Gloria y su familia dejan para siempre Paiporta: "No vamos a volver por miedo a que vuelva a ocurrir otra DANA"

Gloria visita este miércoles su casa en Paiporta, una vivienda a la que no piensa volver, aunque está en perfecto estado. Junto a su marido y sus dos hijas se van a vivir a Lliria (Valencia). "El objetivo es comprar una casa y tener un hogar donde echar raíces", cuenta esta mujer, que asegura que "tenemos miedo de que vuelva a pasar".

La noche de la DANA, ella y sus dos hijas fueron testigos desde las ventanas de su piso de cómo la corriente de agua arrastraba a muchas personas. "Nuestras vidas no corrieron riesgo, pero se oían gritos continuos de gente que luchaba por salvarse y tú no podías hacer nada para ayudarles. Veíamos cómo se agarraban a las cancelas de los patios y al final les fallaban las fuerzas", recuerda.

Unas escenas que se quedaron clavadas en las mentes de sus hijas de 9 y 8 años, especialmente en la mayor, que desde entonces recibe tratamiento psicológico por estrés postraumático. "Tras las inundaciones nos fuimos a vivir con una de mis hermanas a Llíria y las matriculamos en un colegio. A los pocos días me llamó la psicóloga y me explicó que la niña se ponía a hiperventilar y tenía ansiedad cuando escuchaba una sirena o a otros alumnos hablar de la DANA".

La pequeña se niega a volver a Paiporta y su marido también tenía claro desde el principio dejar esta localidad en la que llevaban nueve años viviendo. "A él la DANA le cogió en Ribarroja. Vino andando desde allí hasta casa. Salió a las 8 de la mañana y llegó a las 13 horas. En el camino vio personas muertas y mucha destrucción, aunque lo peor se lo encontró en Paiporta", asegura.

Dejaron Paiporta andando con el barro por las rodillas

La noche de la DANA fue "el peor momento de nuestras vidas", pero los días siguientes también les dejaron marcados. "Tuvimos que acoger a vecinos que no tenían dónde ir sin tener casi comida ni agua y sin saber si alguien iba a venir a ayudarnos", explica.

Tres días después de las inundaciones, su hermana, acompañada de su familia, consiguió llegar andando hasta su casa con víveres. Ese mismo día, cogieron lo indispensable y se marcharon. "Íbamos andando por la calle con el barro por las rodillas, viendo solo destrucción y gente desolada", recuerda.

Desde entonces, sus hijas no han vuelto y ella acude solo a recoger pertenencias. "Para mi hija mayor es incompatible vivir aquí y ya no queremos volver. Vienes y ves que todavía queda mucho por hacer, no hay comercios ni vida".

A pesar de tener que dejarlo todo atrás, Gloria sabe que es una afortunada, tiene la oportunidad de cambiar de residencia, algo que no todos pueden hacer. "Hay vecinos que sé que se quieren marchar, pero no pueden en muchos casos por temas económicos".

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