Alex Ross es uno de los críticos musicales más conocidos a nivel mundial. No sólo porque escribe sobre su mayor pasión en The New Yorker desde hace años, sino porque en 2009 publicó un superventas internacional, The Rest is Noise The Rest is Noise(El ruido eterno, en su edición en español), un libro que descubrió a miles de oyentes la excitante y compleja música clásica del siglo XX.
Ahora el crítico estadounidense vuelve con Wagnerismo Wagnerismo(Seix Barral), una obra de casi mil páginas que es fruto de 10 años de trabajo, “la gran educación” de su vida, según confiesa. Lo que intenta explicarnos es que Wagner es mucho más que el compositor preferido de Hitler, mucho más que un antisemita recalcitrante. Wagner es, en palabras de Nietzsche, la modernidad. Sin él no se entiende la cultura del siglo XX.
Nos lo cuenta por videoconferencia a un grupo de periodistas desde su casa de Los Ángeles, repleta de libros y de discos: “Durante años la gente se preguntó si Wagner era un monstruo porque sus ideas rezumaban odio hacia los judíos. Han pasado 150 años y la cuestión es la misma: qué hacemos con el bueno de Wagner”.
Porque más allá del hombre está la obra. Y esa obra contamina –para bien y para mal- todo lo posterior. Alex Ross no escatima en ejemplos. Elijamos uno más cercano a nosotros: las bandas sonoras. Ross cree que Wagner fue el músico más influyente en los compositores de música para cine, sobre todo los de la edad dorada de Hollywood, los que sentaron las bases del género. “Hay una oleada de compositores, que emigraron de Europa a Estados Unidos, que crecieron con Wagner. No conciben la música sin Wagner".
Más de 1.000 películas utilizan su música, desde The Blues Brothers The Blues Brothersde John Landis y Apocalipsis Now Apocalipsis Nowde Coppola (La cabalgata de las Valquirias) hasta Un perro andaluz de Buñuel (Tristán e Isolda). Y el uso de sus variaciones armónicas –tan cinematográficas- y de los famosos leitmotive leitmotive(motivos melódicos asociados a personajes, paisajes o situaciones) es tan evidente que a veces pasa inadvertida hasta los propios músicos.
Le pregunto a Ross por John Williams, el compositor fetiche de Spielberg, el autor de bandas sonoras como E.T., La lista de Schindler o la saga de La lista de SchindlerLa Guerra de las Galaxias a quien desagradaba esa influencia wagneriana: “Me entrevisté con él y al final reconoció que todo su mundo no hubiera existido sin Wagner. No importaba si él personalmente le gustaba o no”, cuenta Ross.
Imaginamos que a Theodor Herzl, el padre del sionismo moderno, tampoco le gustarían mucho las ideas del antisemita Wagner, pero eso no le disuadía de admirar su obra. Mientras escribía El Estado judío en París acudía con frecuencia a representaciones de Tannhäuser. Tannhäuser.Lo mismo le pasó al escritor negro W.E.B Du Bois, que afirmaba categórico que, a pesar del racismo del compositor alemán, “ningún ser humano puede permitirse no conocer sus dramas musicales, si es que quiere conocer la vida”.
“La gente de la izquierda, los feministas, los propios judíos, la comunidad gay, los afroamericanos... Todos reconocían que había algo muy potente en la música”, nos dice Alex Ross. Wagner era antisemita, eso nadie lo oculta, pero muchos solo lo ven como compositor preferido de Hitler, como el “hilo musical del genocidio”: “Yo me opongo a la tendencia de equiparar a Wagner con la Alemania nazi, aunque muchos solo le conocen por eso. Que Hitler defina nuestra concepción de Wagner es una victoria póstuma para Hitler”.
Charles Chaplin lo tuvo claro al rodar El gran dictador: había que disociar al hombre de la obra. “Wagner aparta al compositor de las garras del nazismo”, concluye Ross, al utilizar el preludio de Lohengrin Lohengrinpara ridiculizar la iconografía nazi y a la vez para dramatizar un mensaje de paz.
Alex Ross opina que Wagner no superó Bach, Mozart o Beethoven, pero sí tuvo más impacto que ellos en el resto de las “artes silenciosas”: la literatura, la pintura, teatro, danza, arquitectura o cine. Él mismo fue letrista, dramaturgo y escenógrafo de sus óperas, creó por su propio teatro en Bayreuth (donde cada año se representa su música desde 1876). “La esencia de la realidad radica en su infinita multiplicidad”, decía el propio compositor en un ensayo de 1854.
Por eso Alex Ross titula su libro como Wagnerismo, término que incluye no sólo la influencia del compositor, grande en vida (“era como los Beatles, su música era muy popular”), sino todo su legado y las reacciones y malentendidos que provocó en cada oyente a partir de su muerte en 1883.
“Hay gente que rechaza su música por sus ideas y yo eso lo respeto. Pero Wagner está aquí. Forma parte de nuestra cultura musical y no va a desaparecer. La pregunta es cómo lidiamos con él”, explica Ross, cuando se le inquiere si no teme que la llamada cultura de la cancelación castigue la obra de Wagner por su antisemitismo.
“El arte debe ser complicado. Nada es puro. Wagner nos ofrece un modelo para artistas complejos”, sentencia Ross, que recuerda las palabras del historiador Nicholas Vazsonyi: “No hay ningún camino para adentrarse en el siglo XX –para bien o para mal- que logre esquivar a Wagner”.