Qué padres no han pensado alguna vez eso de ‘este niño come muy poco’. Un estudio de la Universidad de Míchigan afirma que obligar a los hijos a comer no mejora su crecimiento y sí puede llevar a complicar la relación con ellos. Los especialistas aseguran que el ‘niño mal comedor’ casi no existe. Sí hay, y muchos, padres obsesionados con la alimentación de sus vástagos. Pero qué pautas deben seguir los padres para que la hora de la comida no sea una pesadilla en casa.
“Un niño 'mal comedor' es aquel que por la ingesta de alimentos no consigue los nutrientes necesarios para su metabolismo”, nos explica la doctora Teresa Cenarro, pediatra y coordinadora del grupo de Gastro nutrición de la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria (AEPap). Asegura que hay muy pocos niños 'malos comedores' atendiendo a esta definición y sí malos hábitos nutricionales. No obstante, sí habla de los padres que piensan que sus hijos son ‘malos comedores’. En estos casos, el trabajo de los médicos de atención primaria es fundamental, señala, y empieza por explicarles que, a partir de los dos años los niños comen menos cantidad porque su organismo necesita menos calorías.
A esto, suma la doctora, se da la circunstancia de que “entre los dos y seis años, un día comen muy bien y tres mal porque se crece en picos y hay épocas que comen mejor porque corresponden a un pico de crecimiento”. A esa edad también ocurre que “un día les gusta un alimento y dos días después no. Es algo fisiológico que le pasa a un porcentaje elevadísimo de niños”.
Hay otros dos tipos de niños 'mal comedores', según Cenarro. El Piking eater, aquel que está todo el día picoteando entre comidas y a la hora de sentarse a la mesa ya no tiene apetito y el bebedor de leche, es decir, los que comen poco, pero toman a diario entre un litro y litro y medio de leche.
El doctor José Manuel Moreno Villares, coordinador del Comité de Alimentación Infantil y Lactancia Materna de la Asociación Española de Pediatría, habla de este tipo de niños –o más bien de padres que piensan que sus hijos comen mal- y de un segundo grupo, que llama comedores monótonos o tiquismiquis, es decir, que tienen animadversión a la comida o a algunos aspectos de ella y pueden llegar a sufrir una situación nutricional insuficiente.
“Doctor mi hijo no me come nada”. Cenarro explica que lo primero que hace cuando unos padres llegan a su consulta con esta frase es sentarse con ellos para que le expliquen con detalle qué come el niño. La inmensa mayoría de las veces el niño no come mal y hay que hacerles ver que el error está en ellos.
“Lo importante más que la cantidad de alimentos es la calidad. El niño puede decidir cuánto va a comer pero no el qué y el dónde. Si los padres han decidido que ese día el menú es verdura, el niño no puede decidir que lo cambia por macarrones”. Esa es la clave según la pediatra. Afirmación que comparte al 100% su colega, el doctor Moreno Villares: “Los padres deciden qué es lo que hay para comer, cuándo comer y dónde y los niños cuánta cantidad y a qué ritmo”. Aunque sí recomienda bajar la presión, no hacer referencias continuas a lo que ha comido o cómo deben comer y sobre todo no vincular la comida a premios y castigos.
“Hay padres que lo pasan verdaderamente mal con la comida de sus hijos”, cuenta la pediatra. Para evitar que eso no pase, los expertos nos dan unas pautas:
Los expertos insisten en que no se debe perder la calma, ni chillarles. "Ahí surge otro problema, que es conseguir desvincular la comida o determinados alimentos con un momento incómodo", nos advierte Abel Domínguez, director de Domínguez Psicólogos.
En este punto, "entraríamos a reforzar o intentar de nuevo vincular esos alimentos con consecuencias y emociones positivas de todos, de los niños y los papás”.
“Los métodos son métodos y no objetivos. Cada familia debe ver cuál se adecua mejor a su situación”, aconseja el doctor Moreno Villares.
Los hay muy distintos. Desde, por ejemplo el método Estivill para aprender a comer (originariamente era para dormir) del doctor Eduard Estivill, que tiene muchos detractores. Sin embargo, hay psicólogos que lo recomiendan. Consiste, con la mesa ya puesta, poner al niño en su silla y a la vez contarle lo rico que está lo que va a comer.
Si al darle a probar rechaza la comida, mantener la calma e intentarlo varias veces hasta consumir tres minutos. En ese momento, decirle al niño que si no le apetece comer que se vaya a jugar y retirar el plato.
Durante unos breves minutos, dedicarse a otra cosa que nada tenga que ver con la comida. Pasada esa pausa, volver a repetir la operación durante cuatro minutos. Si vuelve a rechazar la comida, repetir la jugada durante cuatro minutos. Y tras la nueva pausa volverlo a intentar durante otros cinco minutos. Si a la tercera tampoco hay éxito, hay que dejar los enfados y castigos y ponerlo jugar. Al día siguiente volverlo a intentar. El doctor Estivill dice que en dos o tres semanas el niño comerá bien.
Cenarro cree que el método Estivill lo que hace es marcar unas pautas, pero en cualquier caso, sea el sistema que sea, siempre son “opciones educacionales de cada familia que hay que respetar”.
Baby-Led Weaning (BLW) es un método mucho más novedoso y natural. “Al principio decían que iba a prevenir la obesidad en el futuro, pero los trabajos posteriores no han demostrado que uno sea mejor que otro”, dice Cenarro.
Este método se usa para introducir la alimentación complementaria. Recomienda a partir de los seis meses sentar al niño en la mesa con el resto de la familia y darle a probar los mimos alimentos que los demás a trozos grandes. “Esta técnica, al contrario que otros, tira más de la motivación que de la consecuencia negativa, pero son dos formas de llegar a lo mismo. Si me apuras con los métodos de motivación se tarda más en conseguir nuestro objetivo”, dice el psicólogo.
El pediatra señala que el BLW busca una mayor participación del niño en su comida y el método Estivill es más adecuado para manejar al niño con dificultades en la alimentación.
En cualquier caso, médicos y expertos insisten en que esto niños ‘malos comedores’ según sus padres, no tienen ningún problema de crecimiento, ni desarrollo, como recoge el estudio de la Universidad de Míchigan. “Lo importante”, incide Cenarro, es que “los niños aprendan a comer y que coman sano”.