Cuando llega el 8 de marzo suelo ponerme reflexiva y me acuerdo de todas aquellas mujeres que me ayudaron, lo supieran ellas o no, a defender mis derechos y mis ideas. A no ponerle límites a los sueños y mucho menos por ser mujer.
El Día de la Mujer fue por ellas, y es y será por nosotras hasta afianzar la igualdad en oportunidades y confianza de género. Más allá de las excepciones de mujeres que critican la jornada y que ganan titulares en algunos medios deseosos de desviar el debate, es necesario celebrar no sólo este día, sino mantener la unión y el discurso como lo hicieron muchas otras antes que nosotras en una época mucho más hostil con la mujer que esta España de 2020.
Blanca Álvarez, la primera presentadora de nuestro país, tuvo que pedir un consentimiento a su marido para poder ejercer como tal y, convirtiéndose en los años setenta en Jefa de programas Infantiles y Juveniles, pidió, bajo la incomprensión de muchos, “un tratamiento digno para los personajes femeninos”, tanto para los que llegaban del extranjero como para los que se creaban entonces en la única televisión; RTVE.
A ella no la recuerdo y tampoco la estudié en la carrera de Periodismo, pero sí en cambio tuve la oportunidad de estudiar a mujeres con las que mi inconsciente se pudo reforzar, como fue Pilar Miró, Directora General de Radio Televisión Española de 1986 a 1889, y de la que oía hablar en casa continuamente no sólo por la novedad de una mujer al mando sino también por todos los cambios que ofreció.
La televisión se encendía también en casa para ver a Mercedes Milá entrevistando a los personajes del momento y el color en la pantalla se reforzaba cuando salía una corresponsal con el pelo rojo o incluso rosa, llamada Rosa María Calaf. Una mujer que viajaba por el mundo, que imprimía libertad y conocimiento no sólo por su estética sino por su característico estilo a la hora de narrar los acontecimientos.
Cada vez que salía Laura Valenzuela a mi madre le gustaba verla y sólo tenía buenas palabras para ella. Y a mí, los viernes por la noche se me hicieron entretenidos junto a Mayra Gómez Kempt y su “tarjetita por aquí, tarjetita por allí”.
El carácter de Milá, el poder de Miró, la extravagancia de Calaf y la risa contagiosa en un gran plató de Gómez Kempt permanecieron dentro de mí y ahora sé que de un modo u otro me han ayudado a ser la profesional que soy hoy. He tenido además la suerte de conocerlas a todas menos a Pilar Miró, con quien, si se pudiera viajar en el tiempo, desearía una charla con ella.
A todas les he agradecido que abrieran camino, que rompieran moldes, que rompieran con lo establecido siendo fieles a su personalidad y su talento. En mi profesión tengo una larga lista de agradecimientos a mujeres que me han enseñado día a día a ser solidaria con las otras y no quedarme en la espuma del suflé para convertir nuestra sociedad cada día un poco más igualitaria.