Medio mundo miró asombrado en octubre de 2019 hacia la Antártida cuando de ella se desgajó un enorme iceberg tan grande como Gran Canaria. Casi en esas mismas fechas, quizás un poco antes, salió del golfo de Cádiz una bolsa de agua del Mediterráneo unas siete veces mayor, del tamaño de Murcia, que ahora vaga de forma sigilosa al oeste de Lanzarote.
Uno de los planeadores submarinos que la Plataforma Oceánica de Canarias (Plocán) envía regularmente a tomar datos de las aguas que rodean el archipiélago para controlar la evolución del clima en el océano acaba de detectar cerca de la costa nordeste de Lanzarote una gran bolsa de agua que el Mare Nostrum expulsa de cuando en cuando hacia el Atlántico y que llegan a sobrevivir años sin mezclarse con el océano que les rodea.
Reciben el nombre de 'meddies' y son enormes masas de agua que giran sobre sí mismas en sentido de las agujas del reloj y que suelen moverse por el Atlántico bastante por debajo de la superficie, a entre 800 y 1.200 metros de profundidad, porque son más pesadas que el agua del océano, explica Andrés Cianca, oceanógrafo de Plocán.
Por el mismo principio físico por el que el hielo o aceite flotan sobre el mar, pero al revés: el agua del Mediterráneo tiene una concentración de sal mucho mayor que la del Atlántico, es más densa, más pesada, con lo que se hunde. Y la inercia del movimiento que la hace girar sobre sí misma tiende a mantenerla compacta.
Los meddies se descubrieron a finales de los setenta, cuando se detectó un remolino bajo la superficie del mar Caribe, junto a la República Dominicana, cuyo origen se situó en suroeste de España, detalla Cianca. Esas masas de agua salen del Mediterráneo por el estrecho de Gibraltar, generalmente se hunden por su propio peso y suelen quedar largo tiempo "estancadas" en el golfo de Cádiz.
Se calcula que unas 17 veces al año, bloques de esa agua mediterránea son expulsadas hacia el Atlántico, generalmente hacia el suroeste, en una ruta que cruza entre Azores y Portugal; hacia el oeste, rumbo al Caribe; o hacia el noroeste, hacia Terranova.
Pero muy pocas veces vagan hacia el sur, como el meddy que se localizó el 10 de diciembre en Lanzarote. De hecho, el oceanógrafo de Plocán subraya que en sus 26 años de trabajo en esta zona del Atlántico, este es solo el tercer meddy que se ha descubierto en el entorno de Canarias, que probablemente haya seguido la derrota que marca el talud submarino del continente africano.
Los meddies se mueven por el Atlántico a una velocidad de unos dos centímetros por segundo (1,72 kilómetros al día). Por lo que cabe deducir que si este roza ya la isla de Lanzarote, a unos 1.000 kilómetros del golfo de Cádiz, lleva vagando por el océano alrededor de un año y siete meses. Y el planeador submarino autónomo (glider) que lo ha detectado ha detallado además sus dimensiones.
Tiene forma de óvalo, con un diámetro menor de unos 100 kilómetros y uno mayor de unos 150, lo que da una superficie de unos 11.780 kilómetros cuadrados, ligeramente inferior a la de Murcia. Y ocupa una capa de agua de unos 300 metros de espesor, situada entre una profundidad mínima de 850-900 metros y una máxima de 1.150-1.200.
Muestra, además, dos características que delatan que ese agua no de es del Atlántico: su salinidad es una unidad mayor que la del agua que le rodea y su temperatura oscila entre los 13 grados (a 800 metros) y los 11,5 grados (a 1.150), cuando las temperaturas del océano a esas profundidades fluctúan entre 8 y 9 grados.
Los meddies pueden sobrevivir en el Atlántico hasta cinco años sin diluirse. En realidad, precisa Cianca, duran hasta que choquen con un monte submarino que rompa su estructura y haga que se dispersen.
Si su deriva le lleva contra la isla, tiene los días contados. Y si logra atravesar Canarias por el canal que separa Gran Canaria de Fuerteventura, al sur del archipiélago le esperan varias elevaciones submarinas.