La explosión en 1986 de la central Vladímir Ilich Lenin, ubicada al norte de Ucrania, en la ciudad de Chernóbil, fue el accidente nuclear más grave de la historia. Dejó más de 116.000 evacuados, centenares de fallecimientos y una zona de exclusión donde casi no hay habitantes. A 35 años del accidente, la flora y la fauna refleja el impacto de una explosión que registró un pico de radiación 400 veces más alto que la bomba nuclear de Hiroshima.
La evacuación en el área de 2.590 kilómetros, más conocida como zona de exclusión, implicó entonces el sacrificio de los animales del lugar, entre ellos mascotas que algunas personas dejaron atrás creyendo que volverían. Los soldados del ejército soviético se encargarían de matar a esos animales que quedaban en la zona, porque las consideraban un riesgo de transmisión radioactiva, aunque todavía hay entre 600 y 800 perros y gatos callejeros que deambulan por el lugar, según las organizaciones Clean Futures Fund (CFF) y Spca International.
Queda la incógnita de en cuánto se benefician ante la falta de humanos los animales salvajes que persisten en la zona de exclusión y cuánto están sufriendo ante la contaminación que todavía sigue invadiendo al lugar. La ciencia sigue investigando si los animales y las plantas que viven cerca del punto de la explosión sufrieron mutaciones en sus apariencias físicas y en sus formas de comportamiento o si por el contrario nada ha cambiado.
Donde se creía que ya no habría ni un indicio de vida, a día de hoy habitan osos, bisontes, lobos, linces, caballos de Przewalski, y unas 200 especies de aves, entre otros animales, según establece el doctor en Biología e investigador de la zona, Germán Orizaola, en un artículo donde expone sobre la “fauna de Chernóbil 33 años después del accidente nuclear”, según recoge 'La Nación'.
Aunque destaca una “ausencia general de efectos negativos de la radiación a sobre las poblaciones de animales y plantas”, apunta: “Hemos encontrado además algún indicio de respuestas adaptativas frente a la radiación, como cambios en la coloración de las ranas. Las ranas de la zona de exclusión son más oscuras, lo que podría protegerlas de la radiación”.
Asimismo, en cuanto a los insectos, algunos parecen vivir menos o mostrarse más vulnerables ante los parásitos, sobre todo en zonas de alta radiación. Las aves también parecen tener algunos efectos negativos, como daños en su sistema inmune, aumento de albinismo y alteraciones genéticas, aunque estás últimas no impiden que las poblaciones continúen con su reproducción.
Con todo, los investigadores se preguntan si fue sobreestimado el posible daño de la actividad nuclear sobre los animales, dado que observan que la presencia de humanos -con la caza, la pesca, la contaminación, entre otras acciones- podrían ser más nocivas a mediano plazo para los animales -sobre todo para los mamíferos- que un accidente nuclear.
Por otro lado, los especialistas de la Reserva de Radiación y Biósfera Ecológica de Chernóbil observaron, según revelaron después de analizarlas durante tres años, que las vacas de Chernóbil se habían organizado en manadas y presentaban un comportamiento muy diferente al que suelen tener los animales domésticos o de cría.
En la línea de las mutaciones, un informe de Nat Geo muestra que “muchas de las telarañas que se tejieron junto a algunas de las casas de las aldeas eran extremadamente inusuales”. La imagen que se ve es la de una telaraña desordenada, irregular, con grandes agujeros y sin un patrón claro, a diferencia de las que los arácnidos suelen armar, totalmente simétricas y ordenadas.
“Las arañas tenían problemas para tejer una telaraña normal”, concluye el informe, dando a entender que el comportamiento de los insectos había mutado. A su vez, Nat Geo plantea que no solo puede haber cambiado la forma de moverse y manifestarse de los animales, sino que también puede haber variado su aspecto físico.
Un ejemplo de esta mutación es la chinche de la malva arbórea, parecida a la coloquialmente llamada vaquita de San Antonio. “Dos ojos grandes, nariz y mentón y, debido a la simetría, hace que sea muy fácil detectar desviaciones”, señala el investigador al comentar que se observaron cambios en el color y falta de algunas partes del cuerpo, como algún ojo.
Una de las características en común que revelaron los estudios resultó ser que la fauna más pequeña, como las aves y los roedores, fue quizás la más afectada, dado que mostró consecuencias negativas en su salud, efecto de la radiación, como tumores y cataratas.
Que muchos animales hayan mutado y se adapten, poco a poco, a la naturaleza contaminada que los rodea no significa que no tengan o hayan tenido en su cuerpo altos niveles de cesio-137 -el componente radioactivo que lanzó la explosión de Chernóbil- o que varios hayan muerto ante los devastadores efectos que el material les produjo.
No obstante, si a 35 años del accidente nuclear más severo de la historia aún hay animales que parecen vivir en total paz y tranquilidad, sobre todo por la ausencia del hombre, los seres humanos debemos cuestionarnos, una vez más, el daño que le hacemos a la Tierra y a quienes habitan en ella.