Rocío Carrasco ha contado en el capítulo 1 del documental ‘Rocío, contar la verdad para seguir viva’ cómo conoció a Antonio David Flores en aquel verano de 1994, en Chipiona. Al referirse a aquel inicio de relación, Rocío habla de “la ilusión de una cría de 17 años” y a día de hoy reconoce que aquello no era amor.
Evitando nombrarle, Rocío relata cómo fueron aquellos primeros meses junto al que más tarde fue su marido y cómo, desde un comienzo, le llegaban informaciones de deslealtades por parte de él. Ella prefirió creerle y dar carpetazo a los rumores y reconoce que “cuando te dicen tanto 'te quiero' tú te lo crees”.
Pero sus padres, Pedro Carrasco y Rocío Jurado no veían con buenos ojos a Antonio David. Cuenta que su madre le suplicó que no se fuera de casa cuando cumplió los 18 y que su padre le dijo “te va a arruinar la vida y vas a volver con una barriga”. Pero ella hizo caso omiso y se marchó. Ahí comenzaba para ella una nueva vida, “jugar a ser adulto”, pues se iba a Argentona a vivir junto a Antonio David: “Mi día a día era esperar a que esta persona viniera de trabajar”.
Ella pensaba que todo estaba bien pero pronto “me empiezo a dar cuenta que las cosas que me decían podía ser que fueran verdad. Desaparecía y aparecía con la novia de un compañero”, relata y da detalles de algunas de las cosas que vivió y presenció. La multa que le interpusieron a Antonio David por haberse apropiado de 50.000 pesetas no hizo más que agravar las cosas, aunque ella, en aquel momento, creyó en su inocencia.
Estando en arresto domiciliario, Antonio David tuvo una fuerte discusión con dos niños y Rocío lo presenció. “Los agrede físicamente sin saber que uno de ellos es hijo del cabo de la Guardia Civil. Hay juicio y le cae otra condena”. En ese momento ella le recomendó que presentara la baja y se marchara antes de que le echaran.
Cuando Rocío se encontraba en rehabilitación por un accidente de tráfico, comenzó su duro calvario. Ahí empezaron los peores episodios junto a Antonio David. “Hubo alguna agresión verbal, de inútil, de no sirves para nada, estás gorda, eres tonta… y ya no es la palabra, es la forma. Él tenía una cara de puertas para adentro, prepotente, de todo sabía y tú no sabes nada y luego estaba la otra parte cuando había cámaras, que era todo maravilloso, besos, qué guapa, delante de la gente. Cuando terminaba el día, en la intimidad, me decía que lo hacía por mi bien y tú en ese momento lo piensas, no lo ves, no te das cuenta de la gravedad que tiene, llega un momento que lo normalizas”.
Desgraciadamente, la cosa fue a peor: “Recuerdo un tirón de pelos, me coge del pelo y me da para abajo pero no sé de dónde viene el por qué de eso. Yo me siento por un lado que me quiero ir a mi casa, lo cual no voy a hacer, y por otro estaba que no me podía mover pero digo me levanto y lo reviento. Pero no hice ninguna de las dos cosas. No tengo claro cómo pasó, pero pasó y fue a mayores”.
Recuerda que estaba sentada en el sofá junto a una mesa camilla cuando él “me agarra del pelo y me dio con la cabeza en la mesa y subió echándome a mí la culpa de todo lo que le ocurrí en ese momento. Hay muchos episodios de mi vida de esa época que no sé si por defensa personal o qué, los tengo olvidados. Lo achaco a que el daño que se me estaba ocasionando a mí, lo daba por bueno, lo justificaba, lo dejaba pasar”, confiesa.
Después de estos episodios, llegaba el arrepentimiento y Rocío reconoce que lo perdonaba con las siguientes palabras: “Después de eso llega un llanto, un perdóname, hay que ver lo que me está pasando, me están crucificando... cosas que yo justifico y disculpo. Lo veía normal y ahora pienso que qué poco sabía yo que iba a ser mi verdugo”.