Los denominan la generación sándwich en una aproximación ilustrativa y muy gráfica sobre los individuos englobados en ella: personas de entre 35 y 49 años de edad que se ven en la situación de tener que soportar la carga de cuidar de sus hijos al mismo tiempo en que atienden a sus padres, de avanzada edad; dos responsabilidades en las que están inmersos a la vez que asumen y acometen muchas otras tareas que, ante obstáculos como la temida falta de conciliación, el desempleo, las dificultades para llegar a fin de mes o la enorme carga de trabajo, acaban disparando sus niveles de estrés.
Así lo refleja el último informe de Cigna, el ‘Cigna 360 Wellbeing Survey 2019’, que, analizando los niveles de bienestar de los ciudadanos de 23 grandes potencias, entre las que se encuentra España, pone el foco en estos individuos en tanto en que, además, vertebran los distintos empleos de la actualidad siendo un segmento clave y fundamental dentro del engranaje económico de cada país. Básicamente, porque por la franja de edad en la que se sitúan no solo disponen de las capacidades y la formación necesaria para desarrollar sus competencias sino que, además, cuentan en la mayoría de los casos con una importantísima experiencia que les hace aún más valiosos en su puesto y en las actividades que desempeñan.
Sin embargo, y he aquí el quid de la cuestión, todo ese valor y todo ese potencial se encuentra diariamente mermado y eclipsado por ese problema universal al que llamamos estrés.
Hay quien lo describe junto a la ansiedad como la ‘enfermedad del siglo XXI’; un mal que se propaga como si fuera un virus infectando nuestro día a día hasta el punto de generarnos un problema de múltiples consecuencias que termina por afectar también a innumerables aspectos de nuestra vida, siendo en esencia nuestra salud, e incluso la de las personas a nuestro alrededor, la principal afectadala de las personas a nuestro alrededor, la principal afectada. Definido como la “tensión provocada por situaciones agobiantes que originan reacciones psicosomáticas o trastornos psicológicos graves”, el estrés se ha convertido en un indeseado compañero de viaje del que a veces se hace difícil desprenderse a lo largo de nuestra jornada. Y la razón es sencilla: lo desencadenan numerosos factores, cada vez hay más y cada vez están más presentes en la sociedad actual. Lejos de luchar entre todos por disiparlas, estas circunstancias que contribuyen a la aparición del estrés proliferan.
Podríamos enumerar hasta la extenuación y aun así seguirían faltándonos elementos y factores que lo provocan: desde el ruido, los atascos o las temperaturas extremas (cada vez más frecuentes por culpa del cambio climático); pasando por sucesos circunstanciales que nos pillan de improvisto, como un golpe o fallo mecánico en nuestro vehículo; cuestiones familiares, como puede ser un divorcio o el nacimiento de un hijo; factores económicos, como el desempleo o las deudas; académicos, como la época de los exámenes finales; laborales, como la excesiva carga de trabajo; o hasta sucesos vitales y traumáticos, como la pérdida de un ser querido, una guerra o una catástrofe natural, entre muchos otros.
Según el citado estudio, los individuos más afectados por el estrés y con peores índices de bienestar pertenecen a la citada generación sándwich. Concretamente, el 84% de los encuestados, que fueron un total de 13.200 repartidos entre 23 países, manifestó sentirse muy estresado, siendo un 13% el que consideraba ese estrés como, literalmente, inmanejable. En la generación sándwich, por su parte, esos porcentajes se elevan al 88% y al 14% respectivamente.
Entre todos los factores, los que destacan por encima del resto a la hora de generar estrés son: la situación financiera; la carga de trabajo y los problemas personales de salud, por ese orden.
En el caso de la generación sándwich, los encuestados dejaron patente que, a menudo, son incapaces de pensar siquiera en llevar a cabo inversiones estratégicas a largo plazo, como abordar planes especiales de jubilación o incluso hipotecarse o adquirir una propiedad. Para ellos, según indica este informe, “no existe la sensación de seguridad financiera”, de tal modo que una inevitable nube de pesimismo les abruma con significativa frecuencia; un pesimismo que, en sí mismo, contribuye a que los niveles de estrés permanezcan al alza, dado que estamos negativamente predispuestos si encontramos un obstáculo añadido en el camino.
Por todo ello, la preocupación principal de los que entran dentro de este tipo de perfil es poder hacer frente a las necesidades financieras, además del cuidado de sus padres y poder asumir los tratamientos médicos necesarios.
Atendiendo a las conclusiones del informe en lo que se refiere exclusivamente a los resultados recabados en España, de la muestra estudiada se extrae que el 71% de los españoles encuestados reconoce sufrir estrés, siendo casi 9 de cada 10 los que lo sufren en el lugar de trabajo, señalando como consecuencias negativas sentirse ante un “ambiente deprimente” lo que conduce a una “menor productividad”.
Son conclusiones similares a las desarrolladas por ‘Steelcase’ en su informe ‘Steelcase Global Report’ en el que, tras décadas de trabajo, después de un análisis también a nivel internacional, analizaron la correlación entre el grado de compromiso de un trabajador y la satisfacción del empleado, y cómo el espacio del trabajo influía de forma determinante en esa correlación.
Concretamente, en dicho estudio solo un 13% de los encuestados se manifestaba muy satisfecho y comprometido, un dato que en España descendía a un 7% y que revelaba, sobre todo, que estamos “por debajo de la media en todos los análisis métricos del estudio en lo que se refiere al grado de compromiso y satisfacción con el espacio de trabajo”.
No en vano, ha sido la propia Organización Mundial de la Salud la que ha reconocido esta misma semana el ‘Síndrome del trabajador quemado’, “resultante de un estrés crónico en el trabajo que no fue gestionado con éxito” y que atesora en su cuadro clínico síntomas cada vez más frecuentes y habituales en los trabajadores como son “una sensación de agotamiento”, “cinismo o sentimientos negativos relacionados con el trabajo” y una “eficacia profesional reducida”, fundamentalmente.
Lo hemos oído en infinidad de ocasiones: ‘cada persona es un mundo’, y tomando esto en cuenta debemos asumir que no todo el mundo reacciona y gestiona igual el estrés, del mismo modo en que la generación sándwich no es la única que se enfrenta a este problema desde una posición especialmente vulnerable. Sobran los ejemplos de otros casos en la sociedad de grupos de personas que asumen una responsabilidad tremenda y que también genera un gran estrés: basta con pensar, en el extremo opuesto, en esos padres o madres que, –solteros o no–, ante la ausencia de conciliación, a veces no pueden cuidar ni a sus hijos ni a sus padres; o reparar en aquellos abuelos que se ven obligados a ser padres otra vez…cuidando a sus nietos; o en todas aquellas personas sin hijos que también enfrentan una marea de circunstancias día a día para poder llenar la nevera y llegar a fin de mes.
Todos combatimos el estrés pero cada uno lo interioriza de una manera: la manera de procesar la información y percibir la realidad que nos rodea; la forma activa o pasiva, de negación o evitación a la hora de afrontar o huir de un problema; la capacidad de adaptación y resistencia; la forma de ser y nuestra personalidad, –introvertida, extrovertida, flexible, rígida, perfeccionista, más tolerante o no al error...–. nuestra capacidad de mantener la calma; nuestro comportamiento en sociedad y en qué grado compartimos o no nuestros problemas; la propia experiencia de situaciones pasadas y nuestro aprendizaje de esos sucesos anteriores; la respuesta física de nuestro cuerpo… Todo ello son factores, –algunos genéticos y otros de conductas aprendidas– que influyen en la manera en que cada uno aborda una situación de estrés.
Así lo recoge en su estudio Cinfasalud en su VII Estudio ‘Percepción y hábitos de la población española en torno al estrés’’ en el que propone, no obstante, un decálogo de consejos al que independientemente cada uno puede aferrarse para intentar mantener el estrés bajo control.
La primera recomendación, aunque no exenta de controversia, es afrontar las situaciones difíciles. La razón: resolverlas, en lugar de postergarlas o huir de ellas, hará que en el futuro dejen de angustiarnos gracias a la posibilidad de haber aprendido de ello.
Define los problemas de forma clara y trabaja para solucionarlos: elaborar una lista de posibles soluciones, evaluando ventajas e inconvenientes, es una forma de entrenarnos para resolverlos desde la alternativa menos perjudicial.
Organiza bien el tiempo y aprende a decir ‘no’: aunque siempre está bien reservar un espacio a la improvisación, es importante que los eventos que tenemos en previsión en nuestra agenda estén dispuestos de la manera más adecuada para que, de producirse improvistos, sepamos gestionarlos con flexibilidad. En este sentido, y ante una eventual acumulación de tareas, saber priorizar, saber delegar y saber decir ‘no’ es también fundamental.
Lo escuchamos a menudo pero pocas veces lo hacemos. Aquello de ‘desconectar’ es imprescindible para rebajar tensiones y huir del estrés del día a día. Reservar un espacio al ocio y las relaciones personales, poder pasar tiempo con la familia y salir con los amigos es tan importante como la necesidad de cogerse unas vacaciones de cuando en cuando.
Las técnicas de autocontrol también nos ayudan a alejarnos de los nervios y el estrés. Para ello podemos recurrir a distintas fórmulas según nos sean o no efectivas: desde algo tan simple como salir a dar un paseo y disfrutar de la naturaleza aunque sea durante un breve instante, –lo cual está demostrado que genera felicidad–, hasta probar distintos mecanismos de meditación o refugiarnos en la lectura.
En ocasiones, tener un hombro sobre el que poder apoyarse es un alivio necesario. Por ello, fomentar las relaciones personales y sociales y apoyarse en ellas es también una posible solución para deshacerse del estrés. Pedir ayuda cuando no sabemos cómo resolver un problema, recurrir a una persona de confianza y ser también un apoyo mutuo, es una forma de mejorar el estado de ánimo y escapar del estrés.
España debería ubicarse en una posición aventajada en lo que a dieta se refiere al ser ejemplo de la reconocida y denominada ‘dieta mediterránea’, sin embargo, asediada por las prisas de las rutinas de trabajo, por el hiperconsumo y la facilidad del acceso a la comida rápida, con demasiada frecuencia huimos de una dieta ideal. Un paso atrás que repercute no solo en el estrés, sino directamente en nuestra salud. Comer sano y de forma equilibrada es fundamental. Incluir frutas, verduras y evitar el exceso de azúcar, cafeína o alcohol son algunas de las pautas recomendadas, además de intentar mantener unos horarios regulares y reservarnos tiempo para comer con calma.
Lo sabemos pero muchas veces parece que lo olvidamos: hacer deporte contribuye muy positivamente a reducir el estrés. Mitiga su impacto y ayuda a que sus efectos duren menos tiempo, por eso es importante que salgamos a hacer ejercicio y que lo hagamos sin la sensación de hacerlo como una obligación, sino como un beneficio que incrementa nuestro bienestar. Según Cinfasalud, la recomendación es, dentro de nuestras posibilidades, hacer alrededor de dos horas y media de actividad aeróbica a la semana.
¿Alguna vez te has desvelado y no has podido volver a dormirte, o te han despertado en medio de un sueño profundo y, en consecuencia, una sensación de frustración o enfado parece perpetuarse a lo largo del día? Descansar es muy importante. Estar lo suficientemente descansado ayuda a la hora de afrontar un conflicto o una situación de estrés. Por eso es importante tener también buenos hábitos de sueño y descansar en torno a siete y ocho horas cada día.
Y por último, por obvio que resulte decirlo, si nos sentimos incapaces de manejar el estrés, en España hay profesionales y especialistas brillantes a los que debemos acudir en busca de una solución que nos ayude a superar el problema.