“Si pudiéramos romperlo, eh”, le dice Raquel a su abuelo, Andrés, mientras unen sus manos a través del cristal. Pero más les vale no hacerlo, porque es lo único que les separa de un posible contagio en esta residencia de Ciudad Real.
En la residencia Nuestra Señora de Oreto y Zuqueca del pueblo de Granátula de Calatrava (Ciudad Real) las puertas se cerraron, pero los ancianos tienen una gran ventana para ver a los suyos aunque sea a través del cristal. Una idea sencilla y que está levantando el ánimo de los residentes y también de muchos de sus familiares.
Tan cerca y tan lejos. Desde ambos lados del muro transparente se habla a través de un teléfono, de forma muy similar a cómo hemos visto en las prisiones en multitud de películas. Allí, dentro de una caseta de obra, se viven en momentos de gran emoción.
Es un alivio después de más de dos meses de confinamiento. “Muchísimas botellas de oxígeno a los que están dentro y a los que están fuera” explica el alcalde de este pueblo, Félix Herrera.
Cada pequeño golpe al cristal es un grito de esperanza de Andrés, siete días hospitalizado, luchando contra la Covid-19. También suena al latido de la emoción de los que, por fin, pueden ver a sus mayores. Un cristal que reparte lágrimas y sonrisas también a residentes como Gregorio, Loli o Juana.
También en Lekeitio (Vizcaya) se toman todas las medidas de higiene y seguridad para entrar en la sala de visitas. Allí un muro de metacrilato parece separar a los familiares, pero los une después de demasiado tiempo. Cada visita de Marga a su madre María Antonia es un respiro para ambas, esperando sentir pronto esos besos y abrazos ahora imposibles.