"¿Puedes darme tres nombres?": el CSIC rescata la historia de tres científicas pioneras en un montaje teatral

  • La obra rescata a Dorotea Barnés, "la primera mujer española con una publicación internacional en el ámbito de la bioquímica": fue inhabilitada por el franquismo "y por su marido"

  • También recupera las figuras de Josefa Molera y Sagrario Martínez Carrera: "Aquí ha habido mujeres importantísimas, pero nadie habla nunca de ellas"

  • María José Sánchez Barrena, científica y productora de la obra: “Yo no he sentido en ningún momento que juego en una liga distinta a los hombres, hasta que he sido madre”

Dorotea Barnés. Josefa Molera. Sagrario Martínez Carrera. ¿Le suenan estos nombres? ¿Sabe quiénes fueron estas mujeres? Seguramente no. Y de eso, precisamente, trata este artículo: de grandes mujeres científicas, que siguen siendo grandes olvidadas.

“Aquí ha habido mujeres importantísimas, pero nadie habla nunca de ellas. Se habla de nuestros fundadores (Blas Cabrera, Julio Palacios…), todos hombres. Pero no de ellas, que lo hicieron igual de bien y lo tuvieron todo en contra. Por eso queremos rescatarlas. Son tres figuras de la preguerra y de la posguerra muy relevantes, que aportaron mucho a la ciencia”.

Nos lo explica otra mujer, también científica, María José Sánchez Barrena. Es productora ejecutiva de la obra de teatro "¿Puedes darme tres nombres?", que se puede ver este fin de semana en el Instituto de Química Física Rocasolano de Madrid. Es una de las actividades con las que el CSIC conmemora el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, que se celebra el 11 de febrero.

“Si uno no sabe decir nombres de científicos... de científicas, ya no digamos", lamenta Sánchez Barrena, que es doctora en bioquímica y biología molecular. “Marie Curie, por ejemplo, ¡era estratosférica!”. Y también pasó por ese centro, recuerda.

Mujeres referentes en un centro de referencia

La obra es una performance científica en la que conoceremos a esas tres mujeres pioneras en la ciencia, mientras recorremos el centro en compañía de varias científicas que trabajan en él actualmente, y que también nos hablarán de sus trabajos.

“Es como un viaje por el centro, de una sala a otra, y en él, vas escuchando la historia de esas tres mujeres y el discurso de las científicas actuales: por qué hacemos ciencia, cuándo decidimos hacerla, las dificultades que encontramos y cuáles son nuestros anhelos”. Un montaje visual y sonoro (con mucha gente del teatro detrás, no sólo científicos), que nos acerca a las vidas de Barnés, Molera y Martínez Carrera. Una obra de teatro que presentan como “experimental e inmersiva”: la idea es "que el público experimente y conozca".

El edificio Rockefeller, en el que se asienta el Instituto de Química Física Rocasolano, “fue el primer centro construido ex profeso para hacer ciencia, para investigar”, recuerda Sánchez Barrena. Construido en 1932, se llamó así porque fue financiado por esa fundación estadounidense. Y en sus 90 años de historia, “ha sido el centro de referencia en física y química”. También lo fueron esas tres mujeres, de las que habla la obra.

Dorotea Barnés, la guerra y los hijos

Dorotea Barnés trabajó allí en los años 30. Fue una de las cuatro hermanas Barnés, muy conocidas en la época porque su padre fue ministro de Educación en el gobierno de Azaña. Educada en una familia liberal e igualitaria, Dorotea tuvo que exiliarse cuando llegó la guerra. Primero huyó a Francia, y de ahí a México.  

Pero antes de la guerra, ya había estado en Yale, en EE.UU., estudiando técnicas de Espectroscopía. “Fue la primera mujer española con una publicación internacional en el ámbito de la bioquímica”, subraya Sánchez Barrena. Se refiere a este artículo, publicado en 1930. “Pero su carrera se truncó, porque tras la guerra, la inhabilitaron para trabajar en España”. Siendo ya doctora, no pudo ejercer, al ser hija de quien era. Y no sólo eso.

“Según contó ella misma en una entrevista que le hicieron, siendo ya muy mayor, quien la retiró de la ciencia fue su marido. Se dedicó a tener hijos y se acabó”. Dorotea murió en 2003. Sus nietos estarán entre el público, en las representaciones de este fin de semana en Madrid.

Sagrario Martínez Carrera, una vida dedicada a la ciencia

Sagrario Martínez Carrera fue cristalógrafa. “Como yo”, comenta Sánchez Barrena. ¿Y qué hacen las cristalógrafas? “Estudiamos la estructura tridimensional de las moléculas para poder entender su función”. Para ello, trabajan con una técnica compleja y delicada que les permite "obtener datos de difracción de rayos X a baja temperatura”. Técnica que implantó en España esta mujer.

“Fue ella, además, quien introdujo el cálculo computacional en la cristalografía”. Hablamos de los años 60. La científica viajó a Holanda y a EE.UU. Y “gracias a su impulso, aquí se compraron los primeros ordenadores”. Explica Sánchez Barrena que “era una mujer con un impulso tremendo, pero siempre estuvo a la sombra de hombres”. Dirigió varias tesis, pero nunca las pudo firmar.

“Todavía hay muchos discípulos suyos en activo, a los que dirigió la tesis, que nos han ayudado a reconstruir el personaje”. Uno de ellos, Martín Martínez-Ripoll, escribió sobre ella cuando falleció.

Sagrario Martínez Carrera no tuvo hijos. Y “dedicó su vida de lleno al trabajo”. Al contrario de Dorotea Barnés, que tuvo que dejarlo para para cuidar de ellos. O de Josefa Molera, la otra científica homenajeada.

Josefa Molera, con un premio Nobel en Oxford

Josefa Molera trabajó en el IQFR-CSIC en los años 50. Aunque marchó fuera en el post-doctorado, y trabajó con los mejores en su campo. “Estuvo en Oxford, trabajando con un premio Nobel de Química, Cyril Norman Hinshelwood”.  

Experta en cinética química, fue “la primera investigadora que montó un cromatógrafo de gases en este país”. Algo que sirve, por ejemplo, para “investigar cuáles son las moléculas que dan aroma al vino”. Es una metodología que se utiliza para separar componentes gaseosos, y ella fue “pionera en esa técnica”.  

Molera sí fue más reconocida en su momento. Fue presidenta fundadora de la Sociedad Española de Cromatografía, recibió un premio del CSIC y ha sido Medalla de Oro de la Sociedad Española de Química. “Se la reconoció más, sí, pero cuando uno piensa o habla de este centro todavía no se habla de ella”, lamenta Sánchez Barrena.

La maternidad y la ciencia

Molera “se iba a casa a las 5 de la tarde porque tenía hijos”, recuerda Sánchez Barrena. Eran los años 50 y 60 del siglo pasado. La situación ha cambiado, pero no tanto como debería. Y en la carrera investigadora es especialmente palpable. “Yo no he sentido en ningún momento que juego en una liga distinta a los hombres, hasta que he sido madre”, afirma Sánchez Barrena.

Y eso que ella tuvo suerte. “Yo los tuve cuando aún no tenía consolidado mi puesto de trabajo, y tuve suerte de que los meses que me cogí de baja maternal, los pude recuperar”. Pero eso, asegura, no es lo normal. En general, se pierden. "Ese tiempo lo pierdes tú y el equipo en el que trabajas”.

Sánchez Barrena pide “que no te penalice tanto tener hijos”. Porque, con tanto bache en el camino, las mujeres científicas “todavía no hemos llegado arriba, necesitamos llegar y ser las que tomamos las decisiones”. Cualidades y méritos no les faltan, más bien al contrario.

“Las cualidades para ser un buen investigador, tradicionalmente se han ligado a lo masculino: valiente, decidido… Las mujeres quizá dudamos más, pero porque somos más reflexivas, y eso no se valora tanto". La duda, dice, es básica en ciencia. "Las mujeres nos cuestionamos más las cosas, y eso es bueno en ciencia, pero no se valora”. La obra que ahora presentan trata de reivindicar su papel.

Ciencia y arte, dos mundos en uno

Pero el objetivo no es sólo rescatar la memoria de las mujeres científicas, sino también “aunar ciencia y arte: disciplinas que han ido de la mano tradicionalmente, pero que luego se separaron”. La obra trata de recuperar ese vínculo, porque “la creatividad está en la base de las dos”, explica Sánchez Barrena. “Muchos científicos han sido artistas y muchos artistas han sido científicos, experimentadores. Una de las cosas que tienen en común es ser creativo”.

“Un científico tiene que ser lo suficientemente creativo para imaginar cosas, porque si no, no puede plantear una hipótesis para luego intentar demostrarla”. Y el centro donde se representa la obra fue buen ejemplo de ello. “Era un sitio donde las ciencias y las artes convivían, en los años 30. Aquí cerca estaba la Residencia de Estudiantes”, recuerda.

De ello han pasado casi cien años. El año pasado, con motivo de su 90 aniversario, presentaron a FECYT-MICIN un proyecto para realizar este montaje teatral. Se lo financiaron, y la obra se hizo realidad. Este fin de semana se puede disfrutar, de forma gratuita, las tardes del viernes, sábado y domingo. Dura una hora y va dirigida a un público familiar. "Se puede ir con niños, incluso mis hijas forman parte de la obra". Y el mensaje es claro: “Queremos motivar, que transmita un mensaje positivo. Que, si hay niños, salgan diciendo: mamá, yo quiero ser científica”.