En los primeros días del confinamiento a causa del estado de alarma todos acogimos las videollamadas grupales con los abrazos abiertos. Permitían mantenerse en contacto de una manera divertida y cómoda, aunque hubiese que descargarse varias apps, en un momento en el que necesitábamos sentir la presencia de nuestros seres queridos. Pero tras seis semanas de aislamiento muchos estamos cada vez más cansados de ellas. ¿El motivo? Exigen un mayor esfuerzo mental que el contacto cara a cara.
Según un estudio realizado por Hootsuite, durante esta cuarentena las llamadas de Facebook han aumentado un 70% y las notas de voz y las videollamadas de Whatsapp lo han hecho un 100% en el último mes. Esta tendencia se confirma al chequear las cifras de descarga de las aplicaciones de videoconferencia, las cuales han crecido un 90% respecto a la misma época del año pasado y, del 16 al 21 de marzo, lo hicieron un 42%.
El psicólogo especializado en comportamiento humano, Gianpiero Petriglieri, explica en un artículo en BBC que "estamos agotados de la videollamadas" entre otras cosas porque "nos recuerdan que deberíamos estar juntos y no lo estamos" y porque, en ocasiones, interrumpen un momento familiar o personal. Pero sobre, todo la verdadera razón del agotamiento es que, efectivamente, nos exigen más esfuerzo mental.
Según Petriglieri, mantener una conversación a través de un chat de vídeo requiere más trabajo porque detectar el lenguaje no verbal es más complicado que cuando estamos físicamente frente a otra persona. "Consume más energía prestar más atención a los gestos, el tono de voz o las expresiones" que utiliza el interlocutor.
La teoría de la autocomplejidad es un modelo teórico que se detiene a explicar y analizar la diversidad de roles que nos definen como seres humanos. A lo largo del día somos profesionales, especialistas en plantas, hijos, hermanos y amigos de otras personas. En un contexto ajeno al coronavirus, desempeñamos cada uno de estos papeles en diferentes lugares físicos (en casa la familiar, la oficina, o los bares) y los repartimos en el tiempo. Pero ahora, confinados en nuestras casas, las videollamadas con personas de cada uno de esos contextos nos "exigen" colocarnos en distintos roles, a pesar de estar todo el tiempo en el mismo lugar: nuestra casa. Y eso, según esta teoría, nos vuelve más vulnerables a los sentimientos negativos.
Además, un estudio elaborado en 2014 por un grupo de investigadores alemanes demostró que los problemas en el audio de las videollamadas o la congelación de la imagen por encima de 1,2 segundos, hacía que las personas que lo percibían se quedasen con una imagen menos amigable del interlocutor. Si a los contratiempos derivados de la mala conexión le sumamos la aparición de fenómenos como el zoombombing, o la invasión de terceros con mensajes intrusivos en las conferencias que mantenemos en Zoom, es comprensible que estemos hartos de mirar a las pantallas.