Si te preguntaran si un aborto es una experiencia traumática, la respuesta seguramente sería afirmativa. Lo mismo pasaría si lo hicieran sobre si el hacerte mayor aclara las dudas existenciales o si el vómito provocado está asociado a la bulimia. Unos estereotipos que la escritora Laura Gost (Sa Pobla, Mallorca, 1993) usa a la contra en su nuevo libro, El mundo se vuelve sencillo (Libros Barrett).
Y es que en esta obra, cuyo título ya nos hace sospechar, su autora narra la vida de una chica desde los 14 hasta los 34 con mucho humor negro e ironía. Una serie de vivencias que recorren los conflictos, los diálogos internos y las contradicciones de la protagonista para desmontarnos muchas verdades que quizá no son tan ciertas. Y, de paso, mostrarnos que el mundo no es nada sencillo. Menos, según vamos creciendo. Una realidad que deberíamos aceptar ya que, como sostiene la escritora, “estamos hechos de dudas, conflictos internos y contradicciones sobre lo que deseamos o necesitamos”.
En general, me parece poco estimulante ir al estereotipo, ya que es fácil caer en los tópicos o en el reduccionismo y la previsibilidad. En esta novela quería reivindicar las contradicciones que todos tenemos, las pulsiones a veces antagónicas que mueven algunos de nuestros actos, las dudas sobre el tipo de persona que anhelamos ser en diferentes momentos de nuestras vidas y, sobre todo, la importancia de ser conscientes de nuestras partes más oscuras o del equilibrio precario en el que a veces nos movemos. Así, si en ocasiones nos da por flirtear con el abismo, sabemos cómo regresar de él porque conocemos bien nuestras sombras.
La cuestión del vómito como pulsión asociada exclusivamente al disgusto con el propio cuerpo es también un estereotipo en el que alguien podría caer. Pero aquí el vómito se utiliza para que la protagonista canalice su conflicto entre la necesidad de tener el control y de descontrolarse. Esta manera de presentar a alguien que vomita de manera pautada y controlada me interesaba, ya que hay muchas formas de adicción o descontrol que llevan a cabo personas que luego pueden ser funcionales y tener orden en su vida: alguien que se siente sexualmente excitado por algo oscuro o extraño, alguien que se emborracha, pero solo el fin de semana, alguien que opta por fumar o por las drogas pero que es capaz de llevar una vida convencional en el resto de ámbitos… En este caso, la protagonista busca el control a través de lo que entra y sale de su organismo. Y eso no significa que lo haga por las razones más tópicas que normalmente asociamos a una persona con bulimia.
La protagonista, en efecto, sufre un aborto. En su caso es otra manera de experimentar la plenitud y el vacío en el propio cuerpo de una forma muy literal. No sé si es o no traumático para ella, pero creo que todo lo que le ocurre deja una huella en su actitud vital. Es cierto que narra el proceso siendo muy consciente de que ella no desea tener al bebé, y quizás por eso relata la experiencia con cierta distancia emocional.
Sí, y creo que es importante aceptar que estamos hechos de dudas, conflictos internos y contradicciones sobre lo que deseamos o necesitamos. También, que podemos anhelar la estabilidad y la previsibilidad como hartarnos de ellas al conseguirlas. Es importante aceptar estas complejidades, porque cualquier otra cosa nos conduce seguramente a una gran frustración o a la idealización de una fase adulta, sólida y plácida que no tiene por qué ser siempre así. O al menos no todo el tiempo.
Creo que es interesante ser conscientes de lo que sentimos, de lo que queremos, de la ambigüedad que rodea algunos deseos, de la inercia en la que caemos a veces, de si lo que buscamos es fruto de nuestra propia decisión o de una supuesta pauta que hay que seguir, etcétera.
Creo que no. Y me parecería aburrido y poco dinámico situarse en una edad determinada y pensar que ya nada hará que se tambaleen algunas sentencias o convicciones. Es decir, pensar que los dilemas han desaparecido para siempre. Creo que de ahí al dogmatismo hay una línea muy fina.
Creo que la protagonista sabe reírse de ella misma y de alguno de sus monstruos internos, y entre eso y algunos diálogos con personajes entrañables la novela no se hace pesada o excesivamente dura.
Creo que sin duda se vuelve más complejo, pero que con los años adquirimos las herramientas mentales y emocionales que nos ayudan a relativizarlo y a gestionarlo con más sabiduría y equilibrio.