Había pocas esperanzas para la tortuga techada birmana (Batagur trivittata), una tortuga gigante de río originaria de Asia con una aparente sonrisa permanentemente en la cara. Hace 20 años la especie se dio por perdida, pero en mayo supimos que daba señales de una recuperación en Myanmar gracias a los esfuerzos de conservación de Wildlife Conservation Society (WCS). La organización estima que su población actual es de unos mil ejemplares.
La rara tortuga de Birmania -rara por apariencia y por ser difícil de encontrar- estuvo muy castigada por el ser humano hasta que WCS se asoció con el Departamento Forestal de Myanmar en el año 2000. Prácticas como la recolección de huevos, la caza y la degradación del hábitat, así como la extracción de oro, pusieron a la especie al borde de la extinción.
De hecho, se habría dado por desaparecida por completo de no ser porque un espécimen vivo fue comprado en un mercado de vida silvestre chino y acabó en manos de un recolector de tortugas estadounidense a principios de la década de 2000. “Poco después, los estudios de campo redescubrieron dos poblaciones remanentes en los ríos Dokhtawady y Chindwin” de Myanmar, relata un estudio reciente publicado en la revista 'Zootaxa'.
Fue entonces cuando empezaron a trazarse esfuerzos de conservación. “Con una población cautiva que ahora se acerca a las 1.000 tortugas, la especie parece correr poco peligro de extinción biológica”, celebraba WCS hace unos días en un comunicado.
También sus ‘hermanas’ birmanas, la tortuga estrellada, Geochelone platynota, y la tortuga acuática del río del sur, Batagur affinis, se han recuperado de una manera espectacular en los últimos años.
Durante la época de anidación, las organizaciones que se están encargando de la recuperación de estas especies, con la ayuda de otras fundaciones y del Ministerio de Conservación Ambiental y Silvicultura de Myanmar, buscan los nidos con palos de bambú en la arena.
Cuando dan con los huevos, los trasladan a un lugar de incubación seguro, a salvo de cazadores y depredadores. Allí los pesan y miden, los vigilan y, cuando llega la temporada de lluvias, las crías empiezan a romper el cascarón y caminar. Las más jóvenes crecen en un estanque. Con el tiempo, y después de realizar test genéticos, analizar sus niveles de proteínas, etcétera, las tortugas adultas son liberadas a su hábitat natural, donde son monitoreadas a través de señales de radio. Para involucrar y formar a las comunidades que viven en las áreas donde liberan a los animales, realizan una especie de ceremonia durante la cual los residentes cercanos participan en la suelta en el río.