El pasado jueves, Raquel Arias se convertía en la superviviente expulsada. Lo que no esperaba era que momentos más tarde iba a convertirse en la concursante secreta de la edición. Raquel no iba a volver a España. Por primera vez en la historia, iba a vivir en plena selva a quince metros del campamento de sus compañeros.
Con un kit de camuflaje y las dotaciones mínimas, Arias se enfrentaba a todo un reto: si el resto de los participantes no la descubren antes del próximo jueves, se enfrentará a un televoto express con el siguiente expulsado.
Pero las sorpresas para ella no acababan ahí. Su madre ha viajado hasta Honduras para reencontrarse con ella, algo que no esperaba en absoluto tras su expulsión. Camuflada en una palmera, ha esperado la señal de Ion Aramendi para descubrirse y sorprender a su hija.
Nada más verla, la superviviente ha corrido a abrazarla de inmediato. “¡Has venido hasta aquí, mamá! ¡Qué fuerte!”, le decía. “Qué guapa estás”, le respondía ella. “Pensaba que pasaba algo y por eso no veníais, mamá”, le confesaba la superviviente.
“Estamos superbién todos. Estoy muy contenta y superorgullosa”, le tranquilizaba. Era entonces cuando le preguntaba a la superviviente cómo se encontraba: “Quiero llegar a la final, esto se está haciendo un poco duro, pero ya no queda nada. Estoy todo el día pensando en comer, echo mucho de menos la tortilla de patatas”.
Raquel se preocupaba por toda su familia y por alguien muy especial, su perro Moe: “Moe… Ahí te tengo que decir una cosa, cariño. A Moe no te lo vamos a volver a dar. Nos lo quedamos nosotros”, le decía su madre. Mientras pronunciaba esas palabras, la cara de la superviviente hablaba por sí sola. Menos mal que pronto se tranquilizaba: “Menos mal, qué susto. Mamá, casi me da algo”.
Durante su conversación con su madre, Ion animaba a la superviviente a abrir su corazón con sus padres, algo que nunca antes había hecho: “Qué difícil me lo hacéis, sabéis que me cuesta mucho. Pues claro… Quiero mucho a mis padres y a mi hermana”.