Hace justo cinco años, el 17 de junio de 2018, arribaba al puerto de Valencia la flotilla del Aquarius, compuesta por tres embarcaciones -el propio Aquarius, el Datillo y el Orione-, con 629 migrantes a bordo.
Después de una dramática travesía por el mar Mediterráneo, sin apenas comida y bebida, y tras ser rechazados por Italia y Malta, el Gobierno de España les abrió las puertas del país.
En el muelle, decenas de cámaras y fotógrafos esperaban a los barcos y a sus ocupantes. Entre el pasaje, dos hombres jóvenes, Moses y Kumle, que recuerdan las sonrisas y los cantos de alegría ante un futuro esperanzador. "España nos daba la bienvenida, una oportunidad para tener una vida digna", afirma Moses Von Kallon.
El inicio de su estancia en España fue prometedor. Durante los primeros 18 meses contaron con la protección del Gobierno y les facilitaron la tarjeta roja, un documento que les acreditaba como extranjeros solicitantes de asilo, que les permitía residir y trabajar legalmente.
Pero las promesas iniciales se fueron poco a poco diluyendo. "Nos prometieron muchas cosas. Entramos legales en España y ahora estamos irregulares", Kunle Alalade.
La realidad es que de los 629 migrantes, 374 solicitaron la protección internacional. Solicitudes que el Ministerio del Interior revisó una a una, en lugar de en conjunto.
Del total, 261 han sido desfavorables y 32 han sido archivadas. "Nos prometieron muchas cosas. Entramos legales y ahora estamos irregulares. España nos ha abandonado", lamenta Kumle Alalade, que asegura que "hay compañeros viviendo en la calle y otros en casas de amigos compartiendo cama".
Con una hija de tres años nacida en España y los dos sin papeles, Kumle no puede trabajar legalmente ni conseguir una vivienda en alquiler. "De todos los que llegamos, como mucho el 15% tiene un empleo legal, el resto malvivimos aparcando coches o haciendo lo que salga", señala.
Una situación que contrasta con la de los 68 migrantes que pusieron rumbo a Francia. "A todos les dieron asilo y están regulares", asegura Kalum.
Al año de llegar a España y comprobar que se quedaban solos, pusieron en marcha la ONG Aquarius Supervivientes. Al frente de la asociación Moses Von Kallon, él huyó de Sierra Leona por motivos religiosos. Tras salir de su país, recorrió 4.000 kilómetros a pie por África, acompañado de dos amigos, uno de los cuales murió de hambre y de sed. Ya en Libia pasó dos años, donde fue encarcelado en varias ocasiones. Desesperado, un día consiguió subirse a una pequeña embarcación de la que fue rescatado por el Aquarius, donde en un primer momento le dieron por muerto.
Ya en España, Moses pasó unos meses como irregular, pero ahora es uno de los pocos privilegiados que cuenta con permiso de residencia y de trabajo, aunque tiene que renovarlo cada seis meses. "Son todo dificultades porque para solicitar una cita en extranjería es prácticamente imposible y se pasan los plazos para la renovación", explica.
Licenciado en Económicas, no ha podido convalidar su título. "Lo único que consigo son trabajos temporales en el campo o en la obra, sin ninguna estabilidad".
Fuera del trabajo, gran parte de su tiempo la dedica a ayudar a sus compañeros de travesía. "No recibimos ningún tipo de ayuda financiera, pero tratamos que todos tengan para comer y una casa donde vivir", explica Moses, que afirma que "no queremos subvenciones, somos jóvenes con ganas de trabajar y ganarnos la vida en el país que nos dio la bienvenida, por ello le damos las gracias a España, pero queremos que cumplan con lo que nos prometieron", afirma Moses.