Sucedió el 8 de marzo de 2014 y todavía hoy, más de cinco años después, el suceso continúa rodeado de incógnitas. La desaparición del vuelo MH370 de Malaysia Airlines, no en vano, forma parte de uno de los mayores misterios de la historia de la aviación. Tras años de búsqueda e investigación, con diferentes países, entidades, instituciones y profesionales implicados y entregados a la causa, no hay una conclusión determinante al respecto de qué sucedió con aquel Boeing 777-200ER que despegó desde Kuala Lumpur a las 00.42 horas con destino Pekín, China; un lugar que debía alcanzar a las 6.30 horas del mismo día pero al que nunca llegó.
A bordo iban 227 pasajeros, –con cinco niños entre ellos– y 12 miembros de la tripulación. El piloto era Zaharie Ahmad Shah, uno de los más experimentados y reconocidos del escuadrón de Malaysia Airlines. Con 53 años, estaba casado, era padre de tres hijos, e incluso cuando estaba fuera del aeroplano, –fuera del trabajo–, disfrutaba jugando al famoso simulador de vuelo ‘Microsoft Flight Simulator’ y compartiendo su experiencia a través de distintos foros de Internet. Era un amante de la aviación.
En aquel vuelo, –el aciago MH370–, le acompañaba Fariq Hamid como primer oficial, un joven de 27 años que aquel día afrontaba su último vuelo de entrenamiento.
Según un exhaustivo y detallado informe publicado en The Atlantic con el objetivo de intentar dar respuesta al suceso y analizar las causas más probables por las que se produjo, a la 1:01 de la madrugada, el aeroplano ya había ascendido hasta los 35.000 pies tras su despegue. A las 1:08 horas Zaharie también confirmó por radio que había cruzado la costa de Malasia para poner dirección hacia Vietnam atravesando el mar de la China Meridional. 11 minutos después, cuando se acercaba al espacio aéreo vietnamita, se escucharon las que serían las últimas palabras que se conocen del piloto, dirigidas en respuesta a un controlador de Kuala Lumpur: “Buenas noches. Malaysian 370”.
Habían pasado tan solo 39 minutos desde el despegue cuando el avión desapareció de los radares malasios; eran la 1:21 horas cuando el aeroplano parecía haberse evaporado en el aire. En Kuala Lumpur pensaron que estaba en espacio aéreo vietnamita y a partir de ahí estaba en sus manos, pero lo cierto es que nada se sabía del MH370. Los controladores de Vietnam vieron aparecer al aeroplano para poco después ver también cómo se esfumaba quedando fuera de sus radares. Intentaron, de hecho, contactar con el avión en sucesivas ocasiones, pero todas fueron en vano. Más allá, la confusión, sumada a la incompetencia, –subraya el informe de The Atlantic–, provocaron que el feedback de información entre uno y otro centro de control contribuyese a que la respuesta de emergencia se produjese nada más y nada menos que a las 6.32. Tarde. Muy tarde. Concretamente, más de cinco horas después. Hubo errores en el protocolo.
A esa hora lo único que era cierto es que el avión, que para entonces ya debía haber aterrizado en Pekín, estaba completamente desaparecido. Y no había ninguna pista clara; ningún mensaje de emergencia. No había señal del aeroplano, de su tripulación y los 227 pasajeros de 14 nacionalidades diferentes que viajaban en él.
Se inició entonces una búsqueda incansable que decidió centrar sus esfuerzos inicialmente en el área del mar de la China Meridional, entre Malasia y Vietnam. 34 barcos y 28 aviones de siete nacionalidades diferentes aunaron sus esfuerzos para esclarecer el suceso y resolver un misterio que, sin embargo, se les resistió. No había ni rastro del MH370 en esa zona.
Los registros recuperados de los últimos radares que detectaron al avión fueron los que revelaron a los investigadores por qué en el área de búsqueda en el que centraban su labor no llegaban a ningún avance: tan pronto como el MH370 desapareció del segundo radar que había detectado su presencia, emprendió un brusco cambio de rumbo. Tomó dirección suroeste, volviendo atrás para atravesar la Península de Malasia, llegar a la isla de Penang y, desde ahí, volar a continuación hacia el noroeste, sobre el estrecho de Malaca, cruzando el mar de Andamán antes de desaparecer completamente del radar; un cambio de planes en el vuelo que se acometió en un intervalo superior a una hora, lo que, apunta el informe de The Atlantic, no termina de encajar en un escenario estándar de secuestro del aeroplano. Y tampoco en un escenario de accidente o suicidio del piloto que se hubiesen encontrado antes. Los investigadores estaban, literalmente, desconcertados; sumidos en la más absoluta incertidumbre.
¿Cómo un aparato tan sofisticado como el Boeing 777-200ER podía, de repente, desvanecerse? ¿Qué sucedió? Son las cuestiones que todos intentaban resolver. Y todavía hoy, cinco años después, las preguntas siguen orientadas hacia el mismo sentido pese a que ahora tenemos más datos para intentar reconstruir parte de un puzle que se antoja imposible.
Desde el primer momento, las especulaciones sobre lo sucedido no dejaban de multiplicarse. Máxime cuando empezaban a conocerse más detalles sobre ese cambio repentino en la ruta de vuelo prevista. Concretamente, tras saberse que el avión había llegado a enlazar de forma intermitente con un satélite geoestacionario del Océano índico operado por la compañía británica Inmarsat seis horas después de que desapareciese del último radar. Una información que, básicamente, y como resume The Atlantic, lo que quiere decir es que el avión no sufrió un accidente catastrófico de forma inmediata. En su lugar, lo que esto sugiere es que durante esas seis horas permaneció volando a alta velocidad y a gran altura.
Gracias a esas conexiones, lo que se logró trazar es un área aproximada de búsqueda en forma de arco para tratar de delimitar los movimientos del avión, concluyendo que ésta se extendía desde Asia Central (en el norte del arco) hasta los alrededores de la Antártida (en el sur). Analizando los datos, observaron que el desplazamiento lo realizó en esta última dirección: hacia el sur. Y más allá, examinando distintas variables que se podían extraer de esa comunicación intermitente y automática con Inmarsat, lo que se determinó es que, seis horas después de que estimasen, a aproximadamente las 2:40 el giro hacia la Antártida, el avión experimentó un descenso con una velocidad cinco veces mayor de la que tendría un descenso normal. Por tanto, el avión debió caer de golpe en el océano desintegrándose en pedazos. Sin embargo, no se sabía ni dónde fue el impacto exactamente, ni tampoco por qué.
Aún hoy no se sabe con exactitud dónde fue a parar el avión, cuyos primeros restos se encontraron, por fin, en 2015. Fue en la isla de Reunión, el 29 julio, –16 meses después de la desaparición–, cuando varios trabajadores municipales que se encontraban limpiando la playa se toparon con un alerón que se verificó que pertenecía a un Boeing 777 que, además, atendiendo a los números de serie, se correspondía con los del MH370. Era la primera evidencia física que venía a corroborar que los datos obtenidos a través de la electrónica estaban en lo cierto.
No obstante, ello no frenó las especulaciones que ya habían surgido alrededor del caso, mientras los familiares de aquellos que viajaban en el avión continuaban sumidos en el duelo y sacando fuerzas donde ya apenas quedaba nada para exigir que las investigaciones continuasen; que sus seres queridos no cayesen en el olvido.
Entre las especulaciones que surgieron sobre las causas del siniestro se barajaron numerosas hipótesis: unos pensaban que el avión había sido objeto de un ataque terrorista a pesar de que nadie se atribuyó la autoría del acto que suponían; otros que podía haber sido secuestrado por cuestiones que podían tener que ver con dinero o política; también estaban quienes señalaban al accidente, pese a que los datos relativos tanto a la ruta de vuelo como a las horas que siguió el avión en el aire trazando ese rumbo alternativo no apuntaban a un accidente al uso, y además no había nada que indicase que alguien a los mandos hubiese tratado de rectificar la caída en picado en los momentos finales; por eso también había quienes apuntaban al suicidio del piloto, pero, por las mismas razones, también parecía extraña esa hipótesis. ¿Si quería suicidarse por qué tardó tanto? ¿Por qué estuvo seis horas volando hasta repentinamente caer?
Hubo hasta tres investigaciones oficiales para intentar hallar respuestas sobre la desaparición del MH370. La más costosa, duradera y exhaustiva la llevó a cabo Australia. Participaron distintos organismos, científicos, ingenieros, voluntarios, expertos en el análisis marítimo… y sin embargo, tras más de tres años de trabajo y 160 millones de euros después, la investigación cerró sin haber logrado su objetivo.
El relevo lo cogió en 2018 ‘Ocean Infinity’, una compañía americana que, bajo contrato con el gobierno de Malasia, abordó la búsqueda de pistas empleando vehículos especiales para analizar la última sección del arco que se trazó como área de búsqueda. No tuvieron resultados. Apenas unos meses después asumían el fin de la operación.
La segunda investigación oficial es la que desarrollaban, precisamente, las autoridades de Malasia, país sobre el cual el informe de The Atlantic cierne una inquietante sombra de sospecha, señalando que, probablemente, en todos estos años, tengan más información de la que han contado. De hecho, apuntan, el estudio que realizaron se difundió tan solo parcialmente, y luego se filtró más información respecto a él desde dentro, revelando que había ciertos conflictos en el seno de la propia investigación. Más allá, señalan, el primer ministro malasio era entonces Najib Razak, sobre el cual pesaban acusaciones de corrupción muy bien fundadas. Por eso su respuesta fue utilizar su poder para silenciarlas, llegando a censurar a la prensa. Los disidentes no lo tenían fácil, y los funcionarios sabían que tenían que ser precavidos si querían mantener sus trabajos. Se tomaron decisiones, subraya el informe de The Atlantic publicado por William Langewiesche, encaminadas a no meterse en aquellos terrenos que pudiesen manchar la imagen del Gobierno o de Malaysia Airlines.
Por último, la tercera vía oficial se trataba de una investigación del accidente decidida no a depurar responsabilidades sino a encontrar las causas probables del suceso. Formada por un equipo internacional, debía seguir los más altos estándares a nivel global, pero, –aquí otra clave–, estaba liderado, una vez más, por un grupo de trabajo reunido por el gobierno de Malasia, por lo que fue desde el primer instante un desastre. La policía y los militares rehusaban de la investigación, y los trabajadores internacionales que acudieron se fueron casi tan pronto como llegaron al comprobar que los protocolos no se seguían correctamente y la transparencia en el procedimiento brillaba por su ausencia; más que por encubrir información, por miedo a que ésta pudiese descubrir algo que perjudicase al Gobierno.
El informe de Malasia, que venía a dejar claro que hubo errores en el control de tráfico aéreo tanto por parte de Kuala Lumpur como de Vietnam, se difundió más de cuatro años después del suceso, en julio de 2018 y arrojaba una conclusión rotunda: que seguían sin tener la más ligera idea sobre las causas de la desaparición.
Una vez más, la incertidumbre daba paso a la especulación: una ciudadana llegó a asegurar haber visto una especie de misil cayendo al agua el día de la desaparición; otro afirmaba haber encontrado al MH370 a través de Google Earth; se llegó a decir que el piloto había sido encontrado vivo en un hospital de Taiwán; que el avión había sufrido un ataque militar; que había sido encontrado intacto en la jungla de Camboya; que se lo había tragado un agujero negro; y hasta que los sistemas electrónicos habían sido reprogramados para proporcionar datos falsos y desconcertar a los investigadores, resultando que el avión giró hacia Kazajistán en lugar de hacia el sur. Todo como parte de un plan de, –como no–, los rusos, que lo habrían secuestrado. Una hipótesis, formulada por el escritor Jeff Wise, que cae por su propio peso, considerando que los restos del avión que han aparecido a lo largo del tiempo lo han hecho en el Océano Índico (concretamente en la isla de Reunión y en 2016 en Mozambique y Madagascar).
¿Qué tiene que decir el informe de The Atlantic en todo esto? Lo primero, que la desaparición responde a un acto intencionado. Los datos recabados descartan que lo sucedido responda a una combinación de errores tanto del aeroplano como humanos. Nada de eso explica la ruta de vuelo seguida, recalcan.
Así mismo, el brusco cambio de rumbo que emprendió el avión a las 1:21 horas de la madrugada fue demasiado cerrado. No fue efectuado por el piloto automático, que fue apagado por quien hubiese emprendió el giro manualmente. No solo eso. Al desaparecer del último radar que detectó el aeroplano, apunta el informe, es probable que uno de los pilotos, –o Zahaire o el joven Fariq–, estuviese muerto, incapacitado o fuera de la cabina, dado que resulta muy improbable que ambos, en conjunto y en acuerdo, decidiesen deliberadamente el final que iba a tener el MH370.
Quien se encontraba al mando del avión despresurizó la aeronave deliberadamente, y al mismo tiempo los sistemas eléctricos del Boeing 777 fueron desactivados, lo que cortó temporalmente el enlace con el satélite. Fue entonces, –durante el giro que lo cambió todo–, cuando se cree que el tripulante hizo ascender y ganar altura al aeroplano hasta provocar, acelerando la despresurización, que los pasajeros en cabina quedasen inconscientes en cuestión de minutos, sufriendo una ‘muerte suave’.
El piloto del avión, a diferencia de las mascarillas de oxígeno de los pasajeros, que estaban previstas para un uso de 15 minutos en situaciones de emergencia a altitudes por debajo de 13.000 pies, contaba con cuatro mascarillas con horas de suministro. Por eso siguió pilotando durante horas hasta quedarse sin combustible y caer al mar en un punto exacto todavía hoy sin descifrar.
La conclusión final que arroja The Atlantic es que al mando del avión efectivamente debía estar Zaharie Ahmad, el experimentado piloto de 53 años que era descrito como un hombre de familia tranquilo, apasionado de su trabajo y de los simuladores de vuelo.
Su ayudante como primer oficial, el joven Fariq Hamid, no encaja en la hipótesis del suicidio. Tenía 27 años, afrontaba con ilusión su último vuelo de entrenamiento y estaba planeando casarse. Zaharie, sin embargo, a pesar de los informes oficiales de Malasia que apuntaban a un piloto ejemplar con un historial impecable y gran capacidad para manejar el estrés o la ansiedad, vivía en los últimos tiempos atormentado por los problemas familiares que sufría. Así lo atestiguan en Kuala Lumpur aquellos que le conocían, indica The Atlantic.
Su mujer se había mudado y vivía en una segunda casa; él mantenía una relación extramatrimonial con otra mujer y las cosas no iban bien. Además, existía la sospecha entre los investigadores de que presentaba un cuadro clínico depresivo.