Bicicletas recicladas para los asentamientos de migrantes del 'mar de plástico' de Almería: "Quien tiene bici, tiene agua"

A Carmen la bicicleta le cambió la vida. Esta mujer sobrevive recogiendo frutas y hortalizas en los invernaderos de Almería. Cada día, recorre a pie 5 kilómetros por una carretera para trabajar a destajo y volver, de noche, haciendo otros 5. “No sabes lo que me has dado”, le dijo a Raquel Ruiz, de la ONG ‘Bicis para Almería’, el día que le entregó la suya. También Naima, marroquí, se sintió liberada sobre las dos ruedas.

“Sin bicis, no hay vida”, asegura Raquel, que lleva cuatro años liderando un proyecto que puso en marcha, tras pasar una vacaciones en Cabo de Gata. “Estando en un supermercado entró un chico, compró dos garrafas de agua que puso en el manillar de su bicicleta y se fue”, relata. La conclusión muy simple: “El que tiene una bici, tiene agua”, pensó esta madrileña que empezó a buscar aquellas que amigos y conocidos no utilizaran para traerlas al que llaman el ‘mar de plástico’.

Lo que empezó con el boca a boca, se ha convertido en un proyecto que ha entregado ya más de 500 bicis. En su mayoría, a hombres. "Es un tema cultural del mundo árabe, las mujeres no montan", explica Raquel. Desconchadas, de colores, de carretera, montaña o paseo. Bicicletas con un pasado detrás y un futuro que recorrer entre los invernaderos de Almería. “El que nos la dona, nos cuenta su historia. Algunas vienen incluso de Alemania o de EEUU. Se trata de reutilizar un bien que una persona no necesita para otra a la que le cambia la vida”, apunta.

Medio de transporte barato, rápido y que no necesita carnet

Y así fue cómo, por ejemplo, la bici de Raquel viajó del madrileño barrio de Lavapiés a Almería, con Yehouh, que la recibió con los brazos abiertos. O la de Marta, que dejó el frío de Miraflores de la Sierra, para mudarse al sur con Francis, que ahora puede moverse con libertad. Pedaladas que marcan la diferencia entre tener un trabajo, acceso a agua potable o comida. “De lo contrario, están varados en mitad de la nada”, asegura Raquel.

Un medio de transporte barato, rápido, casi carente de mantenimiento y que no necesita de carnet de conducir. Es la mejor solución para cientos de migrantes que viven en pésimas condiciones. “Sin agua, ni electricidad, en mitad de la nada. A veces, ni siquiera cerca de los invernaderos que están a kilómetros y lejos de cualquier población con servicios mínimos”, recuerda Raquel que asegura que son “no personas” en el “no lugar”.

"No están acostumbrados a que los traten bien"

La emoción del intercambio se siente en ambas direcciones. “A los donantes les mandamos una foto de la bicicleta con su nuevo propietario. Les hace una ilusión tremenda y nos lo agradecen mucho, cuando debería ser al revés”, apunta. De la misma forma, los receptores la acogen como el mayor de los tesoros. “No saben qué decir, les sorprende que alguien les de algo a cambio de nada y sin conocerlos”, explica Raquel. “Desgraciadamente, no están acostumbrados a que los traten bien”, lamenta.

La ONG ‘Bicis para Almería’ las recoge en Madrid pero, en un mes, tendrán disponibles otros dos puntos de recepción, en Jaén y Murcia. Además, cuentan con un taller social ciclista, Bikestein, donde las reparan y las ponen a punto antes de entregarlas, así como la colaboración del IES Montevives de las Gabias (Granada), donde se imparte un taller de reparación que ha arreglado ya medio centenar.

En mitad del desierto, entre los polvorientos pasillos que separan los invernaderos, entre carreteras, caminos de tierra y asentamientos llenos de polvo, bicicletas como la de Carmen, Yehouh o Francis marcan la diferencia. Sus pedaladas son vitales para la supervivencia.