¿Puede ser el coronavirus una reacción de la Tierra cansada por las deforestaciones, la contaminación, la superpoblación de muchos lugares, el maltrato permanente de lo que no deja de ser el hogar del ser humano?
Thomas E Lovejoy, el padre de la biodiversidad ha publicado un artículo de opinión en National Geographic que hace pensar y con el que muchos comulgan. Lovejoy, partir de la década de 1970, ayudó a llamar la atención sobre el tema de la deforestación tropical y, en 1980, publicó la primera estimación de las tasas de extinción global.
Lovejoy ayudó a popularizar el término "diversidad biológica" y sus reflexiones son muy tenidas en cuenta, no en vano, es un asesor fiel del Banco Mundial, Naciones Unidas y de varias administraciones presidenciales. Ahora, vuelve a llamar la atención sobre la necesidad de cuidar el medio ambiente y de la Tierra para nuestro propio bienestar.
No solo hemos sido testigos del cambio climático, de fenómenos meteorológicos tan agresivos como sorprendentes, así como al aumento de la temperatura del mar. Hasta el movimientos de las olas ha varíado en algunos océanos.
El coronavirus no es la primera pandemia que ha sufrido el ser humano. Muchos padres hablaban de la poliomielitis antes de la vacuna como esa enfermedad aterradora frente a los niños. Además de la pandemia de gripe en 1918, en los últimos años todos hemos seguido las noticias con nerviosismo a medida que el ébola, el SARS y el MERS han surgido en poblaciones de África, Asia y Oriente Próximo. Por cierto, para todos aquellos a los que les gusten los números, casi 100 años después, el hombre ha vuelto a ser golpeado por una pandemia que ha sorprendido a todos por su capacidad de contagio y su capacidad de ser letal.
Excepto por la poliomielitis, que se transmite únicamente entre humanos, la mayoría de esos agentes de enfermedades eran parte de ciclos naturales que involucraban solo animales. Se derramaron sobre los humanos porque la naturaleza estaba perturbada de alguna manera. Hay una lección en eso.
No debería sorprendernos la aparición continua de nuevas enfermedades, algunas con potencial pandémico, si la humanidad continúa con su destrucción total de la naturaleza, señala el experto.
El experto pone varios ejemplos que recuerdan que no solo debe preocuparnos el coronavirus. Ojo con cómo se derriten los casos polares y de las enfermedades allí escondidas que pueden retornar cuando las creíamos olvidadas. El experto se centra en su artículo para National Geographic en la fiebre amarilla. La fiebre amarilla se desarrolló hace mucho tiempo en los bosques de África y en el siglo XVII, por medio de los barcos de esclavos, llegó al continente americano. Allí, como en África, surgió un ciclo urbano en áreas densamente pobladas, en las cuales la enfermedad se transmite entre los humanos por un mosquito (Aedes aegypti) que se ha adaptado a vivir entre nosotros. Desde 1937, se ha podido prevenir fácilmente con la mejor vacuna que se haya hecho nunca puesto que dura para toda la vida. En Brasil, el último brote urbano de fiebre amarilla fue en 1942.
Pero la enfermedad no ha desaparecido y se mantiene, señala el experto, ahora llamada la "fiebre amarilla de la selva". En los últimos años, Brasil ha visto más de 750 muertes por fiebre amarilla selvática, su peor aumento desde la década de 1940; para evitar que el ciclo urbano vuelva a surgir, el Gobierno ha lanzado una vez más un programa de vacunación masiva, adiverte el experto.
La ciudad de Sao Paulo, hay que recordar, es la que está registrando más víctimas por coronavirus, allí en el cementerio han tenido que preparar más tumbas en la enorme fosa común en la que entierran a sus muertos por coronavirus. Brasil contabiliza 18.000 muertos y 271.628 contagiados. Ya es el tercer país más afectado por el virus por detrás de EEUU y Rusia. Y no parece casual que Bolsonario desprecie el Amazonas y el cambio climático.
En lo que sí incide el experto es en la realidad que se esconde tras esto. "El problema no es solo la fiebre amarilla: la deforestación en la Amazonía también crea sitios de reproducción para los huéspedes y los vectores de enfermedades como la malaria y la esquistosomiasis. Y el problema no se limita a Brasil ni a ningún otro lugar. Como la pandemia de COVID-19 ha demostrado de manera devastadora, los sistemas de transporte modernos pueden agitar rápidamente algunos patógenos humanos en todo el mundo, y también las plagas y enfermedades de plantas y animales".
Para los epidemiólogos y virólogos, la pandemia de COVID-19 no es una verdadera sorpresa. Un pariente muy cercano del virus del SARS, el nuevo coronavirus, también prospera en los murciélagos, que son en gran medida inmunes a sus efectos nocivos. Y en él habitan más coronavirus. Un mercado de vida silvestre en Wuhan (China) es donde probablemente ocurrió el contagio de animales a humanos, y el salto inicial de un murciélago salvaje a un animal que fue adquirido y consumido por un humano también podría haber sucedido allí. Estos mercados son una pesadilla de maltrato animal, con condiciones terriblemente abarrotadas e insalubres. Se trata de un popurrí ideal para generar nuevas amenazas virales.
A fines de febrero, el gigante asiático emitió una prohibición provisional sobre el comercio y el consumo de vida silvestre, pero no está claro si eso se hará permanente. El experto pone encima de la mesa una realidad y es que no se nos puede olvidar y que se deben "cerrar los mercados de vida silvestre en China, el sur de Asia y África, al tiempo que se asegura que las personas tengan alternativas a la carne de animales silvestres". No aboga Lovojoy por tenerle miedo a la naturaleza pero sí a entender que tan importante como vivir y beneficiarse de ella es restaruarla. Y tiene razón. El mayor ejemplo es el impacto que ha tenido el coronavirus en la caída brusca de la contaminación, que también mata. Y pensar que atacar la biodiversidad y al planeta puede salirnos claro. Y el coronavirus solo es un ejemplo.