban muerto. Eso ocurrió sobre todo las dos primeras semanas. Superaba cualquier previsión.
P: Uno de los enfermos clama: “No hay derecho a que estemos muriendo así, solos”.
R: No puedo criticarlo porque al principio quizá era la única manera de hacerlo. Pero han sido muertes crueles. Gente a la que la dejabas en el hospital o las residencias y te llamaban para decir que había muerto.
P: Un personaje comenta: “Hay que tener una particular rareza para escribir”.
R: No sé si eso es cierto. No hay que ser raro, pero sí un poquito ególatra. Pero también hay panaderos y futbolistas ególatras. Escribir le gusta a muchísima gente. Se dice que en España hay más escritores que lectores, lo cual no está mal. Todo el mundo tiene derecho a escribir. En mi caso es algo inevitable. Yo escribo para comprender. Me gusta mirar cerca, la literatura sobre las cosas que te son conocidas. Esta novela es Madrid porque a mí me interesa escribir sobre lo que conozco y los sitios que piso.