Nueva normalidad. Un término que hizo propio el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez y que ya se ha incorporado a nuestro día a día. Porque tras el coronavirus, nuestra vida no va a ser igual. Más mascarillas, geles y distancia, no tocarse, menos abrazos, besos y calor humano. La virtualidad obligada. Y poco a poco somos conscientes de ello. Nos impactará porque el ser humano es un ser social.
Va a cambiar la forma en la que estemos en los restaurantes, cuando abran, porque una mampara nos va a separar, porque el gel nos esperará en la puerta junto con un medidor de temperatura, porque los abrazos en las reuniones para tomar una cerveza tendrán que esperar.
Porque seguramente los besos serán sustituidos por las mascarillas y porque la barra del bar no estará llena, sino que habrá que esperar turno. Esperar para todo. Hasta ir al cine, al teatro... será distinto. Los conciertos multitudinarios tendrán que esperar y los rodajes más, porque a dos metros rodar será complicado. En la escuela el compañero de pupitre estará lejos. Y en los supermercados habrá señales para guardar la distancia
La tecnología y el trabajo a distancia Y el impacto económico será abrumador, como ha demostrado los datos facilitados por el Gobierno hoy con una caída histórica del PIB. Otro mundo parece llegar. Las bicis pueden ganar terrenos al transporte público y las manifestaciones, tan comunes en los últimos tiempos no serán posibles. Ya hemos vivido un 1 de mayo virtual. Y qué decir del veraneo, con turnos para ir a la playa.
Distancia social es otro término que circula ya de boca en boca como en su día lo fue la prima de riesgo. En Toronto un experimento ha demostrado que nos cuenta mantenerla y más en países donde la sociabilidad es una forma de vida, como en Italia y España. Debemos mirar a los países que ya están en esa nueva normalidad, donde la desigualdad crecerá aún más pero donde tal vez valoremos más lo que perdimos cuando seamos capaces de recuperarlo: el calor humano.
Y el aprecio por nuestros mayores, cuya realidad ha dejado al descubierto su situación. Como lo de los héroes sanitarios. Tal vez esta crisis sirva para valorar y apoyar con todos los recursos su trabajo (que IFEMA no se olvide), así como el otros trabajadores precarios que se han convertido, paradojas de nuestra sociedad en esenciales. Desde la huerta el hipermercado. Hasta nos quedamos sin fútbol, por ahora.
El director ejecutivo de Programas de Emergencias de la Organización Mundial de la Salud, el doctor Mike Ryan de la Organización Mundial de la Salud ha dejado claro que "si queremos volver a una sociedad sin confinamientos, la sociedad tendrá que adaptarse en un período largo", de forma que "las relaciones sociales estarán moduladas por la presencial del virus. Tendremos que adaptarnos en nuestro modo de vida". El dirigente de la OMS ha puesto como ejemplo a Suecia, donde su población se ha "autoimpuesto" el "distanciamiento social" tras unas "medidas de control muy claras" que se han basado en que el Gobierno "ha confiado plenamente en su población".
En Corea del Sur, la gente sale a la calle, pero tiene que tomarse la temperatura antes de entrar a eventos públicos o edificios. Los árbitros de béisbol que es el fútbol de allí, deberán usar guantes y mascarillas, y los jugadores tienen prohibido escupir o chocar las manos sin guantes. Los alumnos han vuelto a clases, aunque solo virtualmente, así que las aulas permanecen vacías.
Otra cosa es la vuelta al trabajo. El desconfinamiento se acerca y las empresas preparan contra reloj la vuelta de los trabajadores a las oficinas, unos espacios que tendrán que adaptarse a la "nueva normalidad", con zonas más abiertas, menos gente, pantallas protectoras, geles desinfectantes y pasillos de una sola dirección. Y las reuniones serán con menos gente y menos habituales.
"Las oficinas deberán adaptarse, pero de nada nos servirá si antes no se prepara el edificio, empezando por la puerta de entrada", reconoce Óscar Fernández, director de Desarrollo de Negocio de la consultora inmobiliaria Cushman & Wakefield en España. Habrá que automatizar las puertas y la huella digital deberá ser sustituida por otra fórmula.
Guardar dos metros de distancia afectará también al uso de los ascensores, ya que en ellos cabrá menos gente, por lo que los expertos apuestan por potenciar el uso de las escaleras, haciendo que sean "más fáciles de encontrar y más agradables de subir".
"Durante mucho tiempo hemos tenido las escaleras abandonadas, encerradas, entendidas como un espacio de evacuación, y a lo mejor hay que darle un poco más de cariño a este elemento arquitectónico, que es muy importante", señala el arquitecto Maikel Pérez, experto en estructuras e interiorismo de oficinas. La vuelta al trabajo se hará por turnos, y no solo por los ERTE.
Aún así, para minimizar el riesgo de contagio, Cushman & Wakefield propone implantar nuevas rutinas, como otorgar a cada empleado una especie de mantel de papel, que colocará sobre la mesa para trabajar y tirará cuando acabe la jornada laboral, o convertir los pasillos en zonas de paso de una sola dirección, "para evitar cruces y contactos accidentales".
Esta consultora, que ha lanzado un servicio para asesorar a las empresas en la adaptación de sus oficinas al escenario post-COVID, también plantea instalar mamparas de metacrilato entre las mesas de los empleados y organizar su tránsito mediante señales visuales en el suelo. Y mucho más espacio. Lo que han hecho algunas empresas que han convertido sus oficina es espacios vitales.
La limpieza tanto personal como en el lugar de trabajo Más limpieza en las casas, en las oficinas, en los espacios comunes. Y mucho gel para limpiarse las manos de forma continuada. Habrá que apostar por el aire fresco y filtrar bien el aire acondicionado, si este sobrevive. Las empresas pondrán a disposición de los empleados mascarillas, guantes y geles higienizantes y limitará las visitas externas y los viajes de trabajo.
Como en las peluquerías - donde habrá que pedir cita previa y tendremos que extremar las precauciones y donde no volverán por ahora esa pila de revistas para leer - y los gimnasios - donde diremos adiós a las duchas y tendremos que llevarnos nuestra ropa- todo va a cambiar. Nadie descarta que tengamos que pedir hora para ir en metro o tren. Tal ves digamos adiós a las aglomeraciones en hora punta. Medidas como limitar a la mitad de la ocupación de las plazas sentadas y dos usuarios por metro cuadrado se implantarán sin remedio. Y las ciudades ya apuestan por ampliar aceras y aumentar los carriles bici.
Más allá del control obligado del aforo en un tercio de su capacidad, en los cines veremos la compra de entradas online. Indicadores de distancia en el suelo, pases de películas mas espaciados, y limitación de aforo serán la norma. Y el cine será el espejo del resto de actos culturales. Es la nueva normalidad, que de normal tiene poco admitámoslo. Pero es una de las secuelas o cicatrices que dejará el coronavirus. Y en 2021 ya veremos. Añoraremos los abrazos y el contacto físico, y a todos los que se fueron. Al menos es posible que no olvidemos lo que tuvimos y perdimos por un virus. Cuando le venzamos, al menos que hayamos aprendido algo.