Sueldos bajos, trabajos precarios, pocas posibilidades de pensar en un futuro en positivo, de –aquellos que quieran- construir una familia. Por no hablar de tener una pensión, una sanidad y una educación públicas fuertes. A todo esto, se suma la crisis ecológica, que recrudece todo. Un nuevo paradigma al que nos tenemos que enfrentar las generaciones jóvenes y que las anteriores muchas veces no comprenden. Todo esto confluye en el nuevo libro de la periodista Azahara Palomeque Vivir peor que nuestros padres (anagrama), un mini ensayo en el que nos propone repensar el presente para poder imaginar mañanas mejores.
¿Por qué afirmas que vivimos peor que nuestros padres?
El libro está escrito desde una doble vertiente de esa afirmación. Por una parte la constatación de que las circunstancias materiales y económicas han empeorado, en el sentido de que los sueldos son más bajos o que cuesta más acceder a una vivienda. O que están desmantelando el estado de bienestar, como la sanidad o que no vamos a tener pensiones.
Y, por otro lado, vivimos peor en lo que tiene que ver con la crisis ecológica. Nos estamos enfrentando a unos fenómenos meteorológicos extremos a los que ellos no tuvieron que enfrentarse con nuestra edad, además de que sabemos que muy probablemente vaya a empeorar. Dentro de 30-40 años, si no le ponemos freno, tendremos fallos sistemáticos en las cosechas o temperaturas infernales, además de todo lo que esto va a afectar a la salud y al bienestar. Esos dos relatos son los que yo intento que confluyan en el relato.
Tenemos peores sueldos, peor calidad de vida, pero también defiendes que es ilógico vivir como vivieron ellos. Ese ritmo de vida no lo podemos defender.
Hay circunstancias como la del estado de bienestar o una sanidad fuerte, que debemos defender. Esos pertenecen a los logros de su generación. Pero sí que es verdad que un modelo de vida basado en el crecimiento ilimitado, en la implementación de políticas neoliberales, en tener muchos coches y casas… ese modelo no lo podemos defender. Yo critico una nostalgia que se ha utilizado para demandar lo mismo. Queremos tener su vida, pero eso muchas veces ha sido el motor de la destrucción medioambiental. Eso no lo podemos defender. Primero porque es imposible volver atrás y porque ese modelo es el causante de las crisis ecológicas. Necesitamos reinventarnos, activar la imaginación política y pensar en sistemas que sean sostenibles. Que promuevan el bienestar sin cargarnos todo.
Ante esta situación, muchos jóvenes han caído en la apatía, en la desafección política.
Creo que hay una desafección política muy importante entre la generación Z, porque han nacido entre crisis y crisis, ya que mirar al futuro asusta. Y los millenials están un poco en la misma situación, ya que después de la crisis de 2008 la situación no ha mejorado. Al final todo esto se ha traducido en lo que se conoce como futurobia. En generaciones anteriores sí que había perspectiva de mejora, no como ahora. Antes tenían otras dificultades, como la dictadura, pero sí que pensaban en que su vida iba a mejorar. Ese horizonte no lo tenemos nosotros. Y de hecho, no es extraño que estemos ante una crisis de salud mental gigante.
Para hacer frente a ello, tú hablas de melancolía. ¿Cómo se articula esto?
La melancolía me permite conceptualizar una pérdida que no podemos identificar muy bien. Son pérdidas. Nos han robado tanto. Como la posibilidad de tener una familia, de vivir decentemente de tu trabajo, de aspirar a la profesión que soñaste, una crítica a la meritocracia, a esa promesa de que si estudiábamos íbamos a conseguirlo…. Una serie de expectativas creadas que no se han cumplido. ¿Qué haces con eso ahora, con esa energía?
Aun así, sí que se han conseguido ciertas mejoras. Como los avances en derechos LGTBIQ+ y feministas, por ejemplo.
Sí, esos derechos están ahí. El divorcio, el matrimonio homosexual, el aborto, las políticas identitarias… Son derechos de los que tenemos que estar orgullosos. En el libro no quise entrar en esto porque complejizaba el asunto y, al ser un formato tan breve, no podía me permitía abordarlas bien.
La diferencia de vida entre nuestros padres y nosotros hace que no nos entiendan, que haya una incomprensión generacional.
Yo hablo de incomprensión, no de conflicto. Los sistemas de valores son totalmente diferentes y lo que viene, que es bastante angustioso, requiere de unos nuevos. Por ejemplo, una educación meritocrática no nos sirve ya, por lo que seguir anclados en ese paradigma nos lleva únicamente a más frustración. Tampoco nos sirve la creencia ciega en el crecimiento ilimitado, ya que mira a dónde nos ha llevado. Todo eso tenemos que cambiarlo y aprender a vivir con menos. Tenemos que reclamar una justicia fiscal y climática que haga pagar a quien más daño ha hecho. Todo eso choca muchas veces con los valores de una generación a la que sí le han servido sus estudios, que le ha ido bien con el crecimiento económico, que no ha tenido conciencia medioambiental… Tienen que cambiar el chip de alguna manera, porque ya vivimos en otro planeta.
De ahí que criticaran tanto los ataques de activistas medioambientales a las pinturas de diferentes museos.
Esas protestas están siendo criminalizadas en varios países. En España, la Fiscalía el año pasado y este incluyó a los grupos ecologistas en el apartado de terrorismo internacional, aunque ya los ha quitado. Existe un rechazo social a este tipo de actos, ya que muchos lo consideran vandalismo. La urgencia de la situación conlleva a que recurran a un nuevo lenguaje, a una performance disruptiva, a que rompan con espacios sagrados. A mí me parece una genialidad, ya que un museo es un espacio de visibilización que proyecta el arte hacia el futuro, por lo que con estos actos denuncian ese corte que no permite pensar a largo plazo. Creo que estas protestas tienen un valor y un significado increíble, pero mucha gente todavía no lo ve.
¿Cómo debería ser entonces la nueva vida? ¿Cómo pasar a la acción? Dices que vamos a ser una generación que va a romper con todo lo anterior.
Yo hablo de politizar el dolor. También hay un duelo climático súper fuerte. Con ese dolor hay que hacer cosas, algo que explica la pensadora Judith Butler: en vez de negar el dolor e instalarnos en una happycracia, tenemos que hacer algo. Ya sea lo quehacen los activistas climáticos o asociarnos con gente que nos importe, votar a los partidos que luchen por estos valores… debemos conseguir lo que se ha alcanzado casi con el feminismo, es decir, que sea un pensamiento casi hegemónico. Muchas veces se nos olvida que la crisis ecológica no es solo que suba un poco la temperatura y que pongamos el aire acondicionado para paliarlo. Nos afecta a todo: a la seguridad alimentaria, a la salud, tenemos miles de muertos por la contaminación y las olas de calor… no podemos normalizar esto. Se tiene que crear una protesta generalizada en contra del desastre que estamos viviendo.