Como si anticipara la realidad, Julia Navarro decidió que Afganistán iba a estar presente en su nueva novela, y que también las mujeres musulmanas iban a tener su papel. Y que esa lucha entre el deseo de liberación frente a la religión, la familia o un régimen opresivo iba a ser el verdadero protagonista libro.
‘De ninguna parte’ (Plaza & Janés ) hunde sus raíces en la naturaleza humana y sus claroscuros y en seres que viven en conflicto permanente con su identidad, con su entorno, con su educación. Nadie mejor ejemplifica eso que las mujeres afganas, que ahora vuelven a caer bajo el yugo del régimen talibán.
Pregunta: ¿Qué le parece lo que ha pasado en Afganistán?
Respuesta: Me parece una enorme irresponsabilidad la de Estados Unidos: marcharse así de Afganistán, dejando una situación de caos. Los talibanes no han ganado la guerra, simplemente les han dejado llegar a Kabul. Hay un grito desesperado de las mujeres afganas: hagan algo, los talibanes siguen siendo los mismos. Occidente lo lamenta mucho, pero no veo que se haga nada práctico para ayudar a esas mujeres. Ahora las mujeres van a vivir en una doble cárcel: la del régimen talibán y la del burka.
P: Es el choque entre las aspiraciones personales y un entorno opresivo. Pero eso también pasa en Europa: la novela habla de la difícil integración de jóvenes musulmanes en el nuestro continente.
R: En la periferia de París vemos chicos desesperados, que expresan con violencia su ira y su frustración. ¿Qué les lleva a eso, a ese desarraigo? Es la pregunta que hay que hacerse. No es que se hayan vuelto locos. Han sido educados en unos principios opuestos a los de la sociedad donde viven. A cualquiera le pasaría. La cuestión de la integración no está bien resuelta.
P: El multiculturalismo no ha servido, dice un personaje de la novela. .
R: Algunos se integran y pagan un precio alto porque se convierten en extranjeros en el ámbito familiar. Viven y disfrutan la libertad fuera de su casa y optan por eso: coger las riendas de su vida, tener la última palabra, no lo que digan las tradiciones y la familia. Otros no se integran, se convierten en víctimas de un tipo de educación, y a veces las únicas salidas que encuentran son el odio o la venganza.
P: A otros niveles, es una pregunta recurrente: ¿Qué debe prevalecer en la educación, el Estado o familia?
R: Es muy interesante, saber dónde están los límites. Uno de los protagonistas de la novela cree que es el dueño de su hija, y que puede hacer lo que quiera con ella, imponerle las normas que quiera. Ella le responde que viven en Francia, una tierra de libertad, donde las mujeres deciden, donde están sometidas a unas leyes generales, no particulares. Si ella no quiere ir con el hiyab o no quiere casarse, en Francia nadie la obliga. Nadie la considera que sea una puta por ir con minifalda. Ese el fondo del debate. Los padres tienen derecho a inculcar lo que quieran a sus hijos, pero en el espacio público estos deben recibir la educación que entre todos se ha consensuado, con los contenidos que se hayan decidido democráticamente.
P: Frente a estas jóvenes sometidas, en la novela hay otro modelo de mujer, decidida e independiente.
R: A mí siempre me ha llamado la atención la personalidad de determinadas personas, no solo mujeres, que no son guapas ni son feas, pero tienen el rostro de la vida vivida. Su rostro no es plano, cada arruga es el rastro de una vida vivida, ya sean angustias o alegrías.
P: A cuenta de esto, ¿no tiene la sensación de que ahora vivimos vidas monótonas?
R: Depende. Imagínate nuestros soldados en Afganistán. No creo que su vida hay sido monótona. Cada época es distinta. Yo no pienso que el pasado sea mejor. Al revés, yo siempre viajaría hacia al futuro si tuviera una máquina del tiempo.
P: ¿A pesar de la incertidumbre que rodea a las nuevas tecnologías?
R: Yo reconozco que me llevo mal con las nuevas tecnologías. No tengo ni Facebook ni Twitter.
P: ¿Qué tiene la pantalla para nuestros hijos que no lo da el papel?
R: Nuestros hijos pertenecen a una sociedad audiovisual. Desde que nacen juegan con nuestros móviles. Es lo que les toca. Son las herramientas de su generación. Es muy difícil competir con eso. Pero es un problema: los críos tienen un punto de ansiedad porque en la pantalla pasa algo cada segundo. Un libro necesita tiempo, reflexión. Te puedes tirar varias páginas para contar algo. Ellos no tienen esa paciencia. Su cabeza está programada para recibir la información y el ocio de otra manera.
P: Es complicado luchar contra eso.
R: Yo a los jóvenes les digo que leer un libro es como un cuento que tienes que colorear: imaginas los personajes, los rostros, los lugares. En la pantalla te lo dan todo hecho. Hay realmente un problema. Estamos criando una generación de niños y jóvenes con ansiedad. Todo es deprisa. A mí lo que me alucina es ver en un restaurante a toda la familia cada uno con su móvil, sin hablar. Te preguntas: para qué se han ido a comer juntos. Cada vez es más común. También les pasa a las parejas.
P: O los ‘selfies’ en los viajes.
R: Eso me pone de los nervios. Está usted en un lugar único, al que a lo mejor no va a volver. Mírelo, disfrútelo. La gente solo se preocupa por cómo va a salir en la foto.
P: Usted describe de manera minuciosa esos lugares.
R: Porque los conozco. Yo tengo dos pasiones: leer y viajar. Los libros son un viaje que no sabes a dónde te va a llevar, como los viajes en sí mismos. Yo viajo desde pequeña. Me encanta. En todas mis novelas hablo de sitios que conozco.
P: ¿Escribir no le gusta tanto?
R: Sí, pero es mi oficio. Disfruto pero es mi trabajo. También me gustaba el periodismo cuando lo ejercía, pero era un trabajo.
P: El periodismo. La ética está supeditada al impacto de la noticia, dice uno de sus personajes.
R: Sí, yo lo pienso. Y es algo que todos hemos vivido. Tú y yo sabemos que es verdad. Yo creo que el populismo también ha contaminado al periodismo: la carrera desenfrenada por los oyentes y los lectores.
P: ¿Y la mano del poder político?
R: Tiene una larga mano. Quiere que no se cuenten determinadas cosas, siempre habla de intereses generales y en realidad son propios o partidistas. Se decide tratar a los ciudadanos como menores de edad, como ha pasado con los fallecidos en el coronavirus. Todos los días nos daban información, nos daban cifras, pero eso no te toca el alma. Los ciudadanos tenían derecho a saber lo que estaba pasando.