Las salas de cine se han convertidos en salas de restaurante. Cada vez hay más locales que compatibilizan la proyección de películas con la consumición de todo tipo de comidas. Si antes solo eran palomitas, refrescos y algunas golosinas, ahora se ha puesto de moda servir también crujientes nachos con queso, jugosas hamburguesas chorreantes de ketchup y mostaza o perritos calientes con cebolla frita. Muchos espectadores creen que así es imposible disfrutar de una película porque el ruido impide concentrase en los diálogos.
Tiene tintes de rebelión lo que está pasando en muchos cines. El negocio de muchas sala pasa también por servir comida a los espectadores. Hemos pasado de los ambigús a verdaderos restaurantes con cocina caliente y comida rápida.
Tanto ruido y tanto trajín de camareros atraen y repelen por igual a los espectadores que acuden a las salas de cine a disfrutar de una película pero que, al mismo tiempo se ven afectados por el ruido de la masticación, los sorbos de las bebidas o el crepitar de las palomitas.
Los propietarios de estos locales han descubierto el botín que supone para su cuenta de resultados este nuevo servicio de restauración y no están dispuestos a dejarlo pasar. Parece que tampoco estamos dispuesto a renunciar a que las salas de cine sean una extensión de nuestros propios salones ahora que las plataformas de contenidos no han atado al sofá.